Colombia se lanza a la defensa de las tortugas marinas con la ampliación de sus áreas protegidas
El Santuario de Acandí, en el Chocó, es un ejemplo de las zonas marinas protegidas que ya alcanzan el 30% del territorio colombiano
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Todo comenzó con la tortuga caná, la más grande de todas las tortugas marinas. En el municipio colombiano de Acandí, fronterizo con Panamá, las comunidades negras que administran el territorio se han volcado a defender desde hace casi una década a ese imponente gigante marino, sometido a una enorme presión, que desova en las playas de este paraje cerca del Caribe. La caná es una especie sombrilla, una suerte de plataforma para proteger a las demás especies de un ecosistema clave, convertido en ejemplo de conservación en uno de los países más biodiversos del mundo.
Es un “símbolo de vida”, repiten con entusiasmo los miembros del Consejo Comunitario del Río Acandí y Zona Costera Norte, Cocomanorte, uno de los tres consejos comunitarios que coadministran con Parques Nacionales Naturales de Colombia este área protegida en el departamento del Chocó, que visitó EL PAÍS por invitación de WWF (Fondo Mundial para la Naturaleza, en español). La zona tiene todo listo para una enorme ampliación que, entre otras, prácticamente la conectará con otras áreas protegidas en el sur de Panamá, donde se encuentran comunidades indígenas, en un mosaico de conservación.
“La tortuga llega a estas playas porque le brindan las condiciones óptimas y adecuadas para el desarrollo embrionario y nacimiento de individuos juveniles. Como se alimenta principalmente de aguamalas y medusas, la tortuga es además un regulador biológico”, explica Leison Darwin Palma, funcionario de Parques Nacionales Naturales y jefe del santuario de Acandí. Lo dice en medio de un sendero ecológico, con vistas soberbias, que atraviesa la espesa selva que caracteriza la región para conectar a Capurganá con Sapzurro, las últimas dos poblaciones costeras en el norte de Colombia, muy cerca del límite con Panamá. O mejor, las dos primeras poblaciones de Colombia, como suelen sugerir a los periodistas los lugareños.
Acandí se convirtió en un área protegida en el año 2013, después de un proceso de consulta previa en la cual participaron los tres consejos comunitarios que representan al pueblo negro. Fue entonces cuando se declaró el Santuario de Fauna Acandí, Playón y Playona como un lugar de anidación y protección de tortugas marinas, esencialmente por la caná (Dermochelys coriácea). Ahora pasará de 26.000 a 102.000 hectáreas, principalmente marinas, con nuevos objetivos de conservación y nuevas especies bajo amenaza, de importancia económica, social y cultural para las comunidades. Entre ellas, las tortugas carey (Eretmochelys imbricata), verde (Chelonia mydas) y cabezona (Caretta caretta).
El santuario ampliado ofrece el hábitat más grande para tortugas marinas de todo el Caribe colombiano y recibe poblaciones de tortugas que vienen desde Centroamérica, explica Carlos Mauricio Herrera, especialista de áreas protegidas y estrategias de conservación en WWF Colombia. “Pero, además, hay un factor acá fundamental que es la participación de la comunidad en la construcción de un esquema de manejo en el que el pueblo negro toma las decisiones con Parques Naturales para hacer la conservación del territorio”, destaca.
Emigdio Pertuz, representante legal de Cocomanorte, califica al área protegida como “la obra más importante que se ha hecho en Acandí”. También ha marcado en un sentido más amplio un despertar ambiental de sus habitantes. Hace muchos años, por ejemplo, tumbaron manglares a destajo. “Despejamos la playa, y el mar se llevó la playa”, se lamenta Pertuz. Con el manglar desaparecieron especies con las que se alimentaban, como el cangrejo azul, la mojarra plateada o el camarón palitero. Ahora están volviéndolo a sembrar. “No habíamos entendido la importancia del mangle, como no habíamos entendido la del coral”, cuenta Pertuz en un recorrido por un gran bosque de mangle en Playa Soledad.
Persisten enormes desafíos en varios frentes, que incluyen el cambio climático, las especies invasoras, la gestión de residuos o el creciente tránsito de migrantes que se aventuran en la selva con la esperanza de llegar a Panamá, y después seguir en ruta hacia Estados Unidos. “Nuestro mar y nuestros ríos son nuestra despensa”, reflexiona Milena de la Ossa, experta local del consejo comunitario. “Quizás en algunos tiempos muchos hicieron daño, pero nosotros estamos recuperando, con diferentes proyectos”, explica. Entre ellos, labores para reforestar, cuidar los ríos u ordenar el turismo desde sus tradiciones como comunidades étnicas.
Las áreas protegidas son uno de los mecanismos más importantes para conservar la naturaleza y la cultura en el mundo. La gestión de esos recursos en el segundo país más biodiverso del mundo, y también el más peligroso para los líderes ambientales, es un asunto fundamental. Los presidentes de Colombia son conscientes del valor de sus preciados parques y reservas, por lo que llevan años en un proceso de expansión de esas áreas protegidas. En el periodo de Juan Manuel Santos (2010-2018) se duplicó, por ejemplo, la extensión del parque nacional de Chiribiquete, un patrimonio de la humanidad, hasta 4,3 millones de hectáreas. Ya en la recta final del Gobierno de Iván Duque, con las nuevas zonas que se declararon en el primer semestre de este año, Colombia alcanzó el 30% de áreas marinas protegidas. Así se anticipó a la meta de tener para el año 2030 el 30% de su territorio declarado como área protegida –al menos parcialmente, pues las terrestres están en torno al 19%–. Es la estrategia mundial conocida como 30x30.
El presidente Gustavo Petro, que lleva poco más de un mes en el cargo, también ha dado prioridad a un marcado discurso ambiental. En la antesala de su posesión tuvo eventos cargados de simbolismo en otros dos parques naturales emblemáticos: La Sierra Nevada de Santa Marta y la Serranía de la Macarena –con el colorido Caño Cristales en el que se tomó su imagen oficial–. La próxima semana, en el marco de la Asamblea General de Naciones Unidas, asistirá a un encuentro de líderes por la naturaleza en el que se espera que ratifique los compromisos ambientales de Colombia.
Cerca de la mitad del territorio colombiano es marino. “Esa es una noción que no todos tenemos interiorizada, y por eso mantenemos una relación más importante con las montañas, las sabanas e incluso con las playas, pero es un país eminentemente marino”, destaca Herrera. “La salud del mar, el buen estado del mar, ayuda a nuestro país no solamente al desarrollo de industrias como la pesquera, de la cual dependen muchas familias, sino que adicionalmente el océano es el principal ecosistema que funciona para el sumidero de carbono”, detalla. La regulación climática, la producción de alimentos o el tránsito marino dependen de ecosistemas sanos, concluye.