Ozono

Soy de los patéticos ancianos que piden ayuda en los bancos, esos lugares malignos, explotadores, asquerosos e impunes, en los que depositas tu dinero y que se permiten el lujo de despreciar a los viejos

Juan Carlos Ortega, en el estudio en Barcelona de la SER en una imagen de archivo.Gianluca Battista

No tengo redes sociales, ni todas esas cosas al parecer imprescindibles para sentirte vivo en ese mundo inquietante de ultracuerpos vivientes que desfilan por las calles e imagino en su intimidad enganchados permanentemente a la pantalla de un teléfono o a otros dispositivos que a mi analfabetismo le resultan amenazantes o embrutecedoras. Soy de los patéticos ancianos que piden ayuda en los bancos, esos lugares malignos, explotadores, asquerosos e impunes, en los que depos...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

No tengo redes sociales, ni todas esas cosas al parecer imprescindibles para sentirte vivo en ese mundo inquietante de ultracuerpos vivientes que desfilan por las calles e imagino en su intimidad enganchados permanentemente a la pantalla de un teléfono o a otros dispositivos que a mi analfabetismo le resultan amenazantes o embrutecedoras. Soy de los patéticos ancianos que piden ayuda en los bancos, esos lugares malignos, explotadores, asquerosos e impunes, en los que depositas tu dinero y que se permiten el lujo de despreciar a los viejos, de obligarles a aprender un lenguaje tecnológico para reclamar lo que es suyo.

Pero mi aislamiento obligado o vocacional del repugnante aquí y ahora a veces me ofrece descubrimientos gratos. Puedo aún disfrutar de cosas que me otorgan ozono en un mundo asfixiante en su oportunismo o estupidez. Por ejemplo, disfruto de los impagables artículos de Marías y de Savater (qué orgullo para su expresividad ser acusados de fachas por la poderosa estulticia del poder actual, como también confiesa el filósofo Pascal Bruckner que lo están haciendo con él) o que gracias al podcast que un amigo me reproduce escuche un programa radiofónico de Juan Carlos Ortega titulado Las noches de Ortega. En él, una meliflua y empoderada entrevistadora hace hablar a un actor argentino, farsante profesional, para que cuente su opinión en los asquerosos tiempos del conveniente poder, que hable con frases y lugares comunes, que venda la impostura como religión. Y me río mucho, me conforta su audacia en una época tan grotesca como necia, y es un respiro para la inteligencia.

También me lo proporciona Broncano, ese líder de la resistencia. No la del ubicuo y muy listo Ferreras. Las televisiones convencionales me dan asco. Siempre fue así. Pero la progresista La Sexta aún más. Y siempre he admirado a Wyoming, showman, caricato, entrevistador y personaje admirable. Pero no soporto El intermedio a pesar de él y de ese monumento rubio que le acompaña. Qué laxitud la de los guionistas con el esperpento sociata y podemita. A los de siempre es muy fácil ahorcarlos.

Puedes seguir EL PAÍS TELEVISIÓN en Twitter o apuntarte aquí para recibir nuestra newsletter semanal.

Más información

Archivado En