‘La familia de la tele’, modelo para gobernar
Le ha pasado al programa lo que le pasó al plan de regeneración democrática, a la amnistía pacificadora y a tres o cuatro proyectos más
Cuando el jueves salió Pedro Sánchez creí que iba a anunciar algo de La familia de la tele, pero solo quería pedir disculpas, como los niños traviesos que impostan los pucheros y se arrepienten tanto, pero tanto y tanto, que acaban inspirando compasión y sus padres olvidan que han liado...
Cuando el jueves salió Pedro Sánchez creí que iba a anunciar algo de La familia de la tele, pero solo quería pedir disculpas, como los niños traviesos que impostan los pucheros y se arrepienten tanto, pero tanto y tanto, que acaban inspirando compasión y sus padres olvidan que han liado una muy gorda. Hablaba de chorizos no muy presuntos, quizá porque presunto en portugués significa jamón, y la UCO ya había dejado claro de qué embutido se trataba. Para decir lo que dijo, tan insuficiente y tan sobreactuado, al presidente más le habría valido hablar de La familia de la tele, que resume todo lo que falla en el Gobierno mejor que lo de Cerdán, Koldo y Ábalos.
La familia de la tele, mascarón de la nueva RTVE, llegó con desfiles y reverencias cortesanas y se ha esfumado como el gas de un refresco mal cerrado, revelando a quien le da un trago desprevenido su carácter fraudulento de mejunje barato y azucarado. Le ha pasado al programa lo que le pasó al plan de regeneración democrática, a los 50 años de la muerte de Franco, a la amnistía pacificadora y a tres o cuatro proyectos más que venían a poner el mundo del revés y han acabado escurriéndose por la trasera de un archivador en la entreplanta de una delegación territorial de un ministerio cuyo nombre también hemos olvidado. Si el programa constituye un caso de estudio ideal de esta conducta reiterada del Gobierno, consistente en hacer mucho ruido para luego dejar las cosas morir, es porque la televisión puede ser una familia, pero como los Borgia, no como los Ingalls de La casa de la pradera: no tiene piedad con los caídos y mide su agonía con decimales.
Venía el Neosálvame, como tantas otras cosas, a satisfacer un clamor popular, pero una vez barrido el confeti de la inauguración, ese clamor apenas era susurro. Nadie lo quería y nadie lo necesitaba, pero hacía ruido en las redes sociales, permitía mantener la iniciativa de la conversación pública y servía para llamar fachas a los aguafiestas que se oponían al fiestón. La estrategia ha funcionado demasiado tiempo, pero no aguanta más porque el trío de Koldo, Cerdán y Ábalos le ha quitado al Gobierno la iniciativa. Ya no puede montar pasacalles ni recurrir al pan y circo. El único consuelo que le queda al presidente en estas horas bajísimas es que todo este lío ya no va a ser apostillado por Belén Esteban en TVE.