En colaboración conCAF

Lecciones de los recicladores de las comunas de Chile para superar la informalidad laboral

Las políticas públicas no están surtiendo efecto en la mejora de la calidad del empleo en Latinoamérica. La capacitación para crear mejores ideas y motivar las ventas pueden fomentar la formalización

Una mujer busca prendas de ropa en un basurero masivo, en Iquique (Chile), en 2021.Antonio Cossio (Getty Images)

Las sanciones estrictas no lograrán que la vasta red de micro y pequeñas empresas en Latinoamérica acabe por formalizarse. Al contrario, una nueva visión sugiere que los esfuerzos gubernamentales de fiscalización deberían crear incentivos para que los negocios logren el éxito comercial sin importar su naturaleza, lo que los conducirá a formalizarse eventualmente, acceder al financiamiento formal y contribuir a la tributación. Como dice el adagio popular: enséñales a pescar y comerán el resto de la vida. O, en este caso, a vender y sostener modelos de negocio con objetivos de venta claros.

Para entender la idea, Fernando Symmes, uno de los autores de un estudio sobre informalidad laboral publicado en abril por el centro de pensamiento Viva Idea propone pensar en los recicladores de base de Chile que formaron parte de esa investigación. “Muchos comerciantes informales trabajan en los basurales”, comenta Symmes. “Lo que los que vivimos en riqueza y formalidad botamos, ellos lo aprovechan para generar recursos. Es algo muy ilustrativo. Si se les cobrara impuestos a esos actores que viven en pobreza e informalidad, se les mataría de hambre, más de la que ya hay”, dice.

Históricamente, los gobiernos de Latinoamérica han preferido el enfoque fiscalizador para procurar que los emprendedores facturen, declaren y creen trazabilidad en sus operaciones monetarias. Sin embargo, la persistente tasa de trabajadores independientes —de al menos la mitad de la población, y en algunos países de hasta 70%— es una muestra de las fallas en las políticas públicas en este campo.

Para la mayoría de ellos, los alicientes para cotizar en la seguridad social o pagar impuestos no quedan claros ante el deterioro de los sistemas de salud, educación y seguridad pública. Esto impacta directamente en el crecimiento económico de los países, que no pueden captar riqueza de la producción de sus ciudadanos a través de la recaudación. También va en detrimento de los trabajadores, quienes pierden acceso a servicios como seguros de salud y cesantía y, por ende, ven disminuido su margen de maniobra ante sucesos como el desempleo o la enfermedad.

'Cartoneros', como se les conoce a los recicladores en Argentina, trabajan en Buenos Aires, en septiembre de 2022.Anadolu Agency (Anadolu Agency via Getty Images)

“Cuando no tienes los recursos y estás recién comenzando una empresa, no eliges formalizarte. Para los gobiernos, la estrategia más fácil sería incluso dejarlas y apoyar que las empresas crezcan en esa informalidad y que después, a medida que crecen y van dejando de ser pobres (...) sufran ciertas presiones de formalización”, explica el profesor universitario.

“Pero si se fuerzan antes, se mata a la empresa sin aprovechar ciertos beneficios de la informalidad que son claves para los contextos de escasez de recursos como los nuestros”, continúa refiriéndose al dinamismo que ofrece el entramado de pequeños comercios en las comunidades y mercados donde se dispersan, como fuente de empleo y servicios básicos.

Desatar las presiones positivas del sistema

Gabriela Zapata, experta en inclusión y salud financiera, coincide en que las mipymes (micro, pequeñas y medianas empresas) que sí evolucionan pueden conseguir beneficios tangibles en la formalización. Por ejemplo, acceso a productos financieros como cuentas de ahorro, terminales de punto de venta móviles y créditos productivos.

“En nuestra investigación hemos visto que las empresas que tienen más probabilidades de sobrevivir ante una crisis tienen ahorros de los cuales echar mano y acceso a créditos de emergencia, con buenos términos. Además, tienen manera de suplir su abastecimiento de recursos. Es decir, si un proveedor quebró, ¿tiene manera de reponerlo fácilmente? También juega un rol importante el tener contacto con otras redes de pares como ellos, incluso en un grupo de WhatsApp”, dice la consultora de BFA Global, una empresa de innovación de impacto social que implementa el programa Strive México, enfocado en fortalecer la resiliencia de micro y pequeñas empresas.

Una mujer en su negocio familiar de piñatas en Acolman (México), el 13 de diciembre.Fernando Llano (AP)

En países como México, que muestra gran reticencia a la fiscalización y la bancarización formal, las finanzas digitales están jugando un rol crucial. Recibir pagos electrónicos, con tarjetas o transferencias inmediatas, se coloca como un aliciente verdadero para los negocios que pueden empezar a vender artículos más costosos sin preocuparse por manejar el efectivo. “Cuando el microempresario ve que pierde la venta por no aceptar pagos digitales, allí sí hay un claro costo de mantenerse fuera del radar completamente”, añade la consultora.

Zapata y Symmes coinciden en que América Latina adolece de investigación contextualizada que les permita entender a fondo sus problemas, como la calidad del empleo. La región sigue mirando al norte para contextualizar sus dilemas, por lo que se requieren estudios y segmentación locales para realmente conocer las necesidades de esta población, y en base a eso crear ofertas, públicas y privadas, que tengan sentido.

La segmentación puede ser por sexo de la dueña o dueño, nivel de digitalización, en qué giro se desenvuelve, en qué lugar y país. “Hay muchas maneras de segmentar a las microempresas y la propuesta de valor de cualquier institución que interactúe con ellas debe ser adecuada a subsegmentos específicos, según lo que les pueda hacer sentido. Si se busca impacto, la oferta de valor debe ser personalizada y focalizada”.

La tarea de incluir a un segmento heterogéneo

Las mipymes latinoamericanas son un tejido heterogéneo. Según la Cepal, representan el 99% de las empresas y emplean a cerca del 67% de la población de la región en emprendimiento que van desde vendedores ambulantes hasta pequeñas tiendas de barrio, o startups de tecnología en etapa semilla y pequeñas fábricas familiares.

Pero pese a ser la columna vertebral de los países, estas empresas ofrecen una contribución a la productividad relativamente baja y son más vulnerables a los shocks económicos y sociales. Además, tienen una ingente necesidad de capital productivo y, por ende, de créditos con condiciones favorables, pues a menudo son víctimas de los préstamos especulativos que colindan con las estafas.

En este espacio se desenvuelve Aviva, una fintech mexicana que combina tecnología y asesoramiento cara a cara para captar y atender clientes con microcréditos. “Seguimos una estrategia física y digital para llegar a la gente que no tiene acceso a servicios financieros formales. Es algo que hacemos con un enfoque muy claro en las ciudades pequeñas y medianas, de 15.000 a 500.000 personas”, explica su cofundador y líder de expansión, Amran Frey.

La empresa tiene una veintena de pequeñas sucursales de máximo 25 metros cuadrados, desplegadas por zonas populares de seis entidades del país como el Estado de México, Ciudad de México, Puebla o Morelos. Adentro, un asesor recibe a los solicitantes: la mayoría son mujeres, cabezas de familia, que dependen del autoempleo y llegan a las tienditas con su mercancía (y su sustento) a cuestas después de larguísimas jornadas de trabajo pesado.

No obstante, el verdadero trabajo de perfilamiento y procesamiento del préstamo lo hacen con videollamadas a través de pantallas instaladas en el quiosco con avatares automatizados o manuales.

“Se empieza con la solicitud: la gente habla en una videollamada y se va capturando cada palabra. Esto significa que el proceso para el cliente solo son cinco a siete minutos, pero para nosotros se llena una solicitud de crédito muy amplia con varios campos donde se hace match entre lo que dice el cliente y el campo de información”, explica Frey.

La empresa está en etapa temprana, pero ha empezado a llamar la atención de inversores y pares de la industria. También de los clientes que repiten en las solicitudes, una vez que pagan sus préstamos de 2.000 a 20.000 pesos (de unos 100 a 1.000 dólares). Reforzando la teoría del investigador Symmes, quienes utilizan los recursos para mejorar su actividad comercial empiezan a crecer hacia esquemas más establecidos.

“La primera vez que piden préstamo puede ser para un poco de mercancía que van a vender como ambulantes. La segunda inversión ya puede ser en un stand un poco más establecido, fijo. Y así vemos el crecimiento de los clientes. También les ayudamos con productos que se ajustan a su situación y los segundos créditos nos permiten ajustar y ofrecer una tasa más baja, más económica para el cliente, y aumentar el monto”, dice el cofundador.

Más información

Archivado En