Cuando Lola Flores domó y sometió a la televisión

En su programa entrevistas, y general en su día a día, la Faraona vivía y constataba que vivía al mismo tiempo

Lola Flores, felicitando la Nochevieja en TVE, en una imagen de los años ochenta.

Cuando Lola Flores entrevistó a Guillermo Cabrera Infante en aquel programa de Antena 3 titulado Sabor a Lolas, el escritor empezó correspondiendo a los halagos de la entradilla diciendo que le emocionaba mucho estar allí, frente a un mito, “porque Lola Flores es un mito en Cuba”. La Faraona asintió con naturalidad y dijo: “Pues es ve...

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Cuando Lola Flores entrevistó a Guillermo Cabrera Infante en aquel programa de Antena 3 titulado Sabor a Lolas, el escritor empezó correspondiendo a los halagos de la entradilla diciendo que le emocionaba mucho estar allí, frente a un mito, “porque Lola Flores es un mito en Cuba”. La Faraona asintió con naturalidad y dijo: “Pues es verdad, está feo que yo lo diga, pero yo fui un mito en aquella Habana”. De todas las escenas monumentales que Lola Flores dejó a la televisión, este parece anecdotario del montón. Y, sin embargo, creo que da mejor que otras la medida de lo que significó Lola Flores en un medio donde no solo reinó, sino al que domó y sometió.

Ahí estaba, uno de los escritores más venerados de su tiempo, inclinándose ante la grandeza de la Niña de Fuego, y la Niña de Fuego no solo aceptó el cumplido, como hace la gente educada, sino que lo certificó como dogma. En estos tiempos donde vivimos tan obsesionados con la identidad y donde la puesta en escena es tan importante (esa máscara moral de la que habla Edu Galán en su último ensayo), Lola Flores simplemente era. No solo no añadía complementos al verbo ser, sino que lo fundía con el verbo estar. Estar y ser significaban lo mismo para ella. Flores vivía y constataba que vivía al mismo tiempo, y cuando hablaba, tan solo hablaba, no quería demostrar nada ni situarse en un bando ni ponerse de ejemplo. Esa actitud desarmaba cualquier código teatral o televisivo y la convertía en una presencia indefinible y fascinante para la pantalla.

Desbordó la tele como antes desbordó el flamenco, porque desbordaba la vida misma. Y no hay talento o virtuosismo académico que pueda vencer a una fuerza tan poderosa. Hoy la tele vuelve a rendirse a ella en su centenario. Y hace bien.

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