Atracón de tele (analógica) veraniega

No hay vacaciones sin relajación de costumbres. El criterio también descansa en agosto, tanto el de los programadores como el de los espectadores

Una imagen del último capítulo de la 21ª temporada de 'Cuéntame'. Foto: IRENE MERITXELL | Vídeo: EPV

Cada verano me sacudo la posmodernidad y retrocedo a un estado premoderno, casi reaccionario. Cuesta acostumbrarse, es como bañarse en agua fría, pero una vez dentro, el cuerpo ya no quiere otra cosa. Poco a poco, el dedo recuerda el tacto del mando a distancia. Acostumbrado a ir arriba y abajo por los menús de las plataformas, cuesta pulsar los botones de los números, pero reconforta comprobar que no se han borrado. Ahí están, donde han estado siempre, La 1, La 2, Antena 3, Cuatro, Telecinco, La Sexta y, para los que siempre prueban las especialidades locales, el canal autonómico que correspo...

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Cada verano me sacudo la posmodernidad y retrocedo a un estado premoderno, casi reaccionario. Cuesta acostumbrarse, es como bañarse en agua fría, pero una vez dentro, el cuerpo ya no quiere otra cosa. Poco a poco, el dedo recuerda el tacto del mando a distancia. Acostumbrado a ir arriba y abajo por los menús de las plataformas, cuesta pulsar los botones de los números, pero reconforta comprobar que no se han borrado. Ahí están, donde han estado siempre, La 1, La 2, Antena 3, Cuatro, Telecinco, La Sexta y, para los que siempre prueban las especialidades locales, el canal autonómico que corresponda. A los pocos minutos, el dedo pasa de una a otra como cuando las teles eran tontas y las llamábamos así, cajas tontas, y no smart tv. Si nos acomodamos bien en el sofá, estaremos listos para explorar ese territorio de refrito, mediocridad y horterismo llamado tele (analógica) de verano.

No hay vacaciones sin relajación de costumbres. El criterio también descansa en agosto, tanto el de los programadores como el de los espectadores. Ya nos pasamos el año curioseando en las plataformas, perdidos en la oferta inabarcable de las series, puntuando, jerarquizando, valorando y poniéndonos exigentes hasta con la BBC. Si en verano bebemos con gusto el tinto de ídem, aceptamos como paella el arroz con ojos del chiringuito (llamado así, con ojos, porque de las gambas solo se ven las cabezas) y nos paseamos por el pueblo en bermudas y camisas floreadas que causan ataques de epilepsia, debemos ser coherentes con nuestros hábitos televisivos, sobre todo si estamos fuera de casa y el apartamento de vacaciones no tiene wifi ni recordamos la contraseña de Disney+.

No recomiendo empezar el ejercicio por la mañana, pero allá cada cual. En general, la franja mañanera del verano es como la de cualquier otra estación del año, pero con otros bustos y unos tertulianos que fingen que les importa la actualidad mientras miran la hora en el móvil para calcular cuánto queda para irse a la playa. En Al rojo vivo, en Espejo público, en La hora de la 1 y en Ya es mediodía se sienten fuera de estación. Se saben insípidos, como los melones en febrero. El único que mantiene su vigencia estacional es Alfonso Arús, que en verano le pone el apellido Fresh a su exitoso Aruser@s, como un intento de hacer pasar por fresca la mercancía recalentada que lleva sirviendo desde principios de los años noventa, cuando en vez de vídeos caseros de TikTok los emitía de VHS. Arús es, junto al Tour de Francia (y, en otro tono, Jordi Hurtado), lo único eterno de la tele, y eso es porque se adelantó a todos y entendió que el mundo del futuro estaba lleno de señores dándose tortazos en patinete y gatitos monos jugando con calcetines.

Jorge Javier (derecha) junto a varios colaboradores de 'Sálvame'.Telecinco

Echar la siesta con los Sálvame frutales que dominan Telecinco se me antoja difícil. Ni el Naranja, ni el Limón ni el Sandía, pese a lo fresquito de este último, me combinan bien con el sopor de después de comer, que pide paso a una buena sesión de culebrones turcos en Antena 3. Amar es para siempre no es turco, pero le falta poco y funciona bien como prólogo de Tierra amarga, esa Dinastía en Anatolia que, a su vez, deja el cuerpo listo para las horas mágicas y rentables que suceden a los informativos de la noche.

Es ahí cuando el verano se espesa, cuando la pereza de los programadores se concreta en refritos rotulados como “lo mejor de” los programas estrella. El Gran Wyoming y Pablo Motos reinan como fantasmas de las primaveras, inviernos y otoños pasados. No son sus mejores momentos, sino escenas cortadas al azar, como si alguien hubiese enchufado el modo aleatorio del Spotify. El buen zapeador sabe que no hay que quedarse mucho en estos remixes, a riesgo de descubrir que tanto Wyoming como Motos llevan recitando las mismas frases treinta años y apenas se distinguen de Alfonso Arús. Antes de que eso suceda, y el bucle grabado rompa el encanto de unos programas que se benefician de la sensación de directo (aunque sea falso y grabado por la tarde), el dedo debe saltar a otros canales.

En mi caso, me gusta visitar La 2, que a esas horas se transforma en una sucursal de la RAI, con sus Montalbano y sus Pizzofalcone. Calor y tempo del mezzogiorno que combinan bien con el clima veraniego. Más entretenidas que la freak parade de First Dates en Cuatro o lo que sea que programe La 1 (seguramente, un Comando actualidad repetido que escenifica la esencia del verano: actualidad caducada).

Digerida la cena y atontado el lóbulo frontal por tantas horas de exposición a la tele analógica, pasadas las once de la noche llega el momento de los valientes. El dedo del zapeador se atreve entonces a explorar las regiones más infames de la TDT, esos canales cuyos nombres se parecen y se confunden (unos pertenecen a Atresmedia y otros a Mediaset, pero que me aspen si sé cuáles son de quién: Nova, Mega, Neox, Energy, Divinity, Be Mad, etcétera). Allí se refugian los realities más cutres y escatológicos de la tele internacional, demostrando que el extranjero no es una tierra ilustrada y libre, sino que está poblada por bípedos tan holgazanes y mirones como los ibéricos. También brillan las reposiciones de programas españoles, como En el punto de mira, con investigaciones pasadísimas de fecha en la que los culpables ya han cumplido condena.

Imagen de un reportaje de 'El punto de mira'.

Si sintiera culpa, ese sería mi placer culpable, pero es placer a secas, puro rebozo en el lado más miserable del ser humano. Recomiendo especialmente DKiss, genuino gabinete de los horrores médicos, con maravillas como Diagnósticos extraordinarios, Belleza en crisis o Mi secreto al desnudo, obras solo aptas para quienes añoran el programa En buenas manos de la primera Antena 3, con el doctor Beltrán. Lo mejor es alternar esta tele gore con las reposiciones de Cuéntame de Clan o de La que se avecina en Factoría de Ficción. No conviene fondear mucho rato en la parte profunda de la TDT, pues al incauto le pueden dar las claras entre extraterrestres, crímenes sin resolver y operaciones desastrosas de cirugía estética. La TDT de madrugada no es para espíritus frágiles, como no lo es esa tele de chanclas y programas recalentados que engullimos en verano como si fueran calamares del chiringuito. Pueden pasarse en el consumo, pueden ser acríticos, pero tengan claro que, en septiembre, les tocará sanarse con una dieta estricta de BBC y HBO para perder los kilos catódicos de más.

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