Opinión

¿A quién le duelen nuestros muertos?

Algo particular ocurre con las víctimas de desastres naturales: con frecuencia, no se considera que sus vidas deban ser recordadas. Es posible que las nuevas generaciones no aprendan el valor de la protección del medio ambiente si no tenemos monumentos para recordar las tragedias climáticas

Inundaciones en Pie de Pató (Colombia). El 10 de noviembre 2024.Ejército de Colombia (EFE)

En diciembre de 2022 el luto embargó a mi familia. Un primo emprendió un viaje por la carretera de Quibdó a Cali para visitar a sus seres queridos y celebrar su cumpleaños. Un día por la mañana escribieron por el grupo de WhatsApp de la familia que no había noticias de él. Había salido por la noche, a la hora habitual, de la Terminal de Transportes de Cali, y siendo la hora de ya estar en Istmina no llegaba. Empezó a circular por las redes sociales locales la noticia que hubo deslizamiento en la carretera y que parecía que un bus se había quedado atrapado.

Recuerdo que, desde ese moment...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

En diciembre de 2022 el luto embargó a mi familia. Un primo emprendió un viaje por la carretera de Quibdó a Cali para visitar a sus seres queridos y celebrar su cumpleaños. Un día por la mañana escribieron por el grupo de WhatsApp de la familia que no había noticias de él. Había salido por la noche, a la hora habitual, de la Terminal de Transportes de Cali, y siendo la hora de ya estar en Istmina no llegaba. Empezó a circular por las redes sociales locales la noticia que hubo deslizamiento en la carretera y que parecía que un bus se había quedado atrapado.

Recuerdo que, desde ese momento, todo tomó unas características muy singulares. Nadie quería creer o anticipar que algo fatal le pudo haber ocurrido, así que empezó la especulación. Algunos decían que todos los que se transportaban en el bus estaban bien. Que habían logrado escaparse por una escotilla. Sospechábamos que solo si tuvieran cómo comunicarse volveríamos a escuchar su voz. Recuerdo enviarle una recarga de datos a su celular. En mi mente podía imaginar el sonido de los mensajes acumulados llegando y la emoción de él al poderse comunicar. Él tenía una sonrisa eterna. La que le critiqué tantas veces, solo para anhelar verla una vez más. Pasaban las horas y no recibíamos noticias. Creíamos que si tuviera dinero adicional podría buscar ayuda para él y los demás viajeros, así que decidí enviar dinero a su cuenta de banco y un mensaje para que por favor nos informara que estaba bien.

Mientras yo hacía esto desde la distancia mis tíos vivían en carne propia una de las experiencias más dolorosas de sus vidas, ser testigos de la remoción de tierra, lentamente, hasta que se revelara lo inevitable.

Como él, 34 personas quedaron sepultadas tras ese alud de tierra del 4 de diciembre de 2022. Luego fueron otras 50, el 12 de enero de 2024. Como ellos, cientos de personas han perdido sus vidas en este tipo de tragedias en el Chocó, en Colombia y en el mundo.

Ocurre algo muy particular con las víctimas de desastres naturales. Con frecuencia, no se considera que sus vidas deban ser recordadas. Una vez pasa la indignación frente a la naturaleza o a la negligente gestión pública, estas vidas dejan de ser públicamente mencionadas. Recomiendo considerar, como una apuesta de inclusión social, el desarrollo de estrategias en memoria de las víctimas de catástrofes ambientales.

El país continúa en una temporada que necesita una respuesta institucional conmensurable con el nivel de la gravedad de la coyuntura. En tiempos de incertidumbre climática podemos encontrar nuestro equilibrio como nación y elevar el potencial de lo que podemos ser si encontramos una manera de exaltar, por ejemplo, las vidas de estas personas que perdemos en condiciones prevenibles.

En ocasiones, no podemos ser lo que no podemos ver. Y, es posible, que las nuevas generaciones no aprendan el valor de la protección del medio ambiente y la importancia de contar con servidores públicos que hagan su trabajo de manera ejemplar si no tenemos monumentos que nos recuerden, frecuentemente, las tragedias que se han vivido en diversos territorios. Se ha hecho en Nueva Orleans para las víctimas del huracán Katrina; en Tailandia para las víctimas del tsunami de 2004, o en Portugal para las víctimas del incendio forestal de 2017.

Cada vez que un joven es asesinado en las calles del Distrito de Aguablanca en Cali, las lideresas de la Casa Cultural El Chontaduro cantan y preguntan “¿A quién le duelen nuestros muertos? ¿A quién le duele?”.

A medida que se acerca la conmemoración de esta tragedia, extiendo una invitación a la Unidad de Gestión del Riesgo de Desastres, al Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes, las secretarías de Cultura de todo el país, las instituciones de educación, las entidades filantrópicas y cooperación internacional y a las diversas empresas, a considerar múltiples oportunidades de memorialización. Por ejemplo, colaboraciones interdisciplinarias para crear proyectos de memoria y arte. Fortalecer iniciativas comunitarias que permitan escribir los nombres de las víctimas y crear entornos en los que se les pueda recordar con amor y dignidad. Potenciar la creación de campañas de conciencia ambiental y programas educativos sobre la importancia de la memorialización y la justicia racial y climática. En estos entornos emergentes se pueden crear experiencias formativas para conmemorar a las víctimas de catástrofes ambientales.

Deseo a la maestra Leonor González Mina, un eterno descanso.

Aurora Vergara- Figueroa fue ministra de Educación de Colombia entre marzo de 2023 y julio de 2024. Doctora en Sociología por la Universidad de Massachusetts Amherst, actualmente es Investigadora Visitante en el Instituto de Investigaciones Afrolatinoamericanas del Centro Hutchins para la Investigación sobre África y la Diáspora Africana de la Universidad de Harvard.


Archivado En