La cruzada de una bióloga para salvar el refugio del mono araña en Venezuela
La deforestación en la reserva de Caparo, en los llanos occidentales, ha arrinconado al mono araña, un primate en peligro de extinción y poco estudiado
EL PAÍS ofrece en abierto la sección América Futura por su aporte informativo diario y global sobre desarrollo sostenible. Si quieres apoyar nuestro periodismo, suscríbete aquí.
La primera vez que Diana Liz Duque estuvo en Caparo vio a los monos araña. Llevaba varias incursiones en otros bosques de Venezuela sin poder ver al que sería el objeto de estudio de su tesis doctoral en la Universidad Central de Venezuela y el centro de una lucha casi en solitario por la conservación de un fragmento de bosque de la Reserva Forestal de Caparo, en el Estado Barinas, al suroccidente de Venezuela, la casa de esta especie en peligro crítico de extinción.
El que hubiese visto a los monos en sus primeros pasos por el bosque fue emocionante, pero no era una buena señal. En realidad, había una mayor concentración de monos porque el hogar se les había empequeñecido por la deforestación. La historia del Ateles hibrydus, uno de los primates más grandes presentes en la región, y de esta científica silenciosa, de las que todavía quedan en Venezuela haciendo trabajo de campo, es la de cómo la presión por la extracción de recursos madereros y la colonización de los pastizales para el ganado van arrinconando los ecosistemas fundamentales para la biodiversidad, algo de lo que pocos parecen darse cuenta.
La Reserva Forestal de Caparo fue creada en 1961 como un área de aprovechamiento maderero, bajo administración especial. Eran 180.000 hectáreas de árboles que se elevaban sobre la sabana de los llanos colombo-venezolanos. Sesenta años bastaron para arrasar ese bosque, pues no se cumplió la condición de reforestar que venía con la concesión de explotación del recurso maderero, denuncia la investigadora. El mapa de la reserva hoy es más árido que boscoso. Y en parches de árboles que apenas llegan a 7.000 hectáreas —el 4% de su superficie original— intenta sobrevivir el mono araña, una de las 25 especies de primates más amenazadas del mundo, según la Unión Internacional de Conservación de la Naturaleza.
Hace 14 años atrás, Duque creó el Spider Monkey Project para estudiar su comportamiento en los bosques fragmentados y visibilizar su situación como especie en peligro de extinción. “Los monos arañas son frugívoros. Las frutas ocupan el 83% de su dieta y tienen un rol importantísimo en la regeneración del bosque, porque ayudan a dispersar semillas”, explica. Los monos viven en grupos y se mueven en territorios específicos dentro del bosque. Pero, la fragmentación de éste “hace que tengan que moverse más en busca de recursos”. Hace una década, Duque logró contar siete grupos integrados por entre 20 y 30 individuos, una manera de estimar la densidad poblacional de ese relicto de bosque que forma parte de la Estación Experimental de la Universidad de los Andes, cuyas instalaciones están prácticamente en el suelo por la falta de recursos para su mantenimiento; otro costado de la prolongada crisis que atraviesa Venezuela.
Al mono araña se le conoce como mono manga larga, manguita y mono frontino. Tienen los brazos alargados y su cola prensil es un quinto miembro que les ayuda en su locomoción arbórea para suspenderse de rama en rama. “Son muy rápidos en el bosque por eso mismo. Son los primates más ágiles después de los gibones, porque usan la cola y los brazos para moverse, que son muy largos. Están adaptados para desplazarse rápido en el bosque y recorrer grandes extensiones, a diferencia de los otros dos monos que están ahí, el araguato y el capuchino”. Esta especie tiene distribución en Venezuela y Colombia, pero muy pocos primatólogos la estudian.
Pepino en cautiverio
La bióloga de los monos o la monera. Así le dicen a Diana Duque cuando llega a Caparo. En otras instancias de conservación también la reconocen por su trabajo en favor de la conservación del bosque de Caparo y de este Ateles que, aguas abajo, también protege a muchas otras especies que viven en ese mismo ecosistema. Francisco Pantin, del Zoológico Leslie Pantin, ubicado en el pueblo de Turmero, en el centro del país, comparte el interés de la preservación de la especie cuyas particularidades biológicas hacen difícil llevar adelante un programa de reproducción.
Hace un par de años en estas instalaciones lograron una cría de un mono viejo, Pepino, que pasó décadas en otro zoológico de la región con una hembra, Pepa, con la que nunca se apareó. A los tres meses de haber sido prestado al Zoológico Pantin, Pepino, que se pensaba que podía ser ya infértil, había embarazado a una de las cinco hembras que tienen en el recinto junto con cuatro machos, algunos producto de decomisos que hacen las autoridades a traficantes de especies de fauna silvestre y otros llegados a través de intercambios entre zoológicos, necesarios para evitar el endemismo y garantizar la variabilidad genética de la especie.
Los monos araña llegan a la madurez sexual a los 7 u 8 años de vida y por eso tienen una baja tasa de nacimientos. Solo gestan una cría a la vez, a la que la madre dedica dos años de cuidado exclusivo, gran parte de ese tiempo subida a su espalda, casi como un niño, tiempo en el que no entra en celo. La reproducción en cautiverio con la idea de luego liberar en su hábitat, como en ese mismo zoológico se hace con el caimán del Orinoco y el cardenalito, tiene sus retos particulares con el mono araña, el más importante del neotrópico y que puede llegar a pesar 10 kilos. “Ojalá pudiéramos tener más animales, bancos genéticos y reservorios”, dice Pantin. “Estos son animales que andan en grupo, liberar un solo monito no tiene sentido. Es necesario tener un pie de cría, para cuando tengas un mayor número de animales se puedan unir a otras manadas”.
Invasores, taladores y jaguares
En la defensa de ese fragmento de bosque de Caparo donde viven los monos araña, Duque se ha enfrentado a todo tipo de encrucijadas. En los primeros años de su investigación, un lote de terreno donde estaba estudiando a un grupo de monos fue invadido por un grupo de personas y luego vendido para deforestarlo. La bióloga intentó hacer una campaña de crowdfunding para comprar el bosque para los monos. No logró recaudar los fondos y los monos terminaron mudándose a un área aislada por un caño del río que pasa por la zona. En 2018 vivió el peor momento. Esta vez fue un grupo de 200 familias de agricultores el que invadió el bosque para construir viviendas y sembrar. Poco se pudo hacer entonces, pero de esa difícil situación nació un proyecto para crear un grupo de guardabosques, liderado por Paipa, como conocen a José Melgarejo, un trabajador jubilado de la Universidad de Los Andes, criado en Caparo como los monos araña, que está trabajando un tiempo extra camino a la vejez para preservar este bosque, una labor en la que se enfrenta por igual a invasores, cazadores de animales, taladores de árboles y jaguares.
“Nosotros conocimos el nombre científico del mono araña cuando llegó la bióloga a trabajar acá. Los primeros años de su investigación yo era su baquiano”, cuenta Paipa, que ha sido testigo de la deforestación de ese bosque del que ahora es guardián. “Ahora es que estamos entendiendo lo que ha significado esta catástrofe con el bosque. Cada vez que van desforestando esos animalitos se han ido mudando a ese bosquecito y lo que queda hay que protegerlo”, reconoce.
Paipa ha aprendido de Duque. Para estudiar al mono araña, en un país en el que las universidades han quedado desoladas por los bajos salarios y los recortes presupuestarios, la científica tuvo que sumar aliados a la causa desde la educación y la divulgación. Por ejemplo, recoge libros para dotar las escuelas rurales de la zona en las que, con mucha dificultad, los niños van a clases un par de días a la semana. Con apoyo de una organización de Nueva Zelanda que apoya el medio ambiente y cuatro zoológicos de Francia se pagan los salarios de los cuatro guardaparques que han aprendido hacer el conteo de monos que ven en sus recorridos como parte del monitoreo de la especie.
La bióloga de 44 años, que cada mes intenta viajar más de 600 kilómetros en autobús desde su casa hasta la reserva para continuar su investigación y que cose ropa con su madre para cubrir sus gastos, reconoce que también ha aprendido de los guardaparques. “Se encargan de las jornadas de reforestación porque tienen mucho conocimientos sobre viveros y sobre árboles de la zona. Ellos con apenas una hojita o con el tronco diferencian las especies”, dice impresionada Duque.
A Diana también se le hizo estrecho su hábitat en Bucaramanga, Colombia, donde nació, mucho más cerca de Caparo que su casa actual en las afueras de Caracas. De niña tuvo que irse de allí con su familia por el conflicto armado en su país. La bióloga sabe que aunque llegó a Caparo por una tesis, el trabajo ahí es a largo plazo y ha pensado que ahora, cuando se ha hecho más complejo vivir de este lado de la frontera de la tierra del mono araña, podría regresar a Colombia para continuar su investigación. Por ahora, dice, ya ha cosechado su mayor logro: que los que viven alrededor de este último relicto de bosque comiencen a entender su valor.