El ‘caso Cassez-Vallarta’: el montaje del siglo vuelve a sus pantallas
Basado en ‘Una novela criminal’, de Jorge Volpi, la docuserie de Netflix revitaliza un asunto que hunde sus raíces en las cloacas del sistema mexicano de justicia. Ni siquiera después de tantas pesquisas se conoce toda la verdad
Esta es la historia de una conspiración tan compleja, de un montaje tan extraordinario que ni siquiera quienes más saben del asunto tienen todas las respuestas en su mano. Es, también, una historia que se inició en un noticiero televisivo de la mañana mexicana en 2005, se convirtió en el libro Una novela criminal — con el que Jorge Volpi ganó el Premio Alfaguara en 2018— y ha vuelto ahora a las pantallas en forma de docuserie de cinco capítulos en Netflix. Solo un proceso se ajusta a es...
Esta es la historia de una conspiración tan compleja, de un montaje tan extraordinario que ni siquiera quienes más saben del asunto tienen todas las respuestas en su mano. Es, también, una historia que se inició en un noticiero televisivo de la mañana mexicana en 2005, se convirtió en el libro Una novela criminal — con el que Jorge Volpi ganó el Premio Alfaguara en 2018— y ha vuelto ahora a las pantallas en forma de docuserie de cinco capítulos en Netflix. Solo un proceso se ajusta a esta locura y es el caso de Florence Cassez e Israel Vallarta, acusados de liderar una banda de secuestradores en México.
El caso Cassez-Vallarta: Una novela criminal articula en sus episodios de alrededor de una hora un gran entramado de mentiras, manipulaciones, corruptelas, abusos, torturas y desmanes ejercidos por los poderes públicos para vender como lucha contra el crimen lo que no era más que montaje. La idea inicial, contaba el jueves pasado en Madrid su productor, Pablo Cruz (Luis Miguel), era trabajar el caso como una ficción. Pero este camino pronto se vio bloqueado. “Teníamos un equipo de escritores y unos pizarrones gigantescos en la oficina donde había un desglose perfecto de cada uno de los episodios, pero era complicadísimo tener un punto de vista objetivo dentro de la ficción. Si no tienes un Jorge Volpi dentro es imposible contar esto porque todos mienten, los puntos de vista son contradictorios todo el tiempo”. Después de varias reuniones con Netflix se dieron cuenta de que tenía que ser un documental: “había que devolverle la voz a los que habían sido parte del problema”, asegura Cruz. Y ahí vieron que los guiones no tenían ningún sentido, que esta ficción montada por la policía y el Gobierno mexicano superaba los límites de cualquier relato; tenían que empezar de cero.
Resulta sobrecogedor ver cómo una prensa entregada al poder interroga con total impunidad a Cassez y Vallarta ya como culpables con nombres y apellidos. Después de ser detenidos, forzados y torturados en directo los dos iniciaron un infierno que todavía no ha terminado para él, ahora que ha cumplido 17 años en prisión preventiva sin sentencia. De nada ha servido que se probara por activa y por pasiva que todas las acusaciones contra Israel y sus familiares (varios fueron detenidos y torturados también) eran invenciones del poder para crear de la nada una temible banda. Después de una ofensiva diplomática que puso en riesgo las relaciones entre México y Francia, Florence fue liberada y regresó a su país en 2012. Había pasado siete años en la cárcel.
La narración, que no pierde en ningún momento el ritmo, se apoya cuando es necesario en tres malos de película, los tres grandes urdidores de la trama. El poderoso empresario, Eduardo Margolis, un oscuro justiciero de verbo fácil, el único que participa en el documental con el rostro oculto; el jefe de la Agencia Federal de Investigaciones, la élite de la policía en la época, Genaro García Luna —a la espera de juicio en Estados Unidos por colaborar con el cartel de Sinaloa— y su mano derecha, Luis Cárdenas Palomino, en prisión desde hace un año por torturar a sus detenidos. Este último es la inquietante figura de abrigo negro que abre la puerta del rancho a la policía en el primer episodio para que detengan a Vallarta y Cassez (y no es, ni mucho menos, lo más alucinante del caso) y es quien agarra del cuello y agrede a Israel delante de las cámaras para condicionar su testimonio.
El montaje prescindió, cuentan los responsables, de mucho material. Y se agradece la concisión, más en una época de excesos y con un caso así. Las recreaciones, escasas y discretas, se han utilizado para leer parte de los sumarios y en el caso de algunas víctimas, cuya imagen está protegida por ley. Pero, además, el propio rodaje fue diferente. “En un proyecto de una magnitud así, que exigía una responsabilidad especial, nuestra manera de abordarlo fue muy experimental. No era un documental al uso, era también una investigación que a día de hoy no termina, una investigación inconclusa e imposible”, explicaba ese mismo jueves el editor de la serie, Sam Baixauli (El Chapo).
Una prueba de que es un caso abierto resucitado por la serie es su recepción en México. “Excedió todas las expectativas que teníamos, fue una recepción inverosímil. Imaginaba que iba a tener una recepción mucho mayor que la novela, no es que me sienta muy orgulloso de esto, pero vivimos en un mundo que te dirige a lo audiovisual, pero en realidad excedió todo”, explicaba en la Casa de México de Madrid Jorge Volpi, coproductor además de la serie. Rápidamente, se convirtió en un tema de discusión de todos los actores políticos y en una arma arrojadiza del gobierno de Andrés Manuel López Obrador contra sus rivales de ahora y del pasado, si bien, como dice Volpi, lo que demuestra El caso Cassez-Vallarta: Una novela criminal es que “el sistema de justicia no ha mejorado en absoluto en estos años”.
Después de tres años investigando a fondo este caso, Volpi publicó Una novela criminal, obra en la que se basa el documental, que como buena pieza de un caso en construcción consigue ir más allá. “Creo que la serie afina otras perspectivas, no es que haya cambiado drásticamente, pero sí ha dado muchas más pistas sobre cómo interpretar todo”, reconoce Volpi.
Quienes mejor conocen el caso, quienes mejor se mueven por el laberinto de un sumario que ocupa una habitación, tienen preguntas sin responder y teorías sobre algunas de las ramificaciones del asunto. No solo le ocurre a los productores o a Volpi, también, por ejemplo, a la periodista Emmanuelle Steels, autora de El teatro del engaño (Grijalbo) y uno de los grandes valores del documental gracias a la calidad de su testimonio. Su reconstrucción del caso en forma de investigación periodística ha sido esencial para todo lo que ha venido después. “A día de hoy, seguimos descubriendo. Esto no ha acabado aquí”, asegura Sam Baixauli. “Yo creo que el pacto que han hecho [García Luna y Palomino] con quien sea que lo hayan hecho para mantener esto como un secreto se mantendrá. Como miles de secretos más que se llevaran a la tumba”, remata Pablo Cruz. Un caso imposible, un documental fascinante del que no se ha escrito el último capítulo. Así ocurrió con Serial, el podcast que lo cambió todo. La liberación de Adnan Syen tras 23 años en prisión acusado de matar a su antigua novia prueba la fuerza de ciertos materiales audiovisuales para mantener vivo un caso, por mucho que la verdad sea imposible de asir.
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