Más incendios y menos deforestación: ¿qué pasa en la Amazonia brasileña?
El desacoplamiento de ambas tasas señala la necesidad de un enfrentamiento serio y consistente por parte de los gobiernos y la sociedad
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Vivimos este 2024 en Brasil un hecho nuevo que merece ser bien entendido y utilizado para delinear una estrategia para el futuro de la Amazonia. En 2024, la deforestación ha caído casi a la mitad, pero los incendios casi se han duplicado en comparación con 2023. Esto es una novedad, ya que los incendios generalmente siguen el ritmo de la deforestación. Una vez deforestadas, casi siempre las áreas se queman para el cultivo de pastizales o agricultura. ¿Qué está sucediendo ahora?
Para ser más preciso, la deforestación en la Amazonia brasileña cayó el 45,7% de agosto de 2023 a julio de 2024, en comparación con el mismo período de 2022 y 2023. Es la mayor reducción proporcional registrada para este período, según datos del sistema Deter-B del Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales (INPE, por sus siglas en portugués). El área bajo alerta (4.300 km²) es la menor de la serie histórica iniciada en 2016.
Por otro lado, el INPE registró más de 22.000 focos de incendios en la Amazonia desde principios del año hasta finales de julio de 2024. Es el mayor registro para este período desde 2005: un aumento del 77% en comparación con los primeros siete meses de 2023, cuando Brasil registró 12.700 incendios en el bioma.
En los últimos años, la Amazonia ha sido afectada por eventos climáticos extremos con una magnitud y frecuencia cada vez mayores. Cabe destacar los récords de inundaciones en 2021 y 2022, seguidos por sequías récord en 2023 y, ahora, en 2024. Todo apunta a un nuevo régimen de lluvias y, como consecuencia, de caudales de los ríos.
Datos del Laboratorio de Aplicaciones de Satélites Ambientales de la Universidad Federal de Río de Janeiro muestran que el índice de sequía para la Amazonia ha alcanzado este año un nivel récord. Este hecho, asociado al calentamiento global, aumenta la inflamabilidad de los bosques, lo que conlleva un aumento del riesgo de incendios.
Desde hace muchos años, diversos investigadores han alertado sobre el efecto dominó de los incendios en la Amazonia. Como regla general, los bosques húmedos no están adaptados al fuego: las cortezas de los árboles son finas y poco resistentes a altas temperaturas. Al ser quemados, estos bosques sufren una alta mortalidad de árboles. Esta materia muerta se convierte en combustible para el próximo episodio de incendio, que tiende a ser más devastador. Esto genera un efecto dominó, que aumenta la intensidad del fuego en cada episodio, ampliando sus impactos sobre el bosque y, además, dificultando la labor de los brigadistas.
Proyecciones basadas en modelos climáticos apuntan a un futuro con mayor frecuencia de extremos climáticos debido a la combinación del calentamiento global con la acción humana de deforestación e incendios. 2024 es el año más caluroso registrado en los últimos 10.000. En junio completamos 13 meses consecutivos de temperaturas récord mensualmente. Cuanto mayor es la temperatura, más vulnerable se vuelve el bosque y más propenso a incendios.
El futuro es preocupante. Desde el punto de vista social, los impactos sobre la salud pública son devastadores. Por un lado, la contaminación del aire se convierte en el principal problema de salud pública para los habitantes de la región. A esto se suma la falta de agua potable y la reducción de la producción de alimentos, afectando tanto a las áreas urbanas como a las comunidades y aldeas de la Amazonia profunda.
En la dimensión ambiental, se produce un empobrecimiento biológico de los bosques, ríos y lagos. Esto afecta el potencial de la socioeconomía y los servicios ambientales del bosque. Desde el punto de vista económico, la navegación en la región genera pérdidas significativas tanto para la industria como para la población en general, que sufre con el aumento de los precios de los alimentos. El resto de Brasil, especialmente la producción agropecuaria, tiende a sufrir los mayores perjuicios.
El desacoplamiento de las tasas de deforestación en relación con los incendios señala la necesidad de un enfrentamiento serio y consistente por parte de los gobiernos y la sociedad en general. Primero, necesitamos una megacampaña de educación ambiental para prevenir incendios. Esto debe involucrar a todas las escuelas, desde la educación básica hasta la secundaria. Combatir incendios es mucho más caro e ineficiente que prevenirlos. A esto se suma la necesidad de intensificar las sanciones por incendios criminales. Las multas deben ser cada vez más severas y el sistema de penalidades debe tener un salto en su eficacia.
En cuanto a la lucha contra los incendios, necesitamos inversiones estructurales en Brasil. Es urgente que el Gobierno federal constituya una flota de aviones y helicópteros apropiados para enfrentar los grandes incendios. Los estados y municipios deben estructurar brigadas de combate a incendios en todas las comunidades, tanto en áreas urbanas como rurales. Las empresas pueden contribuir financieramente y las organizaciones de la sociedad civil pueden desempeñar un papel clave en aumentar la eficiencia del uso de los recursos.
La sequía de 2024 en la Amazonia debe ser vista como una nueva alerta climática para Brasil. Desafortunadamente, esta alerta no fue escuchada durante la sequía de 2023 ni en la inundación de 2022. Es hora de relegar a los negacionistas climáticos al ostracismo y enfrentar de manera sería el desafío que tenemos por delante: el cambio climático.