‘Las élites de la costa’: autoparodia del pijoprogre
Esta sátira de las clases altas influyentes en la izquierda pese a su lejanía de la clase trabajadora es oportuna, pero está mal resuelta
Lo del Zoom es muy útil, sí, pero estamos hartos de ver a gente en pantallas partidas. Las élites de la costa (en HBO) es una de esas producciones por videoconferencia que tenían mérito en el confinamiento y ahora nos traen malos recuerdos. La película nace de un frustrado espectáculo teatral de monólogos en Nueva York, que fue adaptado para que cada actor, cinco, lo interpretara desde su casa.
Pese al título en español, estas Coastal Elites se sitúan en las dos cost...
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Lo del Zoom es muy útil, sí, pero estamos hartos de ver a gente en pantallas partidas. Las élites de la costa (en HBO) es una de esas producciones por videoconferencia que tenían mérito en el confinamiento y ahora nos traen malos recuerdos. La película nace de un frustrado espectáculo teatral de monólogos en Nueva York, que fue adaptado para que cada actor, cinco, lo interpretara desde su casa.
Pese al título en español, estas Coastal Elites se sitúan en las dos costas, atlántica y pacífica, de EE UU. Son esa gente urbana, bien educada y de alto poder adquisitivo que es muy influyente en la izquierda pese a su lejanía de la clase trabajadora. Lo que en Francia se llamó izquierda caviar y en España alguien dice pijoprogres.
Se suceden las confesiones de los personajes, de los que solo funcionan dos. El que interpreta Bette Midler, una profesora jubilada, judía y devota del New York Times que se horroriza al ver de cerca a un trumpista, cabe decir por primera vez, en Manhattan. Y el de Issa Rae, una mujer negra, rica y activista a la que Ivanka Trump lleva a una recepción en la Casa Blanca. Los otros tres, flojos, son un actor gay que quiere interpretar a un superhéroe gay en Hollywood, una guía de meditación muy crispada por sus parientes republicanos y, como una ducha fría, una enfermera en primera línea de la covid que no pretende hacer reír.
La obra aspiraba a retratar la división de EE UU al final de la era Trump, la frustración de los allí llamados liberales en estos cuatro años. Resulta una autoparodia de esa élite en la que encaja bien el autor, Paul Rudnick. Pero cuesta creerse a personajes tan caricaturizados. La sátira era y es oportuna, pero no está bien resuelta. El mensaje, eso sí, va calando. Si Joe Biden está en el Despacho Oval es porque supo conectar con el americano de a pie, no como Hillary Clinton, cuyo fiasco en 2016 es el hilo de fondo de esta fallida comedia.