‘She-Hulk’: cuando el supervillano es el espectador

Cualquier personaje poderoso que no esté interpretado por un hombre se considera basura feminazi, cualquier héroe que no sea blanco y heterosexual se pliega a la dictadura progre. Lo disfrazan de guerra cultural pero solo son ancianos gritándole a una nube

Tatiana Maslany, protagonista de 'She-Hulk'.

Hace años, el grupo de experimentación literaria OuLiPo determinó que en la narrativa criminal faltaba por escribirse un libro en el que el asesino fuese el lector. De existir tal carencia en la ficción audiovisual, She-Hulk la subsana. En la serie de Disney+ el archienemigo es el espectador, concretamente los que antes de su estreno i...

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Hace años, el grupo de experimentación literaria OuLiPo determinó que en la narrativa criminal faltaba por escribirse un libro en el que el asesino fuese el lector. De existir tal carencia en la ficción audiovisual, She-Hulk la subsana. En la serie de Disney+ el archienemigo es el espectador, concretamente los que antes de su estreno inundaron internet de críticas demoledoras.

¿Tenían el don de la adivinación? No, solo odio preconcebido, nunca la aceptaron como lo que es: una original comedia legal a mayor gloria de la genial Tatiana Maslany, tan disfrutable por los seguidores de Marvel como por quienes viven, y muy bien, ajenos a los elfos cambiaformas de Asgard.

El hallazgo de su guionista, Jessica Gao, ha sido anticipar ese odio y ridiculizarlo en pantalla. Sabía que viviría idéntico corolario reaccionario que Capitana Marvel o Ms. Marvel: cualquier personaje poderoso que no esté interpretado por un hombre se considera basura feminazi, cualquier héroe que no sea blanco y heterosexual se pliega a la dictadura progre. Probablemente Jennifer Walters habría preferido enfrentarse a un supervillano digno, pero le han tocado un puñado de señores patéticos —los autores de las críticas no eran adolescentes descerebrados sino tipos que sobrepasan la treintena— que en la ficción la atacan con algo tan poco heroico como la pornovenganza y en la realidad con 280 caracteres de improperios; tipos que disfrazan su frustración de guerra cultural cuando solo son ancianos gritándole a una nube que las mujeres tratan de reemplazarlos y determinado tono de piel de elfos o sirenas les roba la infancia. ¿Es lo más ridículo que van a leer hoy? No, en la serie de los ochenta, el doctor Banner pasó a llamarse David porque a los directivos de la CBS Bruce les sonaba “demasiado gay”. La estupidez no es patrimonio de ninguna época.

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