Cazadores de audiencia
La cancelación de ‘El cazador de cerebros’ confirma que ni siquiera la casa de todos es un lugar seguro para programas de probado prestigio y servicio público
Esta columna iba a versar en su totalidad sobre la cancelación de Por el amor de Dios, la comedia de temática religiosa de los hermanos Caballero, cuya morada iba a ser HBO Max. Hace pocos días, ambos lo anunciaron en sus redes sociales: el proyecto no proseguía “por diferencias irreconciliables en el contenido”. Los que trabajamos en televisión sabemos que ninguna emisión está garantizada hasta después de que ocurra, pero aun así, es descorazonador que ni siquiera haya confianza plena en creadores de más que probada so...
Esta columna iba a versar en su totalidad sobre la cancelación de Por el amor de Dios, la comedia de temática religiosa de los hermanos Caballero, cuya morada iba a ser HBO Max. Hace pocos días, ambos lo anunciaron en sus redes sociales: el proyecto no proseguía “por diferencias irreconciliables en el contenido”. Los que trabajamos en televisión sabemos que ninguna emisión está garantizada hasta después de que ocurra, pero aun así, es descorazonador que ni siquiera haya confianza plena en creadores de más que probada solvencia y éxito como los hermanos Caballero. ¿Dónde nos deja eso a al resto de currantes del sector?
He comenzado escribiendo en pasado porque por el camino, gracias a la intervención de Pere Estupinyà el pasado domingo en A vivir, nos hemos enterado de otra cancelación aún más desalentadora: la de El cazador de cerebros en RTVE. Lo es de un modo diferente a la anterior: la de Por el amor de Dios apela a la inseguridad constante de quienes nos ganamos el pan en la tele y confirma la desmoralizadora certeza de que ni siquiera el éxito rotundo le garantiza a uno poder crear en sus propios términos. La de El cazador de cerebros viene a confirmar que ni siquiera la casa de todos, esa en la que la audiencia no tendría por qué ser el valor primordial, es un lugar seguro para un programa económico, de probado prestigio y servicio público.
Pere Estupinyà ha matizado sus palabras y ha insistido en que desde RTVE se le ha pedido que les ofrezca nuevos formatos “más dinámicos, que puedan llegar a más personas”, pero hasta entonces sus espectadores quedan huérfanos y las entrevistas ya grabadas, en el cajón.
Especulaba Sergio del Molino en esta columna hace un par de días con la posibilidad de un programa sobre literatura en la tele pública para María Pombo después de sus declaraciones sobre su reticencia a la lectura. Ojalá no haya que esperar a que una influencer terraplanista domine la conversación pública durante días para que RTVE le dé una nueva oportunidad a Estupinyà.
La ironía en realidad enmascara la tristeza de asistir a la rendición progresiva de nuestra tele pública al modelo deprogramación privada. No por un “supremacismocultural”, como el que sacó a colación José Pablo López hace meses en el Congreso, al defender La familia de la tele, sino simplemente porque hay formatos cuya existencia solo tiene cabida en RTVE. Y esos, para el ente público, deberían ser los imprescindibles.