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Sergio Rodríguez Abitia: “Estamos convirtiendo a los centros turísticos en minas que se explotan”

El mexicano, especialista en turismo social, reivindica el derecho al ocio y ve en él una herramienta para transformar la realidad en la región

El especialista mexicano en turismo social, Sergio Rodriguez Abitia posa en el barrio de San Telmo.mariana eliano

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“Debemos asegurarnos que la gente tenga acceso al ocio, que no son necesariamente las vacaciones. Me refiero a un ocio creativo y edificante, que nos permita aprender y realizar cosas. Y no solo consumir”. La afirmación la hace Sergio Rodríguez Abitia, presidente para las Américas de International Social Tourism Organisation (ISTO) y miembro del consejo asesor del Conservatorio de la Cultura Gastronómica de México.

El mexicano, con un amplio recorrido en organismos del Estado vinculados al turismo, empresas privadas y la academia, fue uno de los disertantes del reciente Primer Simposio Internacional de Turismo Social, que se realizó en Mar del Plata y Chapadmalal (Argentina), justamente dos lugares testigos de la conquista de las vacaciones por parte de las clases populares durante el primer peronismo en las décadas del 40 y 50.

En el encuentro, que reunió durante tres días a académicos, investigadores y representantes de sindicatos cooperativas y mutuales de la región, Rodríguez Abitia habló de las desigualdades en América Latina, del derecho al ocio y de la necesidad de construir un turismo que funcione como una herramienta de transformación de la realidad de la región. Y no sólo como el negocio de unos pocos.

“Es fundamental que nuestros pueblos tengan acceso a un ocio ligado al conocimiento y al disfrute del patrimonio. ¿Por qué? Porque eso nos permite generar integración familiar, vecinal y construcción de una identidad. El fin último es el fortalecimiento del tejido social y la difusión de una tradición. En fin: todas cosas que no tienen necesariamente que ver con el dinero”, agregó.

El especialista en turismo social plantea un cambio de paradigma a la hora de pensar la actividad, con el foco puesto no en el “cuánto” (la cantidad de turistas que llegan a un destino) sino en el “para qué”.

“La gran pregunta es la siguiente: ¿para qué lo haces? Si es nada más por el negocio, lo están haciendo muy bien. Pero ese para qué implica también otras preguntas. ¿Satisfaces las necesidades que tiene la gente de descanso y de esparcimiento? ¿Recuperas el equilibrio físico y psíquico de las personas? Si tú organizas las cosas de una manera más inteligente, no sólo puedes hacer un gran negocio —no tenemos nada en contra de eso— sino también puedes generar una sociedad más sana a través de las vacaciones. Me refiero a más distendida, más relajada, más integrada y menos enajenada”, apunta.

Después de un puente festivo, las oficinas de turismo suelen mandar correos a los medios de comunicación con las cifras de visitantes. La lógica, claro, se puede resumen con una sola frase: mientras más, mejor. Rodríguez Abitia plantea la necesidad de medir otros factores, que apunten a darle al turismo un abordaje social.

“Más allá del consumo en restaurantes o la capacidad hotelera, que para los economistas es importante, no se miden otras cosas importantes. Por ejemplo, cómo incide eso en el bienestar de las personas. Nadie en la industria lo hace sencillamente porque no es un tema economizable; no se puede traducir a pesos y centavos. Nos gana el discurso de los contadores públicos. Tanto vale el metro cuadrado, tanto dinero le tengo que sacar. Lo demás -la estética y la ética- pasaron a un segundo plano. Cada vez interesa menos la vida de las personas y de los grupos que viven en los lugares. Todo es en función del consumo”.

En contra del turismo extractivista

En ese discurso tan mainstream como clasista del turismo al que hace referencia Rodríguez Abitia, las comunidades sólo son importantes en la medida en que pueden agregar valor al proceso de consumo y creación de capital. “Esa situación se ve claramente en mi país, México, donde la población rural no tiene una lógica de consumo industrial. Como no se pueden incorporar a esos procesos, son desplazadas y marginadas para traer a trabajadores de otras partes. Eso genera más desigualdad y una actividad que no está ligada al territorio sino a un proceso internacional. Estamos convirtiendo a nuestros centros turísticos en minas que se explotan. Esa economía extractiva que tantos critican forma parte del turismo también”.

Algunos de los casos más paradigmáticos de ese “turismo extractivista” están en México, el país de Rodríguez Abitia, donde incluso se usa la palabra “acapulquizarse”. La expresión se refiere al caso de Acapulco como una suerte de referencia entre lo que se debe —y principalmente no se debe— hacer en materia de desarrollo de una ciudad, que pasó de ser meca del turismo a capital de la violencia.

“Otro ejemplo es Playa del Carmen, que endiosan aquí en Argentina y en otros lados. Es uno de los municipios de México con el mayor índice de suicidio y de desintegración familiar. La gran mayoría de sus pobladores son inmigrantes turísticos. La lógica es llegar a un lugar, explotarlo a más no poder y, cuando se vuelve Acapulco, irse de él. Es el momento en el que dices: ‘Algo anda mal’”.

El centro de la discusión y de la generación de cambios debe estar enfocado en la personas, dice el mexicano. No sólo en las que viajan sino también en las que reciben a los viajeros, que viven en el lugar y trabajan en el sector. “Podemos hablar de desarrollo sólo si tú logras que tanto los visitantes como los que viven en las comunidades turísticas estén bien. Si no lo logras, sólo hay un crecimiento, pero no es lo mismo”.

El gran punto de tensión es cómo convencer a ciertos actores del sector turístico públicos y privados, que siguen priorizando sólo los números. “Los mismos que promovieron este modelo se dan cuenta que no todo es en automático positivo sino que generó problemas ambientales y sociales que se les juegan en contra. Puedes preguntarles a los hoteleros de Acapulco qué piensan al respecto. Seguramente, te dirán: ‘Nos equivocamos’. Componer este problema no es tan sencillo. Por lo tanto, hay que evitar que suceda y que otros destinos se ‘acapulquicen’, con la única lógica de costos más bajos e ingresos más altos a cualquier precio. Tenemos un problema cuando la ética se va para el traste”.

Después de unos minutos de charla con Rodríguez Abitia, las preguntas quedan flotando en el aire. Las hace él mismo aunque no tenga las respuestas. ¿Para qué queremos más turistas? ¿Cuál es el óptimo de turistas nacionales y extranjeros? ¿Por qué las secretarías y ministerio cometen el “pecado” de darle importancia sólo a su oficina de promoción? ¿Les estamos vendiendo a los turistas una ciudad o un país o la caricatura del lugar?

En definitiva, buena parte de la discusión gira en torno de hacer un turismo más sostenible e ir al fondo del concepto sin bastardearlo. “Al turismo le pusieron muchos apellidos: ecológico, social, comunitario, gastronómico y un largo etcétera. Forma parte de una necesidad enorme de posicionarse. Lo sostenible se puso de moda y nadie sabe muy bien qué es. Si tú hablas de sostenibilidad y de desarrollo sostenible, tienes que trabajar el aspecto económico, pero también el ambiental y el social, que son los menos trabajados. Por eso nos gusta hablar de sostenibilidad social. Porque hay muchos ambientalistas que luchan por el paisaje y los animalitos, pero nadie defiende a la gente. ¿Qué sentido tiene cuidar el ambiente y hacer dinero si no es para beneficio de las personas?”.

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