A Jack White se le da bien desafinar

El documental ‘Kneeling at the Anthem D.C.’ recoge dos actuaciones del músico en Washington en 2018. Es una de las pocas esperanzas que le quedan al rock guitarrero, pero resulta un tipo escurridizo

Jack White, en un concierto en septiembre de 2019.Rich Fury (Getty Images for iHeartMedia)

El culto a las guitarras eléctricas y a quienes las manejan dominó el rock de la segunda mitad del siglo XX y se fue diluyendo en la escena musical, mucho más diversa, del XXI. Para quienes se emocionaron con Jimi Hendrix, Led Zeppelin, Stevie Ray Vaughan o Gary Moore, quedan pocos referentes en las siguientes generaciones. Uno de esos pocos es Jack White, pero resulta un tipo escurridizo.

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El culto a las guitarras eléctricas y a quienes las manejan dominó el rock de la segunda mitad del siglo XX y se fue diluyendo en la escena musical, mucho más diversa, del XXI. Para quienes se emocionaron con Jimi Hendrix, Led Zeppelin, Stevie Ray Vaughan o Gary Moore, quedan pocos referentes en las siguientes generaciones. Uno de esos pocos es Jack White, pero resulta un tipo escurridizo.

Fundador de The White Stripes en 1999, junto con su falsa hermana Meg White (era su esposa) a la batería, emergió con un sonido crudo, distorsionado, cuidadosamente imperfecto. El dúo dejó un himno como Seven Nation Army, el riff del nuevo milenio, que hoy se corea en estadios y aglomeraciones de todo el mundo (incluso en contextos indecentes: una revista considerada seria presentó al “autor de la melodía del ‘Que te vote Txapote”, y luego borró el artículo). No es su único temazo, como demuestran la psicodélica Icky Thump o el blues abrasivo Ball and Biscuit.

Jack siguió en solitario a partir de 2012, incluso se apartó de la guitarra en su debut (Blunderbuss, donde se sentaba más al piano), pero la volvió a coger con fuerza en el segundo, quizás el mejor de su carrera como solista (Lazaretto). Al mismo tiempo participaba en dos ruidosos proyectos paralelos: The Raconteurs y The Dead Weather. El músico de Detroit se instaló en Nashville, se empapó de influencias variadas, creó su propia discográfica, produjo a otros artistas, hizo bandas sonoras para películas. Cambia de registro a menudo: alterna discos atronadores con acústicos, como los dos que lanzó muy seguidos en 2022; en algún álbum se pasa de experimental y se atreve a introducir rap y hip-hop. Odiaría ser previsible: prefiere mantener su aura enigmática, desconcertante.

El documental Jack White: Kneeling at the Anthem D.C. (en Amazon Prime Video), que produjo él mismo, recoge dos conciertos con su banda en Washington DC en 2018. Uno es el más interesante, pero sabe a poco: una actuación sorpresa en el instituto Woodrow Wilson. Los estudiantes celebran mucho la interrupción de sus rutinas; White los invita a acercarse tanto al escenario que acaba tocando entre la multitud. El otro se celebró en la sala The Anthem, donde interpreta un puñado de canciones de toda su carrera, y constituye el grueso del metraje, de 50 minutos. Se incluyen algunos cortes de una entrevista, tan breves que no sabes qué quería contar. Él se expresa más con la guitarra, mejor cuanto más viejas e imperfectas. Siempre se le dio bien desafinar.

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