Bordar para renacer: la metamorfosis de Diamantina Arcoíris
Esta diseñadora de moda convirtió el duelo por el asesinato de su hermano, víctima de un falso positivo, en un llamado a bordar prendas con habitantes de calle y adictos a las drogas

De nombre Diamantina y de apellido Arcoíris. Sus documentos oficiales hoy dan cuenta de que la mujer de 44 años registrada en Bogotá como Catalina Azuero, en 1981, no existe. Su nuevo nombre llegó como una revelación metafísica. “Y a las revelaciones hay que hacerles caso”, dice esta diseñadora de moda que se sublevó contra la costumbre de reducir a una persona a su nombre y profesión. Esa decisión reafirmó una personalidad que no encaja en lugares comunes y vive sin que le importen las opiniones ajenas. Dos características esenciales de una mujer que abrió las puertas de su casa para convivir con 40 habitantes de calle y trabajadoras sexuales, en su mayoría adictos a las drogas.
Esa metamorfosis nominal fue parte de la cadena de sucesos que la llevaron a crear su fundación Amor Real, que cobija el proyecto “Rediseñándonos”, en el que se bordan las prendas que hacen parte de la marca Amor Real by Diamantina Arcoíris. Las prendas son bordadas por 22 personas que habitaron las calles y dejaron las drogas cuando empezaron a transitar estos nuevos caminos y por otras 20 a 23 personas más, aún en situación de calle, que trabajan en los talleres los lunes en la noche. Juntos crean colecciones que han protagonizado diferentes pasarelas. La más reciente fue Yo soy medicina, presentada en la Bienal Internacional de Arte y Ciudad de Bogotá, en noviembre pasado, como parte del Mes de la Habitabilidad en Calle.
Todos ellos acaban de recibir el reconocimiento al Proyecto Responsable del Año, en los Premios al Talento y la Moda Colombiana, de la revista Aló y la Cámara de la Moda Colombiana. Pero, para llegar a este punto de la historia, hay que atravesar por una tragedia familiar.
Camilo, un eslabón de dolor y amor
Camilo Azuero, uno de los cuatro hermanos de Diamantina, desarrolló una adicción al bazuco después de cumplir su servicio militar. Según le contó en una conversación, sus superiores lo utilizaban como mensajero para comprar las drogas que ellos consumían. El joven pasó por varias rehabilitaciones infructuosas, la última en Copacabana, Antioquia. “Mi mamá fue a buscarlo, pero el centro de rehabilitación cerró y nadie dió razón de él”, recuerda. Se lo tragó la tierra. Nueve años después, en 2016, les entregaron el cuerpo y un expediente con los macabros detalles de su ejecución extrajudicial dentro de los asesinatos conocidos como falsos positivos. “Yo acompañé a mi mamá muchas veces a Medellín a las audiencias [de reconocimiento de verdad y responsabilidad dentro de la Justicia Especial para la Paz[, pero me cansé. Los militares llegan con sus abogados y dilatan todo. Ahí no pasa nada. El proceso de sanación no es por la justicia humana”, sentencia.
En 2019, después de años de un proceso personal de perdón y liberación, llegó a la que hoy es la casa rosada. Sin muchos recursos aterrizó en el barrio Santa Fe, una zona vulnerable de prostitución, microtráfico, delincuencia e inseguridad en el centro Bogotá. “El día que encontré la casa entendí que estaba entrando a otro portal”, recuerda. Se mudó para abrir un café y una biblioteca para niños, que a los pocos meses transmutó en un laboratorio de moda, después de aguzar el ojo para entender a su nueva comunidad. Recordó las clases que había dado a personas en contextos similares junto con el Idipron, el Instituto Distrital para la Protección de la Niñez y la Juventud de Bogotá. Desempolvó las máquinas de coser que tenía guardadas, pues creyó que su etapa de diseñadora se había ido con Catalina Azuero y el cierre de su showroom en el norte de Bogotá. Inauguró las noches de los lunes, cuando a las 9 p.m invita a entrar a los habitantes asiduos de los andenes cercanos que fueron aprendiendo a bordar.
Diamantina creó la fundación para diseñar, confeccionar y comercializar prendas hechas por las manos de aquellos adictos que, bajo su techo, no tenían permitido consumir. “Dejaban un momentico la pipa, el pegante, y se sentaban a bordar conmigo”. En ellos veía a su hermano. Entenderlos, aceptarlos, entregar amor en lugar de reproches, ha sido su transformación.

Apocalipsis para el renacimiento
Llegó la pandemia. El barrio se vació. “Todas las instituciones cerraron. Fui la única que siguió abierta”. Los que no tenían dónde dormir llegaron a su casa. Pasaron de 20 a 30, luego a 40 personas. Muchachos, mujeres trans, una bebé de 11 meses. La casa de Diamantina fue el refugio para comer, dormir y sobrevivir.
Lavaron, desinfectaron y ‘afeitaron’ montañas de cobijas “cuatro tigres” que los chicos traían encima. Las convirtieron en abrigos, hoy la prenda más reconocida de su marca. Como no había a dónde ir a buscar bazuco, muchos se desintoxicaron sin proponérselo, luego de pasar hasta tres semanas durmiendo en cualquier rincón de la casa. “Yo publicaba un abrigo por Facebook, lo vendía y con eso comíamos dos semanas. De la tienda nos enviaban cajas de aceite y arroz. Mucha gente empezó a mandar donaciones”, recuerda.
Esa felicidad se tornó en angustia cuando el confinamiento empezó a ceder. Afuera, muchos pensaron que esa casa de armonía era una fachada para el microtráfico. Empezaron a romperles los vidrios y a enviar notas por debajo de la puerta. “Me van a matar”, pensó. Estaba lista para cerrar la casa. Recuerda una escena delirante en la que empezaron a escribir oraciones en las paredes como una especie de conjuro. Y funcionó. Por esos días le anunciaron que había ganado un premio importante: el Prince Claus de Holanda, entregado por el príncipe Constantijn de los Países Bajos, con 25.000 euros de reconocimiento. Un suizo que había visitado el taller la postuló un año antes.
Con ese dinero, Diamantina pagó habitaciones para todos. Limpió la casa, la pintó, la vació. Les propuso trabajar de 8 de la mañana a 5 de la tarde. Comían en la casa y recibían un estipendio cada viernes. Así empezó a ponerle método al caos, de una manera que ha ido afinando con los años. Con esa nueva opción de vida, muchos abandonaron las adicciones y empezaron a hacerse responsables de sus propias vidas. Varios han muerto, otros se han ido, 22 permanecen.
Hoy tiene una segunda casa en el barrio Alameda, en la que Amor Real presenta las colecciones, que son el sustento y la esperanza para sus “ñeros”, como suele llamarlos. Otra línea de trabajo incluye Aluna ancestral, con tejidos realizados por comunidades indígenas para crear una comunión de saberes.
Diamantina Arcoíris, según la metafísica, es una energía poderosa que surge de una piedra que conecta la inmensidad del cosmos y ayuda en la evolución espiritual. “Quizás fue ambicioso haberme puesto ese nombre”, reflexiona. Pero su papel dándole una nueva vida a personas sin motivos para vivirla y recibir de ellos una razón para continuar con la suya, puede ser la alquimia entre dos cosmos que solo evolucionan cuando están juntos.
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