La Bienal Iberoamericana de Arquitectura y Urbanismo ensalza la construcción como forma de resistencia
Bajo el lema ‘Climas: Acciones para el buen vivir’, la XIII edición de la BIAU subrayó la arquitectura como un motor de cohesión social, revitalización cultural y equilibrio con el entorno
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Es verano de 2023 y en lo alto de la Laguna del Quilotoa, en los Andes ecuatorianos, a 3915 metros sobre el nivel del mar, un grupo de hombres, mujeres y jóvenes trabaja bajo el viento frío del altiplano, levantando una estructura circular con madera, cabuya y paja. Se trata del centro Chaki Wasi, un espacio comunitario para la venta de artesanías ubicado en la comunidad de Shalalá. Mientras observa cómo la construcción avanza, la arquitecta francesa Marie Combette se enorgullece del resultado de un exhaustivo trabajo de campo, que permitió el rescate de técnicas vernáculas, y que pretende reflejar una arquitectura respetuosa con el medio ambiente e íntimamente vinculada al entorno y su gente.
Creado por el estudio de arquitectura La Cabina de la Curiosidad, con sede en Quito, todo en el centro Chaki Wasi encarna una forma de resistencia cultural y reconocimiento de las raíces indígenas andinas; desde la elección de materiales locales hasta la minga comunitaria que permitió su levantamiento. “Chaki Wasi es un acto de resistencia: construido por la comunidad, para la comunidad”, señala Combette, quien sigue sorprendida del premio recibido por la XIII edición de la Bienal Iberoamericana de Arquitectura y Urbanismo (BIAU), en la categoría de Obras. “Es muy estimulante que se valore este trabajo colectivo en los Andes ecuatorianos, donde las poblaciones rurales, muchas veces invisibles, están demostrando cómo construir en armonía con su territorio y sus tradiciones. Lo que nos emociona es que se reconozca la arquitectura rural, un contexto que muchas veces queda fuera de los premios. Chaki Wasi demuestra que podemos construir desde los saberes ancestrales y los recursos locales, resistiendo a un mundo globalizado que constantemente nos empuja a perder nuestras raíces”, explica la arquitecta.
Esta visión, en la que la arquitectura preserva identidades, culturas y saberes ancestrales, marcó la XIII BIAU de Lima. Este encuentro durante años se ha consolidado como un foro clave para encontrar soluciones sostenibles y contextualizadas en Iberoamérica. En esta edición, realizada entre el 3 y el 7 de diciembre de 2024, un equipo curatorial elegido mediante concurso público e integrado por Elizabeth Añaños, María Arquero de Alarcón, Gary Leggett, Emilio Ontiveros, Luis Rodríguez Rivero y José Luis Villanueva, propuso el lema Climas: Acciones para el buen vivir, abordando complejos desafíos como la crisis climática y las desigualdades sociales.
“Nos parecía esencial que los temas no solo fueran dirigidos a arquitectos, sino que pudieran ser comprendidos por un público general. Por eso elegimos la palabra climas, que conecta lo ambiental, lo político y lo social, y permite una narrativa más cercana y pedagógica”, señala Elizabeth Añaños, ex viceministra de Vivienda y Urbanismo del Perú. A su vez, el subtítulo Acciones para el buen vivir remite a valores andinos de reciprocidad con el territorio: “No se trata de una lógica extractiva, sino de convivir con el entorno, respetarlo y construir desde prácticas ancestrales que promuevan un equilibrio sostenible”, añade la comisaria de la bienal.
Arquitectura comunitaria
Tras su reconocimiento en la BIAU, Chaki Wasi adquirió visibilidad. El proyecto, que articula la memoria andina con las necesidades actuales de la comunidad indígena de Shalalá, utilizó paja, cabuya y madera de eucalipto joven, así como la técnica de la minga, que refuerza el vínculo entre las personas, el entorno y la historia local. Cada etapa constructiva fue un intercambio de saberes: los más ancianos enseñaron cómo trenzar las fibras, mientras las generaciones más jóvenes contribuyeron con nuevas ideas y energías.
“La Bienal no solo es un espacio para mostrar proyectos, sino una oportunidad para reconocer luchas”, afirma Combette, quien considera que el premio otorgado por la BIAU recuerda que construir implica dialogar con la gente, las culturas y los paisajes. “Chaki Wasi pone de relieve que la arquitectura rural, muchas veces invisibilizada, también puede orientar futuros sostenibles. Además, su impacto no se limita al objeto construido: Chaki Wasi es un punto de encuentro, un taller vivo donde artesanos exponen sus creaciones y visitantes descubren técnicas ancestrales”, explica.
Para la arquitecta francesa, la obra cuestiona la noción de modernidad unidireccional. “Creemos que la tecnología ancestral es una alternativa viable ante la crisis ambiental y la homogeneización global. Al recuperar prácticas locales, reivindicamos que la innovación no siempre requiere complejas tecnologías, sino entender lo que el territorio ofrece y cómo las comunidades han sabido habitarlo durante siglos”.
Innovación desde la tradición
Otro de los proyectos premiados por la BIAU se ubica en el distrito limeño de Barranco. El Instituto Francés de Estudios Andinos (IFEA) ofrece otra respuesta a las urgencias contemporáneas: rescatar las técnicas de la quincha y las teatinas, sistemas constructivos que forjaron Lima durante el periodo virreinal. El arquitecto Augusto Román y su equipo investigaron cómo la ciudad se hizo resistente a sismos y climas complejos mediante el uso de caña, barro, madera y aberturas superiores para ventilar los ambientes. Estas prácticas, olvidadas ante el avance del concreto, demostraron su pertinencia para el presente.
“En vez de copiar miméticamente lo patrimonial del barrio de Barranco, nuestro enfoque fue mirar cómo se construyó Barranco”, explica Román. “Técnicas como la quincha y el barro mezclan saberes indígenas y europeos, y resistieron los grandes terremotos coloniales. Son pertinentes, ligeras, bioclimáticas y sostenibles”, refiere, al tiempo que explica que el IFEA no pretende anclar el pasado en el presente, sino permitir que las tradiciones constructivas dialoguen con las necesidades actuales. “Se mejoró la quincha para obtener mayor ligereza y eficiencia térmica, se empleó un barniz a base de agua de arroz y se optimizó la ventilación natural con teatinas revisadas”.
La experiencia del IFEA refuerza la idea de que la memoria constructiva no es un lastre, sino una fuente de soluciones adecuadas al entorno. “La arquitectura no es solo el objeto final, sino los procesos detrás: cómo se construye, qué decisiones se toman y con quién se trabaja”, apunta Román. El premio en la BIAU valida que rescatar técnicas ancestrales puede ser un camino real hacia la sostenibilidad y la resiliencia urbana.
La XIII BIAU demostró que la arquitectura iberoamericana tiene un gran espacio para el intercambio de experiencias, investigaciones y publicaciones. “Las bienales son una oportunidad para poner en común obras construidas, experiencias pedagógicas y otros materiales desarrollados en los últimos dos años”, comenta Luis Rodríguez, miembro del equipo comisarial de la última edición de la BIAU, quien cree que este intercambio transatlántico entre América y la península ibérica fomenta el entendimiento mutuo del urbanismo y las formas de habitar.
Un punto a celebrar de esta XIII BIAU fue su descentralización e integración de instituciones, comunidades y espacios diversos, que acercó la reflexión arquitectónica a un público amplio. Una apertura que calza con la visión de la BIAU de generar conocimiento útil en distintos contextos, y en democratizar soluciones innovadoras para el buen habitar del ser, y para la construcción de ciudades y comunidades más justas y humanas.