La casa de Bogotá que concentra los logros de la paz
Ciudadanos, víctimas y excombatientes tejen la reconciliación en una antigua vivienda ubicada en una zona céntrica de la capital
Podría pasar desapercibida ante la mirada de quienes transitan cerca. No hay letrero que llame la atención, ni anfitrión esforzándose por cautivar a transeúntes distraídos por el afán. Una reja de color negro separa a la casa, con seductor estilo inglés, de la tradicional carrera 13. Con tejado empinado, ventanas anchas y fachada de ladrillo, está ubicada frente a la imponencia de los cerros orientales, a pocos kilómetros del centro histórico de Bogotá.
La curiosidad basta para acercarse hasta la puerta de La Casa de La Paz. El uso del timbre se conserva como una tradición que an...
Podría pasar desapercibida ante la mirada de quienes transitan cerca. No hay letrero que llame la atención, ni anfitrión esforzándose por cautivar a transeúntes distraídos por el afán. Una reja de color negro separa a la casa, con seductor estilo inglés, de la tradicional carrera 13. Con tejado empinado, ventanas anchas y fachada de ladrillo, está ubicada frente a la imponencia de los cerros orientales, a pocos kilómetros del centro histórico de Bogotá.
La curiosidad basta para acercarse hasta la puerta de La Casa de La Paz. El uso del timbre se conserva como una tradición que anuncia la llegada de nuevos visitantes. La entrada es libre. El viejo piso de madera conduce a la profundidad de los pasillos cubiertos de carteles. Uno seguido del otro, moldean una colorida exposición de símbolos y letras con mensajes de reclamo social: “Que la paz no nos cueste la vida”, “la lucha es un poema colectivo”, “no nacimos para la guerra”, se lee en varios de ellos. Las salas y habitaciones, distribuidas en tres plantas, acogen algunos de los más exitosos emprendimientos de excombatientes de las Farc.
Doris Suárez, de 60 años y una de las creadoras de La Trocha, dice espontánea y sonriente “Funcionamos con redes sociales y ‘radio bemba’ (voz a voz). En todos los eventos que convocamos tenemos apoyo y una persona trae a la otra, eso es maravilloso. En Bogotá, sin falsa modestia, tenemos una de las mejores cervezas artesanales”. La marca que origina su orgullo resume parte de su historia en la etiqueta de las botellas: “tomando el camino de la paz”. Suárez perteneció por cerca de tres décadas a la guerrilla y decidió dejar las armas tras la firma del acuerdo de paz en 2016.
Dos jóvenes venden las cervezas en la concurrida barra del bar que sobresale en la sala del primer piso. Los ejemplares del informe final de la Comisión de la Verdad sobre el conflicto armado se asoman en los muebles de la biblioteca, al lado de una chimenea en desuso que adorna el espacio. Del techo, cuelgan pequeñas mariposas de tela. Bajo las siluetas flotantes departen grupos de amigos que han llegado atraídos por el lugar. Sueltan sus morrales, como descargando el peso agotador de la semana, y beben cervezas frías que se van acumulando en las mesas. Las notas de la clásica canción de salsa Mi Desengaño, en la voz de Roberto Roena, se escuchan de fondo en las conversaciones de viernes.
Cristian Galindo, quien llegó siguiendo la recomendación de un amigo que trabaja en confecciones La Montaña, fabricantes de mochilas y accesorios opina que “es un lugar lleno de cultura, de distintas historias, donde trabajan excombatientes que están mostrando voluntad de paz. Eso enseña que la reconciliación es posible”. “Hace cuatro años no estaba en Colombia y vine a buscar el sitio. Llegar a Bogotá y ver esto da una idea de esperanza y ganas de apostarle a la paz”, expresa sentado en las escaleras que conducen al segundo piso.
En todos los niveles de la casa se teje la paz, de distintas formas. Subiendo está el espacio reservado para el proyecto que lidera Virgelina Chará, afrodescendiente, víctima del conflicto y defensora de derechos humanos. Una hebra de hilo amarillo que resalta sobre sus zapatos negros delata la consagración a la costura en la habitación rodeada de retazos y telas. Sus tejidos, junto con los de cientos de personas más, vestirán esta semana la fachada del Palacio de Justicia como un acto simbólico de reparación de las heridas de la guerra. El Palacio está ubicado en la céntrica Plaza de Bolívar y fue construido a fines del siglo XX en reemplazo del anterior, destruido en una toma de la guerrilla del M-19 y una retoma militar en 1985.
“Yo siempre he dicho que, si uno no pierde tiempo en lo que uno quiere, nunca lo logra. No creían que fuéramos capaces de elaborar todas esas telas y terminamos haciéndolo con la participación de más de 12 países”, cuenta la mujer de 69 años con mirada penetrante y turbante rosa, quien fue postulada al premio Nobel de la Paz en 2005. Pasa poco tiempo antes de que algún visitante la interrumpa con expresiones de admiración por su trabajo con comunidades. “Fuimos capaces de unir a la academia, a jóvenes y a mujeres, incluso en la pandemia. Lo que todos queremos es que pare la violencia”, afirma. Más de 160.000 metros cuadrados de telas bordadas en Colombia y otros países de América y Europa se usarán en el “arropamiento” del Palacio.
Los tejidos de Virgelina simbolizan las palabras que recoge otro de los proyectos. “Esta prenda no es una prenda cualquiera, es un acto de paz”, dice el estampado de una camiseta de Manifiesta, una marca de moda que apoya la reincorporación de exguerrilleros de las Farc. El regreso de los excombatientes a la vida civil ha implicado serios desafíos. Antes de lograr el alquiler de la casa, soportaron toda una travesía para rentar otros sitios que no pudieron ocupar. “Nos exigían fiadores, tener vida crediticia. No teníamos cómo presentar eso. Finalmente lo logramos gracias a sectores sociales que respaldan la paz”, reconoce Doris Suárez.
Ahora son los excombatientes quienes abren puertas. “Este es un lugar abierto para todo el mundo, para socializar sin estigmas”, asegura Joseph Lizcano, un joven recién graduado como profesional que por primera vez lo visita. “Mi amiga estudia Trabajo Social y a los estudiantes les ofrecen trabajar acá con horarios flexibles. Eso me parece muy bueno”, sostiene mientras saborea un coctel en el patio interior, otro de los rincones de la casa.
“Estamos tejiendo confianza”, agrega Suárez mientras coordina un evento de degustación de bebidas ancestrales en el tercer piso, el área donde se desarrolla una variada agenda cultural. “Hay muchas personas que ya no están, pero fueron muy importantes en este proceso”, destaca. Las mariposas suspendidas del techo recuerdan a los 340 exintegrantes de la guerrilla que han sido asesinados desde la firma del acuerdo, según datos del Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz, Indepaz. “Todos podemos dar puntadas por la reconciliación”, concluye Virgelina Chará desde La Casa de La Paz, el lugar donde la más notable de las creaciones es la reconstrucción del tejido social en un país marcado por más de medio siglo de violencia.
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