La esplendidez altruista
Está comprobado que el altruismo no solo brinda altos beneficios emocionales; también fortalece las relaciones interpersonales y genera un impacto social positivo
En un mundo donde el egoísmo parece ganar terreno, surge la necesidad de reflexionar sobre un valor fundamental: el altruismo. Este concepto, introducido por el filósofo Auguste Comte, se centra en la postura moral que prioriza el bienestar de los demás. A menudo criticado por ser excesivo e idealista, el altruismo nos invita a reconocer la realidad del otro y a ser un poco para todos. Por eso, nos preguntamos: ¿qué papel desempeñan nuestras acciones decididas en la construcción de un futuro más altruista y solid...
En un mundo donde el egoísmo parece ganar terreno, surge la necesidad de reflexionar sobre un valor fundamental: el altruismo. Este concepto, introducido por el filósofo Auguste Comte, se centra en la postura moral que prioriza el bienestar de los demás. A menudo criticado por ser excesivo e idealista, el altruismo nos invita a reconocer la realidad del otro y a ser un poco para todos. Por eso, nos preguntamos: ¿qué papel desempeñan nuestras acciones decididas en la construcción de un futuro más altruista y solidario? ¿Es posible que pequeñas acciones cotidianas tengan un impacto significativo en el bienestar individual y colectivo?
Un documento técnico, preparado para la John Templeton Foundation por el Greater Good Science Center de UC Berkeley, afirma que los actos de generosidad no solo benefician a quienes reciben ayuda, sino que también mejoran la salud mental y emocional de quienes dan. Este hallazgo resalta la importancia de cultivar un espíritu altruista en nuestra sociedad y de cómo nuestras acciones pueden ser un catalizador para el cambio. Aristóteles, en su Ética a Nicómaco, enmarca las virtudes como hábitos formados a partir de elecciones y acciones voluntarias. En el ámbito del “dar y recibir”, el término medio que utiliza es el de la virtud de la generosidad. Una virtud que merece nuestra reflexión para entender su origen, sus beneficios y, especialmente, para estimular su práctica en nuestra acción cotidiana.
Entonces, ¿por qué cuestionarnos sobre el altruismo? Personalmente, esta meditación me surge con frecuencia al observar problemáticas que parecen difíciles de resolver, a menos que se conviertan en propósitos colectivos. En Colombia, por ejemplo, hemos debatido recientemente la importancia de ofrecer oportunidades educativas a los jóvenes. Según el último estudio de Empresarios por la Educación sobre la percepción de la educación, 8 de cada 10 jóvenes desean continuar sus estudios, pero solo 4 de 10 graduados del colegio pueden hacerlo, en gran parte debido a la falta de recursos económicos. Ante esta situación, asumo como un imperativo la tarea de contribuir ―y también la de motivar a que otros lo hagan― para cambiar esta situación. Me pregunto cómo crear un sentido de urgencia que despierte un valor altruista fundamental, que nos lleve a esforzarnos por resolver un problema que parece ajeno, pero que en realidad nos afecta a todos.
Los hallazgos del Greater Good Science Center indican que los orígenes del altruismo forman parte de nuestra naturaleza social. La cooperación y el cuidado han sido esenciales para la supervivencia a lo largo de la evolución y se desarrollan desde una edad temprana, mediante experiencias que fomentan la empatía. Además, las normas y valores culturales cumplen un papel crucial; las sociedades que valoran la generosidad tienden a fomentar comportamientos altruistas entre sus miembros. Hoy en día, está comprobado que el altruismo no solo brinda altos beneficios emocionales; también fortalece las relaciones interpersonales y genera un impacto social positivo al contribuir a resolver problemas comunitarios.
En tiempos de crisis, donde el individualismo y la fragmentación parecen prevalecer, es aún más importante estimular acciones decididas que promuevan el bienestar de la humanidad. Otto Scharmer, quien lidera el Presencing Institute y estará próximamente en Colombia, habla de pasar del EGOsistema al ECOsistema, lo que implica transitar hacia una consciencia de unidad con el sistema mayor del que todos somos parte. Fomentar el altruismo, más que un deseo noble, es, por tanto, una necesidad imperante. Al actuar generosamente, no solo beneficiamos a los demás, sino que también enriquecemos nuestras propias vidas. La acción altruista promueve la empatía, la conexión y el entendimiento mutuo, elementos esenciales para construir comunidades sólidas y resilientes.
Qué tal si pudiéramos cultivar el altruismo a través de pequeñas acciones decididas (esas que surgen de la convicción, carecen de timidez, son valientes y determinadas), como:
- Actos cotidianos de bondad: Ayudar a un vecino, ofrecer una palabra amable o dedicar tiempo a una causa local.
- Fomentar la empatía: Escuchar activamente a los demás y tratar de comprender sus situaciones. La empatía nos conecta con la experiencia del otro, recordándonos que todos compartimos la misma humanidad.
- Crear espacios de cooperación: Participar en grupos comunitarios o proyectos colaborativos, que fomenten un sentido de comunidad en un ambiente de apoyo mutuo.
- Educar sobre la generosidad: Compartir historias inspiradoras de altruismo y enseñar a las nuevas generaciones sobre la importancia de ayudar a los demás, superando el individualismo, contribuye a sembrar semillas de generosidad en la sociedad.
- Practicar la gratitud: Reconocer y agradecer los actos de generosidad que recibimos. La gratitud tiende el poder de motivar a otros a continuar ayudando y a crear un ciclo positivo de altruismo.
En última instancia, al hacer del altruismo una práctica cotidiana, contribuimos a crear un mundo donde la generosidad sea la norma y no la excepción. Al actuar con determinación y compasión, no solo transformamos vidas individuales; también sentamos las bases para un futuro más solidario y más humano. Sembramos ese sentido de lo espléndido que le da grandeza a lo que hacemos.