El friqui sigue dando miedo

En las sociedades que sacan pecho por inclusivas y abiertas, el friqui rompe sus moldes y revienta sus costuras

La 'influencer' RoRo, en un vídeo publicado en su cuenta de TikTok.

En las sociedades que sacan pecho por inclusivas y abiertas, el friqui rompe sus moldes y revienta sus costuras. Incluso en aquellas que han normalizado los trastornos autistas y las conductas sociales asociadas con la ansiedad, el friqui puede ser objeto de odio y burla sin que los odiadores y los burladores se sientan turba ni les penalice su imagen de buenísimas personas. Uno puede compartir un meme que ridiculiza a un friqui, o jartarse de reír de los chistes que se hacen en la tele a su costa sin dejar de tenerse a sí mismo por ciudadano ejemplar, usuario de la bicicleta, reciclador dilig...

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En las sociedades que sacan pecho por inclusivas y abiertas, el friqui rompe sus moldes y revienta sus costuras. Incluso en aquellas que han normalizado los trastornos autistas y las conductas sociales asociadas con la ansiedad, el friqui puede ser objeto de odio y burla sin que los odiadores y los burladores se sientan turba ni les penalice su imagen de buenísimas personas. Uno puede compartir un meme que ridiculiza a un friqui, o jartarse de reír de los chistes que se hacen en la tele a su costa sin dejar de tenerse a sí mismo por ciudadano ejemplar, usuario de la bicicleta, reciclador diligente y aliado de todas las causas justas. Lo hemos visto estos días con Roro (la tiktoker novia perfecta y modosita), diana del odio de quienes luchan por la liberación absoluta de la mujer, pero es algo recurrente. Si no es ella, será otro: las fuerzas vivas de la aldea global siempre tendrán la yesca a mano para encender la tea contra cualquier friqui de comportamiento incomprensible y libérrimo.

Buena parte de la cultura televisiva se ha basado en el tiro al friqui. Los raros, los tonticos y los personajes extremos cuya vida no se puede asimilar en los parámetros de lo que cada tiempo considera normal han sido expuestos en el centro de la pista, para disfrute del autodenominado respetable. La cosa puede ir de la burla básica (los más viejos recordarán a Cárdenas en Crónicas Marcianas, o al Risitas con Quintero) al juicio moralista, como advertencia del camino que no hay que seguir. Ese sería el caso de Roro y de otros. Lo pueden ideologizar e intelectualizar todo lo que quieran, pero no se distinguen del público que iba a las charlotadas.

Estoy deseando ver Superestar, la serie sobre la aristocracia friqui española, la de Yurena y su séquito en los noventa. Con Nacho Vigalondo a la dirección y los Javis a la producción, la cosa promete ser un espejo insoportable para los que asistieron a aquello desde la superioridad moral que da pagar una hipoteca. Irá, sin duda, en la dirección contraria de The Big Bang Theory, ese blanqueador de la friquez (no, que te guste Star Wars no te convierte en friqui: es justo lo contrario, te convierte en el mínimo común denominador), y llevará la discusión a sitios incómodos que pondrán a prueba el compromiso con la diversidad de más de uno. Porque el friqui aún asusta a muchos.

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