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El Ejército mexicano toma el país de los ‘chupaductos’ de combustible

Más de 2.000 militares vigilan el triángulo rojo, entre quejas por su actuación en el enfrentamiento que mantuvieron esta semana con ladrones de gasolina

Pablo Ferri
La policía militar, en Palmarito.
La policía militar, en Palmarito. CUARTOSCURO
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Quizá sin darse cuenta, las tres mujeres emplean un eufemismo revelador: “Los señores que sacan el producto”. No dicen huachicoleros, chupaductos o ladrones de combustible. Son señores y no roban, toman lo que es suyo. Juana y sus dos hijas sirven comida en una fonda en Palmarito, el pueblo de la semana en México. Entre el miércoles por la tarde y el jueves por la mañana, “los señores” se enfrentaron al Ejército mexicano a balazos en sus calles. Cuatro militares y seis civiles murieron.

El país entero volteó a Palmarito. El robo de combustible se había convertido en un problema hacía tiempo en México. Sobre todo en el centro, en el Estado de Puebla. Pero la muerte a plomo de cuatro soldados sorprendió a más de uno, la agresividad, el descaro.

Bifurcación entre dos de los pueblos del triángulo rojo.
Bifurcación entre dos de los pueblos del triángulo rojo.

¿Qué ha pasado en Palmarito? Según quien lo cuente… El Ejército, el Gobierno Federal y el de Puebla asumen que la situación está fuera de control. La Secretaría de la Defensa informaba el jueves de que los huachicoleros les habían atacado, usando a mujeres y niños de escudo. Que ellos, por tanto, no habían podido responder. El robo de combustible, decía este viernes Antonio Gali, gobernador de Puebla, ha corrompido a las familias. No es el crimen frente a la población, sino junto a la población. Por eso, Gali ha anunciado la llegada de 2.000 militares al Estado, dedicados casi en exclusiva a vigilar los seis o siete pueblos del triángulo rojo, el país de los chupaductos.

Para Juana y sus hijas, el único problema es el Ejército. Les gustan los huachicoleros, aunque dicen que no saben quiénes son. Una de ellas cuenta que “llegaron hace un año y se acabó el robo”. La madre insiste, “sí, se acabó la delincuencia”. La segunda hija añade que una vez, unos delincuentes robaron a un señor que vende láminas de aluminio. “Los señores que sacan el producto les agarraron a cinturonazos”.

Vecinos de Palmarito protestaron este viernes por la actuación de los militares.
Vecinos de Palmarito protestaron este viernes por la actuación de los militares.

La primera hija, que prefiere ocultar su nombre, cuenta que una vez la ayudaron personalmente. “Tenía una infección en el vientre, y lo que me daba el doctor no servía. Ya no aguantaba, tenía mucho dolor. Un día se lo dije a una prima. Me respondió, ¿Y si vamos a pedir ayuda?’ ¿A quién? Le dije yo. ‘Pues a ellos’. Entonces fuimos a una casa que mi prima conocía. Salió una señora y le expliqué. Que tenía que hacerme un estudio. Y me dieron 2.000 pesos (100 dólares)”.

Se acerca un muchacho que ha terminado de comer y dice: “Los huachicoleros roban, pero ayudan a la gente. Llega una señora con cáncer y se lo pagan –el tratamiento–. Controlan a los rateros y que no roben (sic) a los niños”. La mamá abunda en las bondades de los “señores”. Dice que hacen regalos en fechas señaladas. “En el día de la madre regalan refris, el día de la mujer, les hacen carnitas”. ¿Les cocinan? ¿Dónde? “Ahí en los portales”. En el mismo centro del pueblo.

La vieja y romántica preferencia por los ladrones en detrimento del Estado es apenas un envoltorio en Palmarito. Este viernes, la gente estaba enfadada con los militares y con medio México. No son delincuentes, ni tampoco sus cómplices, decían. Los militares nos atacaron y no estábamos haciendo nada.

Las hijas de Juana cuentan que el miércoles por la noche las tirotearon en mitad del pueblo, mientras volvían de casa de los abuelos. Se tuvieron que refugiar en el patio de una vivienda, en un hoyo cavado en el suelo.

Vecinas de Palmarito ven pasar un convoy militar.
Vecinas de Palmarito ven pasar un convoy militar.

Su historia es parecida a la de una docena de vecinos de Palmarito, que hablaron con EL PAÍS este viernes en la localidad. Está, por ejemplo, el señor José Sánchez, abatido el miércoles por la tarde durante el primer enfrentamiento, ocurrido a las afueras del pueblo, al otro lado de la autopista.

Varios vecinos refirieron que José era campesino. Aquella tarde estaba en el lavadero que hay camino a San Bartolo, cerca de donde pasa el oleoducto de la discordia. Los campesinos lavan en unas albercas rábanos, brócoli y cebollines. Les limpian la tierra. El Ejército informó que acudió a la zona en respuesta a una denuncia anónima. José, explicaron los vecinos, estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado.

Está también el caso de José Bernardino Navarro, taxista, que se recupera de dos heridas de bala en el hospital general de Tecamachalco. “Eran como las 20.30”, cuenta el señor Navarro, “ya había acabado mi turno y volvía a casa, a San Bartolo. Cuando bajaba del puente, vi a los militares allá abajo. No sé quién me disparó, pero me dieron dos veces, una me rozó la cabeza y otra me dio en el pecho”. El señor Navarro explica que la segunda bala aún la tiene dentro. “Es muy caro sacarla”, justifica.

O también el caso de Esther Nabor, prima de una de las fallecidas, Felipa Olayo. “Mi prima volvió del campo y fue a buscar tortillas. Tenía que dar de comer a su mamá, que ya está mayor. Ella vive en el centro. Cuando salió, la mataron”. ¿Quiénes? “Los militares”.

El profesor Ramiro Fuentes cuenta una historia parecida: caminaba por el centro, junto a la iglesia. Serían pasadas las 22.00, cuando los militares empezaron a disparar desde unos 100 metros. Él y su esposa se refugiaron en el predio del templo. Otra, la señora Aurelia Juárez, dice que salían de misa de ocho, a eso de las 21.00 y que “los militares venían disparando”. Volvieron al interior de la iglesia y al rato salieron, se fueron y cuando llegaban a casa, unos militares les interceptaron y encañonaron. Varios vecinos han protestado por situaciones parecidas: llegar a su casa y, de sorpresa, toparse con el fusil de un militar en la cara.

A juzgar por los comentarios que se escuchaban este viernes en el pueblo, el mayor componente del enojo era la falta de sensibilidad de sus compatriotas. Ellos no son ladrones (aunque los acepten). A eso de las 15.00, un contingente de camionetas salió camino a Puebla, la capital. Decían que iban a recoger los cadáveres de dos de los seis muertos –la señora Felipa una de ellos- y se iban a plantar frente a la casa de Gobierno para pedir justicia. A la misma hora, decenas de huachicoleros ofrecían el litro de gasolina a 11 pesos en la central de abastos de Huixcolotla, en medio del triángulo rojo. 11 pesos, seis más barato que el litro de las gasolineras. Uno de los vendedores decía que estaba muy alto. Se justificaba: “Es por todo el desmadre”.

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Sobre la firma

Pablo Ferri
Reportero en la oficina de Ciudad de México desde 2015. Cubre el área de interior, con atención a temas de violencia, seguridad, derechos humanos y justicia. También escribe de arqueología, antropología e historia. Ferri es autor de Narcoamérica (Tusquets, 2015) y La Tropa (Aguilar, 2019).

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