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Columna

María Pombo, divulgadora literaria

Algunas de las peores personas que he conocido en mi vida eran lectores voraces. Algunas, incluso, eran críticos literarios

Vistas las tendencias e inercias de la tele, veo próximo el fichaje de María Pombo en RTVE para el tramo de Página 2. O recuperando un espacio sosegado de entrevistas a escritores, a lo ...

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Vistas las tendencias e inercias de la tele, veo próximo el fichaje de María Pombo en RTVE para el tramo de Página 2. O recuperando un espacio sosegado de entrevistas a escritores, a lo Sánchez Dragó. Sería consecuente con la moda de publicar libros para gente que no lee: que promuevan su lectura personajes que tampoco leen. Así, los que leemos ya no tendremos excusas para ver la tele y podremos leer aún más.

Apoyo sin sarcasmos la candidatura de María Pombo como nueva heralda de las letras. Más Pombos necesitamos (también Álvaros, no solo Marías) y menos apóstoles de la lectura que te dan la paliza con lo bueno que es leer, como los testigos de Jehová que ofrecen cursos gratis sobre la Biblia. La tele cultural ha fracasado. Las recomendaciones literarias no funcionan. Probemos a desincentivar la lectura. Seguro que muchos haters se ponen a leer Guerra y paz solo por fastidiar a María Pombo.

Pero no es este indudable oportunismo comercial lo que me lleva a recomendar a María Pombo para presentar El ojo crítico y La aventura del saber, sino la certeza de que tiene razón. Dice Pombo que no somos mejores por leer. Por supuesto. Menuda obviedad. Es más: algunas de las peores personas que he conocido en mi vida eran lectores voraces. Algunas, incluso, eran críticos literarios. Gente terrible, intoxicada de rencores, feroz, sin una chispa de piedad o humanidad en sus cuerpos, sierpes venenosísimas. Pero cultísimas también. Stalin era un lector fino. Y Hitler, peor: además de lectorcillo, era autor de una autoficción superventas. Las mejores tiranías nacieron en una biblioteca.

Cualquier lector sabe que la lectura no te mejora en nada, desterremos ya esa ñoñería. Tampoco te cura ni te salva ni te ayuda a encontrar las soluciones a los problemas. La grandeza de leer es que no sirve para nada, es un vicio perfectamente inútil y solitario, tan egoísta como absurdo. Con otros vicios haces amigos, socializas. Con la lectura, si lees bien y a fondo, pierdes amigos. Por mucho que triunfen los clubes de lectura, un buen lector debe robarles tiempo a las personas. Se requieren cierta misantropía y mucha soledad, atributos incompatibles con el mejoramiento ético.

Ya basta de milongas ministeriales y buenismos divulgativos: confesemos de una vez que los lectores leemos por placer cochino, por gozo personal. Nuestro ensimismamiento no es una entrega a los otros, sino un repliegue narcisista. Y está bien que así sea. Somos lectores, carajo, no héroes.

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