Tribuna

‘Sálvame’ es ceniza

El desaparecido programa de Telecinco, el fútbol, las redes sociales e incluso el periodismo nos dan la dosis de idiotez necesaria para ir tirando: la intrascendencia es una da las características más valiosas del ser humano

Belén Esteban y Jorge Javier Vázquez, en 'Sálvame'.Vídeo: EPV

Vivimos empecinados en ser algo, en trascender, en el become más que en el to be, y ya no nos basta con los quince minutos de gloria de Andy Warhol, eso es para aficionados, ahora queremos una vida épica e inmortal todo el tiempo. Las redes sociales fomentan la estupidez de la trascendencia hasta el punto de que creemos que un tuit con una opinión que nadie nos ha pedido, una foto de nuestros pies en Insta o una coreografía en TikTok son el pasaporte al olimpo de una fama cuyo ...

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Vivimos empecinados en ser algo, en trascender, en el become más que en el to be, y ya no nos basta con los quince minutos de gloria de Andy Warhol, eso es para aficionados, ahora queremos una vida épica e inmortal todo el tiempo. Las redes sociales fomentan la estupidez de la trascendencia hasta el punto de que creemos que un tuit con una opinión que nadie nos ha pedido, una foto de nuestros pies en Insta o una coreografía en TikTok son el pasaporte al olimpo de una fama cuyo círculo se ha reducido tanto que apenas sirve de hula hoop.

Después de milenios convencidos de que lo importante era explorar el mundo para descifrar sus secretos, hemos llegado al punto de que el mundo sólo nos interesa para explicarlo a través de nuestras redes sociales y fotografiarlo con el filtro Clarendon de nuestro smartphone. La falsa trascendencia es una nueva droga.

Sálvame ha querido vivir al margen de esa adicción durante 14 años. Su intrascendencia ha sido voluntaria y consciente. Militante, si me permitís. Y ahora que el programa hace correr ríos de tinta, llena minutos en las tertulias y es trending topic a diario, justo ahora, es el momento de desvelar el gran secreto: Sálvame no es nada. Sálvame es cero importante. Sálvame es ceniza.

¿Ha acompañado a millones de personas durante muchos años? Pues claro, a tantas como para hacerlo líder e imbatible durante todos esos años. ¿Se recordará durante mucho tiempo? Eso parece. ¿Es importante? No. No lo es. Es intrascendente. Y el Barça de Guardiola y Messi también. El entretenimiento de masas es lo que tiene.

Sálvame ha sido durante años el programa más intrascendente de la televisión. Por eso era imprescindible para mucha gente, porque intrascendente no quiere decir inútil. Igual que hacer un poco de ejercicio ayuda a compensar nuestras sedentarias e intoxicadas vidas, un chute de intrascendencia nos hace valorar lo que realmente es trascendente de verdad. Hay pocas cosas importantes y debemos estar entrenados para reconocerlas cuando suceden. Si todo es siempre importante es que nada lo es.

Cada persona elige su ranking de cosas importantes: la paternidad, el trabajo, la familia, el sexo, la amistad, tener limpia la conciencia, dejar huella, sobrevivir… Y en televisión, los que no informamos, entretenemos y punto. Y le quitamos peso a la vida durante unas horas con la firme creencia de que la gente sabe lo que es importante: sus derechos, una sociedad más justa, un nivel de vida digno, mirar al futuro sin miedo, alejarse de los retrógrados… España ha evolucionado tanto como para que convivan en parrilla nuestros programas con otros muy diferentes y la gente elige lo que ve, como elige también qué sociedad de futuro quiere. Pero mejor cambio de tema porque me estoy poniendo trascendente. Y si en algún momento en Sálvame cometimos el error de creernos trascendentes, el público nos acabó castigando por ello. Y la sociedad también, porque unos titiriteros como nosotros no debemos creer que podemos hablar en serio.

Sálvame ha sido intrascendente y ha regalado intrascendencia a espuertas. El programa no ha sido nunca nada, o mejor, ha sido la nada en sí misma. Es algo que sé desde siempre, pero que confieso hoy que ya no es ni siquiera la nada que siempre fue.

Los presentadores y colaboradores de 'Sálvame' durante el último programa, emitido el 23 de junio de 2023.Mediaset

Sálvame ha estado ahí 14 años, la gente lo veía y luego lo quitaba y al día siguiente lo volvía a poner y a quitar, básicamente porque estaba ahí y llevaba el suficiente tiempo como para ser familiar. Era el pop up de la tele, se creaba, se consumía, se autodestruía y se regeneraba sin dejar huella. Sálvame ha sido el meme del día, la sesión #69 de BZRP, la canción de un verano que ha durado 14 años. No había ningún plan, ni objetivo. No lo hubo jamás. Ni hubo deseos de obligar, ni convencer, ni adoctrinar a nadie. Solo de entretener con la insustancialidad.

Sálvame ha sido la invisibilidad de lo muy visto. Sálvame no obligaba a pensar, te permitía disfrutar de la pasividad durante un rato cada día, era la gimnasia mental que recolocaba los niveles de trascendencia. Se consumía sin darle importancia, como el aire que nos mantiene vivos. Como la espuma de los días. Ha sido puro entretenimiento. No ha habido espacio más positivamente intrascendente que Sálvame y por eso el público lo hizo necesario. Porque durante muchos años, cada día aportaba a millones de personas esa sensación de paz que genera el vacío, un placer familiar, que ahora mucha gente lamenta perder. Por eso, sólo podemos decir: gracias.

Y gracias a Mediaset por estos años, para ellos es el enorme patrimonio inmaterial e inmortal que el programa les ha legado. Ahí queda un retrato sociológico de incalculable valor del entretenimiento líder. Una broma inagotable, una telenovela con más capítulos que ninguna otra, un reality infinito que sí tenía final… o no.

Son muchos los que han caído en la trampa de la falsa trascendencia de Sálvame con críticas venenosas. Hemos sido el demonio y también el dios de la creación televisiva, pero en realidad no éramos nada. Nuestra audiencia lo sabía y eso es lo que más les gustaba. Hubo personas que necesitaron un enemigo y creyeron encontrarlo en Sálvame, pero éramos el placebo de la enemistad. Ellos eran Quijotes y nosotros solo éramos molinos. Es imposible batallar contra la nada y eso ha generado mucha impotencia y mala leche a los que han querido acabar con el programa en estos años. Sálvame nunca quiso ser más que una tontería. ‘Solo es una película’, que diría Hitchcock.

El escritor suizo Robert Walser pasó su vida intentando ser lo menos importante posible hasta el punto de internarse voluntariamente en un sanatorio mental. Toda su obra es un canto a la trivialidad: “La ceniza es la humildad, la intrascendencia y la falta de valor mismas. ¿Se puede ser más inconsistente, más débil y más insignificante que la ceniza? (…) Donde hay ceniza, en realidad no hay nada. Pon tu pie sobre la ceniza y apenas notarás que has pisado algo”. Pero cuidado, porque donde hay ceniza, ha habido fuego y seguramente… mucha pasión.

Jorge Javier Vázquez, en el primer 'Sálvame diario', en 2009.

De tanto en cuanto aparece un artículo que afirma que el fútbol idiotiza a la sociedad hasta el punto de desviar su atención de la realidad política, económica y social, que a juicio del articulista, es lo realmente importante. Pero lo cierto es que una de las características más valiosas del ser humano es la idiotez, que es una forma de llamar a la intrascendencia. El fútbol, Sálvame, las redes sociales e incluso el periodismo, nos dan la dosis de idiotez necesaria para ir tirando.

No olvidemos ser inteligentes, pero tampoco olvidemos ser un poco idiotas. Los que se niegan a reconocer su idiotez acaban queriendo destruir a los que les llaman idiotas. El emperador que va de listo acaba desfilando desnudo.

Acabó Sálvame. Nos vamos con la nada a otra parte, porque una de las ventajas de la nada es que pesa muy poco y se puede transportar. Vamos a seguir inundando de nada Mediaset con nuevos proyectos y nos llevamos esa nada también a Netflix donde vamos a seguir reivindicando un espacio con cero trascendencia. La idiotez es nuestro antídoto a tanta blancura grisácea y cenicienta. Porque somos ceniza, pero nunca seremos grises.

¿Buscamos trascender con ello?

Quizá sí.

No lo sabemos.

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