“No se puede permitir la continuidad de los abusos y malos tratos”: llueven cuestionamientos al modelo de educación médica en Colombia

Miembros del Gobierno y agremiaciones médicas formulan reparos a la forma de enseñanza que reina en la mayoría de facultades del país, denunciando abusos y maltratos por parte de docentes, tras el suicidio de Catlaina Gutiérrez Zuluaga

Decenas de personas participan en una vigilia por Catalina Gutiérrez, el 22 de julio en la Universidad Javieriana de Bogotá.Eva García (EFE)

La Facultad de Medicina de la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá es una de las más prestigiosas de Colombia. Cada semestre, cientos de bachilleres de distintas regiones aplican por un cupo para cursar los seis años que duran los estudios. Los requisitos de ingreso son más exigentes que en otras carreras, e incluyen la presentación de las notas del colegio, los resultados del examen de Estado y una entrevista con los docentes. Ahí no acaba la oferta académica, porque la institución cuenta con 39 especializaciones médico-quirúrgicas, que atraen a miles de médicos que compiten anualmente —pocas veces semestralmente— por las pocas plazas disponibles, usualmente entre una y seis dependiendo de la especialidad. El modelo de este paradigma de la educación médica se replica en la mayoría de las 63 universidades que cuentan con facultades de Medicina en el país. Las últimas semanas, sin embargo, han dado pie para que se discuta la eficacia pedagógica del modelo y los perjuicios que puede ocasionar en alumnos y profesionales de la salud.

La doctora Catalina Gutiérrez Zuluaga cursaba el primer año de la especialización en Cirugía General en la Javeriana. El pasado 17 de julio, luego de redactar una carta con un sentido mensaje a sus compañeros, se quitó la vida. “A todos los residentes, gracias, de cada uno me llevo muchas enseñanzas. Siempre los llevaré en mi corazón. ¡Ustedes sí pueden! Ánimo”, se lee en la misiva de despedida. Posterior a la ola de solidaridad con los familiares y amigos de Gutiérrez, las redes sociales se llenaron de cuestionamientos y críticas a la universidad, y a la forma cómo se imparten conocimientos en las facultades de Medicina. Muchos de los que formularon reparos lo hacían con conocimiento de causa.

Uno de los que alzó su voz de protesta fue Luis Carlos Leal, superintendente de Salud y médico egresado de la Universidad Nacional. El político de izquierdas calificó al sistema de formación como deshumanizado, que se rige por la creencia de que “la letra con sangre entra” y que “no protege la vida de las personas que están aprendiendo a hacer la labor médica o de especialista”. Con evidente indignación, a través de un video que compartió en su cuenta de X, recriminó la falta de autocrítica del gremio. “La justificación de muchos docentes es: ‘A mí me tocó, yo viví peor que usted, a usted no le ha tocado una cuarta parte de lo que me tocó a mí’. ¡Y esa es la justificación para perpetuar el maltrato!”, declaró.

La indignación llevó a que el jefe de Leal, el presidente Gustavo Petro, se refiriera a los hechos. Aprovechando la toma de juramento de Daniel Rojas como ministro de Educación, el jefe de Estado le dio una de sus primeras órdenes al llegar al cargo. “El Ministerio de Educación debe lograr expandir las facultades de ciencias de la salud en todo el país, debe generar un sólido aprendizaje en medicina general y atención primaria, debe enseñar a trabajar en equipo y de manera solidaria, debe enseñar la dignidad del ser humano por encima de cualquier otro valor.”

Distintas agrupaciones se unieron al reclamo. La Asociación Nacional de Internos y Residentes (ANIR), que agrupa a los estudiantes de últimos años de pregrado y de las especialidades, emitió un comunicado en el que lamenta lo sucedido y enfatiza la continua violación de derechos que sufren muchos estudiantes en las facultades de Medicina. Denuncian sobrecarga de horas en los centros médicos, en los que trabajan los internos y residentes, y el desconocimiento de la Ley de Residentes, expedida en 2018 y que reconoció el pago de por lo menos tres salarios mínimos para quienes estudien una especialización. “Lamentablemente, muchas universidades conocen estas dificultades pero con indiferencia secundan y se vuelven cómplices al no tener una política y medida reales contra el maltrato”, señaló ANIR, cuya seccional del departamento del Valle del Cauca abrió una encuesta anónima “para identificar la exposición a situaciones de maltrato y acoso” por parte de estudiantes y médicos.

La Asociación Colombiana de Sociedades Científicas y la Federación Médica Colombiana, gremios de médicos en general, hicieron lo propio. La primera insistió en que “no se puede permitir la continuidad de los abusos y malos tratos para las personas en formación y en general para el talento humano en salud”; mientras que la segunda reconoció que “la estructura de la formación, fundamentada en el poder del conocimiento, a menudo facilita el maltrato”. La Asociación Médica Sindical fue aún más rotunda en su pronunciamiento, asegurando que las conductas de abuso y maltrato “se han venido perpetuando por décadas” en las facultades de Medicina, que aún no han tomado los correctivos necesarios.

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El modelo

La mayoría de los pregrados de Medicina en el país tienen una duración de 12 semestres, divididos en tres ciclos: ciencias básicas, ciencias clínicas e internado. El primer ciclo suele tener una extensión de cinco semestres, en los que se dicta la teoría. El segundo se desarrolla entre sexto y décimo semestre y requiere mayor disposición física. Las clases son sustituidas por rotaciones y los estudiantes asisten a centros médicos (algunos ajenos a la universidad, pero con los que se tiene convenio) por periodos de ocho horas diarias —que pueden alargarse— para aprender de distintas áreas de la Medicina a través de la atención a pacientes y procedimientos quirúrgicos. A la par deben llevar a cabo turnos de 12 horas, colaborando con médicos generales y especialistas, que pueden ser programados durante las noches, fines de semana y festivos. Bajo esas condiciones, es muy probable que un estudiante deba realizar un turno justo después de su rotación, lo que lo obliga a estar disponible de corrido por 20 horas o más. La tercera y última etapa, el internado, tiene lugar el último año y es lo más parecido a lo que se entiende por pasantía o práctica en otras carreras, en donde el estudiante ejecuta labores similares a las de un profesional sin aún estar graduado.

Medicina es el programa universitario más largo de Colombia. La mayoría de las otras carreras toman cinco o, con cada vez mayor frecuencia, cuatro años. Culminar los estudios, pese a ser un logro admirable, es apenas el primer paso de un proceso aún más complejo: el ingreso a una especialización, que toma entre tres y cinco años para ser cursada. Son muchos los interesados y pocos los cupos. Cada programa médico quirúrgico suele abrir anualmente entre una y seis plazas para cientos de aplicantes, quienes se presentan en la mayor cantidad de instituciones posibles para aumentar sus posibilidades de éxito. Mientras estudian para su aplicación, trabajan en horarios extenuantes como médicos generales. Son bastantes los que no lo consiguen.

Según la Universidad del Bosque, existe déficit de médicos especialistas en el país: hay 1,5 por cada 1.000 habitantes, cifra inferior a la de 3,5 por cada 1.000 habitantes que recomienda la Organización Mundial de la Salud. Para 2020, en tiempos de pandemia, el Ministerio de Salud llevaba un registro de 126.270 médicos en Colombia, de los que 94.892 (75,14%) eran generales y 31.387 (24,86%) especialistas. Pero una vez obtenido el título de especialista, un médico puede aspirar a ganar salarios superiores a los 18 millones de pesos (4.500 dólares) mensuales, lo que equivale a casi 14 salarios mínimos. Para llegar a este punto debe haber transitado, como mínimo, nueve años en un modelo de educación que ahora está bajo escrutinio.

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