Paloma brava
La excelencia, la perseverancia, el rigor… son cualidades desprestigiadas por vendehúmos disfrazados de emprendedores que las mentan sin olerlas. Pero son el único pasaporte profesional de los que no tienen nada. Del Río las convirtió en el suyo
En la emocionante despedida de Paloma del Río el pasado domingo, Almudena Cid contó que muchos deportistas retirados —ella incluida— se ponen los vídeos de sus propias hazañas “para volvernos a sentir competentes ante los golpes de la vida”. “Y ahí estás tú. Estás ahora, estuvistes y estarás”. Como no soy deportista —ni retirada, ni en activo—, alguna vez veo un vídeo de YouTube que compila algunos de los fallos más cla...
En la emocionante despedida de Paloma del Río el pasado domingo, Almudena Cid contó que muchos deportistas retirados —ella incluida— se ponen los vídeos de sus propias hazañas “para volvernos a sentir competentes ante los golpes de la vida”. “Y ahí estás tú. Estás ahora, estuvistes y estarás”. Como no soy deportista —ni retirada, ni en activo—, alguna vez veo un vídeo de YouTube que compila algunos de los fallos más clamorosos que se han visto en la gimnasia rítmica narrados por ella. Tiene los de la pobre Kapranova, por ejemplo; y alguna reprimenda terrorífica de Irina Víner. No hay recochineo por mi parte, al contrario. Los expresivos “¡Ahí va!” y “¡Adiós!” de Paloma ante los errores me reconfortan. Ojalá me acompañaran cada vez que me equivoco, igual que me han acompañado frente a la tele toda la vida.
Paloma del Río fue a clase con Vicente Vallés, Teresa Viejo y Ángela Rodicio, y ella era la de los mejores apuntes. Le contó a Buenafuente que tenía que sacar matrícula de honor para poder pagarse la carrera. Trabajaba de auxiliar de clínica por la noche, dormía cuatro horas por la mañana e iba a clase por la tarde. Se sacó hasta los cursos de jueces deportivos para entender cómo puntuaban y poder contarlo mejor.
La excelencia, la perseverancia, el rigor… son cualidades desprestigiadas por vendehúmos disfrazados de emprendedores que las mentan sin olerlas. Pero, mientras mejoramos las circunstancias, son el único pasaporte de los que no tienen nada. Y a menudo ni eso. A Paloma le sirvió, y gracias a ello hemos podido disfrutarla durante 37 años. “Cuando me muera quiero dejar mi metro cuadrado un poquito mejor de lo que lo encontré”, suele decir ella. En tu recién inaugurada jubilación, muchas gracias, Paloma, por la inmensa onda expansiva de ese metro cuadrado.
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