‘Succession’ y el jaque mate final de una serie de 10
La serie con la que HBO sigue pavimentando su camino de prestigio se ha despedido con una última temporada brillante y un capítulo final que sella el futuro de los hermanos Roy. (Ojo, este artículo incluye detalles del final)
“Somos unos mierdas. No somos nada”. Un Roman Roy en sus horas más bajas por fin lo ve claro. Puede que sean multimillonarios, que tengan familias, que aparenten tenerlo todo. Pero, en el fondo, no tienen nada. Los hermanos Roy se quedan solos ante el abismo. A lo largo de cuatro fantásticas temporadas, Succession ha ido forjando el destino de sus protagonistas. El final podría haber sido otro, pero el que ha elegido su creador, Jesse Armstrong, es uno de los más justos. Y al mismo tiempo, ¿a quién le importa el final...
“Somos unos mierdas. No somos nada”. Un Roman Roy en sus horas más bajas por fin lo ve claro. Puede que sean multimillonarios, que tengan familias, que aparenten tenerlo todo. Pero, en el fondo, no tienen nada. Los hermanos Roy se quedan solos ante el abismo. A lo largo de cuatro fantásticas temporadas, Succession ha ido forjando el destino de sus protagonistas. El final podría haber sido otro, pero el que ha elegido su creador, Jesse Armstrong, es uno de los más justos. Y al mismo tiempo, ¿a quién le importa el final cuando el viaje ha sido estratosférico?
Succession, la serie que sigue pavimentando el camino de prestigio que dibuja HBO en su historia, nació como una apuesta atrayente por lo desconcertante. Una especie de drama familiar con millonarios cargado de comedia negra en el que el cabeza de familia, ya anciano, decide elegir entre sus hijos al heredero para quedarse al frente de su imponente conglomerado mediático. Había un claro candidato, Kendall, pero la sorpresa es que, de repente, incluye al resto en la competición por sentarse en el trono. A partir de ahí se construye una sátira brutal sobre el poder, las relaciones paternofiliales, las fraternales, la política y la fuerza destructiva del dinero. Fue adictivo contemplar cómo los más privilegiados entre los privilegiados se lanzaban, capítulo tras capítulo, dardos envenenados en forma de los insultos más retorcidos posibles y las traiciones más dolorosas.
Los guiones de esta historia se fueron afilando hasta llegar a un nivel en la última temporada en el que es difícil ponerle un pero. Lo mismo ocurre con las interpretaciones de los protagonistas. Unos actores en constante estado de gracia se adaptaron poco a poco tanto a sus personajes como al peculiar estilo de rodar que ha mantenido la serie, donde la improvisación y el manejo de varias alternativas de diálogos eran constantes. Impresiona la altura que han alcanzado Sarah Snook y Kieran Culkin con el tiempo (Brian Cox, Matthew Macfadyen y Jeremy Strong ya estaban en lo alto cuando la serie comenzó). Y siempre, la banda sonora firmada por Nicholas Britell, de un nivel comparable a las icónicas partituras que Max Ritcher y Ramin Djawadi escribieron para The Leftovers y Juego de tronos, respectivamente.
La última temporada llegó justo a tiempo para cerrar la historia de los Roy sin alargar demasiado la fórmula. La tentación de mantener a los hermanos en una perpetua riña por el poder, con diferentes combinaciones de alianzas que saltaban por los aires en cada nueva reunión para una celebración familiar en un castillo del mundo, debía ser fuerte. Si la serie se llamaba Succession, había que llegar ya a la clave del asunto, la sucesión. Otra decisión arriesgada para ello fue la que tiene lugar en el capítulo La boda de Connor, ya historia de la televisión del siglo XXI y en el que los espectadores viven de la mano de los hermanos Roy la incertidumbre, la incomprensión, el dolor y la aceptación de lo inevitable. A partir de ahí, los acontecimientos se aceleraron en una temporada que no ha dado respiro y que ha incluido el seguimiento de unas elecciones desde dentro de una televisión nacional estadounidense o un funeral casi de Estado.
En el episodio final, emitido este domingo 28 de mayo (en la madrugada del lunes 29 en España), los hermanos decidieron poner las cartas sobre la mesa. En sus casi 90 minutos hay tiempo para todo: para felices reencuentros, para confesiones románticas al estilo Succession (”te has enamorado de las posibilidades organizativas”), para filtraciones que lo revolucionan todo, para dos o tres cambios de opinión, para gritos, peleas, más gritos. “Te quiero, pero no te soporto”. Los Roy siempre se han defendido como familia, pero no se aguantan. Salen trapos sucios, hay más engaños, todavía tenían más mierda guardada para lanzarse. Succession en estado puro en solo 90 minutos mientras la cámara, con su estilo inconfundible, sigue a los personajes por la espalda, mostrando al espectador su nuca y haciéndole partícipe de la tensión y las trifulcas.
Dos capítulos atrás, Tom Wambsgans, un trepa sin escrúpulos al que un formidable Matthew Macfadyen se ha encargado de dar mil capas, daba con otra clave: “La información es como una botella de buen vino: la guardas, la escondes, la reservas para una ocasión especial y se la partes a alguien en la cara”. En Succession, las mentiras y las medias verdades estaban a la orden del día. Hasta que todo estalla y ya nada importa. La negociación con los suecos de GoJo que ha sobrevolado toda la temporada se cierra en los últimos 10 minutos para dejar a los personajes ante el abismo. Es, ni más ni menos, la situación que se han ganado a lo largo de toda la serie. Los Roy pierden. La cámara les muestra en su nueva situación, derrotados. Lo tienen todo y no tienen nada. El trepa ha ganado, el primo sanguijuela permanece. Ellos son historia. Y están solos. Un final trágico, justo e inevitable. Un broche de oro.
Cómo nos ha gustado odiar a estos miserables.
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