Jordi González: “Hubo un jefazo televisivo que le dijo a una presentadora: ‘Vuelve dentro de 12 kilos”
El catalán se alejó de Mediaset y ahora es presentador estrella de una TVE dispuesta a librar la batalla de las audiencias. Además de un programa vespertino, la pública sopesa encargarle un ‘prime time’ de fin de semana similar a ‘La noria’
Un anhelado año sabático alejó a Jordi González (Barcelona, 60 años) de la televisión, también como espectador. A su regreso, su empresa durante más de dos décadas, Mediaset, había cambiado de forma radical, así que se ha convertido en uno de los rostros estrella de la cada vez más competitiva TVE. Tras su paso veraniego por Lazos de sangre, ya prepara ...
Un anhelado año sabático alejó a Jordi González (Barcelona, 60 años) de la televisión, también como espectador. A su regreso, su empresa durante más de dos décadas, Mediaset, había cambiado de forma radical, así que se ha convertido en uno de los rostros estrella de la cada vez más competitiva TVE. Tras su paso veraniego por Lazos de sangre, ya prepara un programa vespertino con el que enfrentarse cada tarde desde La 1 a Ana Rosa Quintana (Telecinco) y Sonsoles Ónega (Antena 3). Y la cadena pública barrunta, aunque todavía sin aprobación oficial, confiarle un espacio para el prime time del fin de semana similar a su exitosa La noria.
El presentador despliega ironía en su casa de una lujosa urbanización de Pozuelo de Alarcón (Madrid), a pocos minutos de distancia de los platós de Prado del Rey. En su hogar reinan sus cuatro perras, Ginebra, Antonia, Taylor y Lola, de entre uno y seis años.
Pregunta. ¿Cómo se gestó su salto a TVE?
Respuesta. La jefa de originales de RTVE, Ana María Bordas, me llamó y me dijo que teníamos que hablar de varios proyectos. El más inmediato era Lazos de sangre [que emite en las noches de los martes]. Me hacía ilusión regresar a TVE, que es donde empecé. Sigo teniendo muy buena suerte, mi vida se ha definido siempre por la buena suerte.
P. Llevaba años hablando de un año sabático en Australia, que nunca llegó.
R. Cuando enfermó mi padre, lo descarté. Aunque él ya falleció, esta vez pensé en dedicar el tiempo libre a visitar Japón, aprender a cocinar, perfeccionar el inglés y ponerme en forma. No he hecho nada de eso, pero he viajado mucho, he leído dos libros por semana, he descansado y he conocido a mucha gente.
Hace muchos años, solo había tres cosas de las que nos prohibían hablar de forma crítica: de la Familia Real, la lucha contra ETA y El Corte Inglés”
P. Y no ha visto televisión.
R. No, salvo los informativos. He pasado temporadas largas en Brasil y Colombia y allí he seguido las noticias. Y, claro, consumo los contenidos a la carta de las plataformas que tiene todo el mundo.
P. Ahora que las plataformas de streaming apuestan por contenidos en directo, como Prime Video con Operación Triunfo, ¿en qué va a quedar la televisión generalista?
R. Por el momento, va a seguir siendo una opción gratuita. La radio ha sabido adaptarse; la tele no llegó a matarla. Hay algo en la televisión generalista a lo que nunca vamos a renunciar y es a hacer compañía a la gente. Además de que las generalistas son las que nos van a seguir manteniendo informados de lo que pasa en el mundo.
P. ¿Cómo recuerda su salto de la radio a la televisión a mediados de los ochenta?
R. Empecé en Los 40 Principales y luego llegué a tener un programa llamado Brigada 8-2-8 de denuncia ciudadana. Me llamó el jefe de programas de RTVE en Cataluña de ese momento. Era oyente y quería ofrecerme algo en tele. Al conocernos, me dijo con nada de sensibilidad: “Qué lástima que nunca vayas a hacer televisión por tener la cara marcada… Yo pensaba que eras normal. No puedes ponerte ante la cámara con esas cicatrices”. Suerte que no dinamitó mi autoestima, pero era joven y me creí lo que me dijo. Poco después, me llamó otro directivo de RTVE para hacerme otra oferta. Le dije que no hacía falta porque yo no podía hacer televisión por mis cicatrices. Al verme, me dijo que no veía razón para que no estuviera en pantalla. Este hombre fue Joan Ramón Mainat, uno de mis mejores amigos y quien me llevó a presentar durante años La palmera.
Hay algo en la televisión generalista a lo que nunca vamos a renunciar y es a hacer compañía a la gente”
P. Se dice que en televisión hay poco tacto con en el tema de la imagen.
R. Hubo un jefazo, del que no diré el nombre, que le dijo a una presentadora: “Vuelve dentro de 12 kilos”. A otra la obligó a ponerse pechos.
P. Jorge Javier Vázquez cuenta que Paolo Vasile le obligó a ponerse gafas sin necesitarlo, con lentes sin graduar.
R. Se operó la miopía y, cuando fue a presentar Aquí hay tomate sin gafas, Vasile le dijo que se las pusiese porque tenía cara de mala persona y de hijo de puta. Tiene que ser tremendo ahorrar para que te metan un láser en el ojo y que te digan eso.
P. Jorge Javier explicó hace poco que su relación con Vasile fue de amor-odio y cercana a lo paternofilial. ¿Cómo fue la suya con el directivo?
R. Ni de amor, ni de odio. Fue una relación muy cordial y educada. En casi 25 años me llamó solamente una vez la atención. Fue porque permití en La noria que Jimmy Giménez Arnau se burlara de la Virgen María. Vasile me llamó el lunes al despacho y me dijo: “¿Tú has pensado que entre nuestros accionistas hay personas católicas? ¿Es necesario ofender a los accionistas?”. Me di cuenta de que era verdad. No hace falta tolerar la ofensa. Todo ha cambiado mucho. ¿Te imaginas ahora un programa que se llamara Moros y cristianos?
P. Hablando de lo políticamente correcto, ¿cómo ve que Mediaset esté tan preocupada por implantar códigos éticos?
R. Es una empresa privada. Mediaset no me cuesta dinero, así que puede hacer lo que desee. Yo no lo haría. No creo en la censura, aunque sí en la autocensura. La gente con la que trabajas tiene que ser de tu confianza. Y si confías tampoco necesitan un manual de instrucciones para trabajar. Hace muchos años, solo había tres cosas de las que nos prohibían hablar de forma crítica: de la Familia Real, de la lucha contra ETA y de El Corte Inglés. Eran temas tabúes. Creo que este código ético es algo pasajero.
P. ¿Y cuál debería ser el rol de la televisión pública, la que sí nos cuesta dinero?
R. Tiene que entretener. Debería informar de la manera más aséptica posible, aunque no creo que exista la objetividad, porque no somos objetos, somos sujetos. Sí creo que un periodismo que use pocos adjetivos y que permita que sean los espectadores quienes los pongan. Y lo de formar, en televisión, me parece una quimera.
P. ¿Qué le recomendaría a Ion Aramendi, que hereda su puesto de moderar a los colaboradores de los debates de Supervivientes y Gran Hermano?
R. Que no se tome la vida muy en serio. Cuando yo lo he hecho, me he dado cuenta de que he parecido un histriónico. Me pongo en los tímpanos del espectador y está ese grupo de nadies gritando todos a la vez, contaminando la emisión... Cuando he elevado la voz para pararlo me he dado cuenta de que parecía un histérico.
Mi relación con Vasile fue muy cordial y educada. En casi 25 años me llamó solamente una vez la atención”
P. Su primera vocación fue la de profesor y en esos debates lo cumplió en parte, mandando continuamente callar a la gente. ¿Se sentía cómodo?
R. Era un tipo de profesor represor, que es algo que detesto. Los colaboradores quieren decir todo lo que piensan y sienten en los primeros cinco minutos. Hay que distinguir entre los debates de ideas y los de emociones. Los de emociones son mucho más complicados de moderar, pero son sin duda los que mejor funcionan en televisión. Ese concepto fue una de las cosas que creó Mainat en televisión, con Moros y cristianos. ¿El de Feijóo y Sánchez fue de emociones o de ideas?
P. Carlota Corredera ha dicho en este periódico que hablar en horario de máxima audiencia de la violencia de género y de feminismo le ha costado su puesto en televisión. Y Ana Rosa Quintana denunciaba recientemente ser una de las periodistas que sufren “un acoso real” desde el poder.
R. Carlota me dirigió en el programa TNT y siempre he tenido muy buena relación con ella. Sus razones tendrá para creer eso, pero muchas otras personas han hablado de esos asuntos en televisión en los últimos tiempos y no han desaparecido de televisión. Y Ana Rosa dice sentirse molesta porque se le considere derecha mediática. No hay nada de malo en ese término. Uno es libre de ser de derechas. Lo malo sería si te consideraran derecha antidemocrática. Lo que sí es cierto es que un político no puede regañar a un periodista. El sinvergüenza de Pujol salía con cosas como el latiguillo: “No, eso hoy no toca”. Era una forma muy zafia de negar el derecho de los periodistas a preguntar.
P. ¿Las redes sociales han hecho que todo sea más intenso y polémico?
R. Las redes son un campo de minas. El primer damnificado, si hablamos de lesiones que te pasan factura, fue precisamente Jorge Javier cuando dijo que Sálvame era un programa de rojos y maricones. Fue un comentario irónico que pagó en su momento porque su frase se reprodujo en internet fuera de contexto. Sin demonizar internet, todo eso de las audiencias sociales es bullshit. Si un directivo de televisión toma decisiones en función de los trending topics, creo que está equivocado. Twitter no solo está sobrevalorado a nivel financiero, también a nivel de influencia.
P. La política, en concreto el independentismo, ha generado una fractura en su familia.
R. Yo no soy independentista. Mi hermano sí. Y hace años que no hablamos del asunto. Pero sí estoy a favor de que la cuestión se ponga a referéndum. Yo votaría no, pero me encantaría que me lo hubieran preguntado. Ahora ya no puedo responder. Yo tributo mucho y el día que se descubrió toda la corrupción de Pujol decidí que no iba a poner ni un céntimo más allí. Me empadroné en Madrid, donde realmente vivía.
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