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Una prostituta estrábica en el Prado

Las miradas de los personajes que retrató Georges de la Tour hace cuatro siglos hablan de su mala salud

'El tramposo del as de tréboles' expuesta en el Kimble Art Museum de Texas Ver fotogalería
'El tramposo del as de tréboles' expuesta en el Kimble Art Museum de Texas

En El tramposo del as de tréboles del pintor Georges de La Tour —sobre estas líneas— un tahúr muestra sus cartas al espectador mientras saca de su cinturón el naipe del título. Pretende engañar al refinado caballero de la derecha y sacarle todo el dinero. En esa labor el estafador cuenta con la ayuda de la mujer del centro, posiblemente una prostituta. La cortesana, elegantemente vestida, pero con un escote excesivo para la época, mira de soslayo a su criada: busca su complicidad en el timo. Pero esa mirada esconde algo más. "Posiblemente estrabismo”, diagnostica Enrique Santos-Bueso de la unidad de Neuroftalmología del Hospital San Carlos de Madrid.

La forma en la que miran los mendigos, las prostitutas, los tramposos o los señoritos que habitan las obras de La Tour dice tanto de ellos como sus gestos o su ropaje. Gracias a que el virtuoso pintor francés las trazó al detalle, el ojo entrenado puede percibir con claridad que la opulenta meretriz de tez blanca del cuadro El tramposo o la ladrona de La buenaventura padecen problemas oculares.

La ladrona de 'La buenaventura' vigila al joven rico mientras registra sus ropajes. De acuerdo con el oftalmólogo, la distancia entre sus ojos es mayor de lo normal (telecanto) y , además, sufre ligero estrabismo.
La ladrona de 'La buenaventura' vigila al joven rico mientras registra sus ropajes. De acuerdo con el oftalmólogo, la distancia entre sus ojos es mayor de lo normal (telecanto) y , además, sufre ligero estrabismo.

 "En casi todos los artistas hay sujetos con defectos en la vista, pero en la obra de La Tour son muy evidentes porque sus miradas están muy bien dibujadas", explica Santos-Bueso que pasa consulta a varias obras maestras de la pintura universal una vez que ha atendido a sus pacientes de carne y hueso en el hospital, como antes otros lo hicieron a las protuberantes mandíbulas que pintó Goya o a las manos artríticas de los retratos de Miguel Ángel. Su intención: "ofrecer una visión humanística de la oftalmología y unirla a mi pasión por el arte", declara el experto, que ha publicado algunas de sus valoraciones en los Archivos de la Sociedad de Oftalmología.

La mirada de complicidad de la meretriz a su sirvienta delata un posible estrabismo.
La mirada de complicidad de la meretriz a su sirvienta delata un posible estrabismo.

Sus conclusiones están reunidas en el libro Oftalmología en el Museo del Prado, donde diagnostica 34 piezas clave de la pinacoteca. También ha puesto su ojo clínico en Georges de la Tour: "El detalle riguroso con el que representa a los individuos facilita la evaluación ocular", apunta. Del maestro francés analiza cuatro pinturas: dos que podrán verse en la exposición temporal (del 23 de febrero al 12 de junio) y otras dos expuestas en la colección permanente.

"Esos quevedos sin patillas se ajustaban a la nariz y acababan dando mucho dolor de cabeza. Seguramente por eso las lleva en la mano", apunta un oftalmólogo sobre las lentes de San Jerónimo, uno de los padres de la Iglesia Católica.

"Con seguridad, La Tour era consciente de los defectos que pintó en sus personajes, quería reflejar fielmente la realidad", apunta el oftalmólogo que ha llevado a cabo la investigación junto a sus compañeros María José Vinuesa y Julián García. Como en El tramposo del as de tréboles del Kimbell Art Museum de Texas (EE.UU.), la ladrona y el caballero de La buenaventura, una de las escenas diurnas que pintó el artista barroco también tendrían que pasar por la consulta de un especialista. "En su caso se trata de un pseudoestrabismo, mucho más evidente en la muchacha que en el noble, además de telecanto [una distancia excesiva entre los ojos]", afirma el especialista. "No son problemas de salud especialmente significantes, propios de la época", aclara. "Se les daba poca importancia; ni siquiera se consideraban".

Los protagonistas de los cuadros de La Tour del Museo del Prado tampoco gozan de vista de águila. O al menos eso es lo que quiere hacer creer uno de ellos, Ciego tocando la zanfona. Este músico callejero podría estar fingiendo ceguera, ya que "los ciegos disfrutaban de ventajas frente a los demás músicos ambulantes, tales como elegir los espacios más céntricos y concurridos para obtener mejores limosnas". En otra de las obras de La Tour, La riña de los músicos, del Getty Center de Los Ángeles, —también presente en la exposición del Prado— dos músicos callejeros pelean porque uno de ellos sospecha que el otro finge ser invidente, y para demostrarlo está intentando exprimir un limón en su cara. Al margen de la posible invidencia, Santos-Bueso concluye que el músico podría sufrir un descenso permanente del párpado (ptosis secundaria) y padecer un hundimiento del globo ocular (enoftalmo).

Aunque su ceguera fuera fingida, para obtener mejores lugares en los que mendigar, el músico de la zanfona podría sufrir un descenso permanente del párpado ('ptosis secundaria') y padecer un hundimiento del globo ocular (enoftalmo).
Aunque su ceguera fuera fingida, para obtener mejores lugares en los que mendigar, el músico de la zanfona podría sufrir un descenso permanente del párpado ('ptosis secundaria') y padecer un hundimiento del globo ocular (enoftalmo).

"La mayoría de estas enfermedades pueden corregirse en la actualidad", afirma el oftalmólogo y añade que ni siquiera las representaciones de los santos se libran de las deficiencias oculares. Ya diagnosticó que el San Juan Evangelista de El Greco sufría estrabismo y una degeneración de la córnea del ojo izquierdo. El San Jerónimo leyendo una carta de La Tour utiliza unos quevedos para estudiar el documento que tiene frente a él. Es imposible determinar cuántas dioptrías tiene, pero el uso de lentes demuestra una presbicia considerable. "Esos quevedos sin patillas se ajustaban a la nariz y acababan dando mucho dolor de cabeza. Seguramente por eso las lleva en la mano", concluye Santos-Bueso.

Hace algo más de diez años nadie sabía que San Jerónimo leyendo una carta era de La Tour. Permaneció durante siglos sin ser acreditado a su autor hasta que el catedrático y patrono del Prado José Milicua llevó a cabo la atribución junto al exdirector del Louvre Pierre Rosemberg. La vista, en este caso sana, de los expertos fue esencial para saber que se trataba de una obra de arte singular.

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