Nanna Bonde Thylstrup: “Podemos perder parte de nuestra memoria como sociedad porque un formato de archivo quede obsoleto”
La profesora investiga cómo entender la fragilidad de la memoria digital en la aparente abundancia de la era de internet
Nanna Bonde Thylstrup, profesora de la Universidad de Copenhague (Dinamarca), investiga la pérdida de datos en la era digital. En junio publicó en el New York Times un artículo titulado La memoria digital del mundo está en peligro, y este año ha recibido una de las becas más importantes de la Unión Europea para estudiar cómo,en la era de la abundancia digital, el pasado de nuestras sociedades está en peligro.
El abandono del papel tiene implicacio...
Nanna Bonde Thylstrup, profesora de la Universidad de Copenhague (Dinamarca), investiga la pérdida de datos en la era digital. En junio publicó en el New York Times un artículo titulado La memoria digital del mundo está en peligro, y este año ha recibido una de las becas más importantes de la Unión Europea para estudiar cómo,en la era de la abundancia digital, el pasado de nuestras sociedades está en peligro.
El abandono del papel tiene implicaciones imprevistas sobre quién y cómo conserva los debates de actualidad, los mensajes privados o los documentos empresariales del pasado. Es un reto de una complejidad sorprendente cuando parece que la sociedad deja un reguero digital infinito. No es así. La entrevista se realizó en Barcelona, donde Thylstrup, de 42 años y nacida en Copenhague, participó en unas jornadas vinculadas a la exposición IA: Inteligencia Artificial en el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona.
Pregunta. Cada vez hay más información, más datos. ¿Qué debe preservarse?
Respuesta. Es una decisión política que cada país debe tomar. Cada vez más datos de interés público no están disponibles. El problema no es solo de quién es esa información. También quién tiene acceso. No hablo solo de información gubernamental. También pueden ser datos propiedad de Amazon, no solo los que guarda en sus servidores. Son datos que ellos mismos producen o que la gente produce para ellos y que son de su propiedad, como reseñas o descripciones. Otro problema de la conservación es qué organizaciones deberían poder acceder y preservar este tipo de información para fines históricos.
P. ¿Por qué es un asunto tan difícil?
R. Ahora todavía entendemos los desafíos y las oportunidades de las sociedades digitales, que están relacionados con acumular más y más datos: eso nos da, por un lado, beneficios como avances en salud y, por otro, retos como la vigilancia o la extracción de datos para vendernos cosas. Si solo nos centramos en esa acumulación, corremos el riesgo de perder de vista que lo digital es super volátil y frágil y necesita de una conservación constante si queremos que siga siendo accesible. Los formatos de archivos pasan de moda, hay obsolescencia de formatos, plataformas que cierran. Ni siquiera tenemos un vocabulario para hablar de estos temas: ¿qué queremos decir cuando decimos que una plataforma cierra y los datos desaparecen? Depende, por ejemplo, si hay una fusión con otra empresa, los datos podrían seguir ahí, pero no podemos acceder a ellos. Incluso podrían seguir ahí y ser utilizados sin que nosotros lo sepamos.
P. ¿Qué falta para hablar más de este tema?
R. No hemos debatido lo suficiente, desde un punto de vista político, sobre cómo conservar nuestra memoria digital. Pero eso no significa necesariamente que tengamos que conservar todo. Esa no es mi postura. Pero necesitamos una discusión cualificada sobre quién y cómo tomamos decisiones sobre qué conservar y qué dejar ir. Por eso valoro mucho en el Reglamento Europeo de Protección de Datos esa idea de que la gente también debería tener derecho a ser olvidada. No solo que todo se guarde para siempre. Sabemos que no vivimos en una época de escasez de información como antes. Al mismo tiempo, la información que tenemos es increíblemente volátil. Podríamos perder parte de nuestra memoria porque un formato de archivo queda obsoleto.
P. ¿Qué información debemos conservar entonces?
R. Esa pregunta es para los encargados de archivos. ¿Quién va a saber qué será interesante históricamente valioso dentro de 30 años? Están los grandes acontecimientos, pero luego también lo cotidiano, que suele ser para los historiadores lo más interesante. Sirve para entender los problemas del día a día: cómo vivía la gente en 1950 o 1830.
P. ¿Por ejemplo?
R. Hace poco hubo una polémica en Dinamarca. Hay una app nacional que se usa para la relación entre colegios y padres. El ministro de Cultura acaba de prohibir que se conserven los mensajes privados de esa app, que los archiveros nacionales estaban capturando. Es polémico. Los historiadores decían que esto en 100 años será útil, cuando tengamos que entender cómo cambió la paternidad con la introducción de las tecnologías digitales: ¿podemos ver patrones de género? Sabemos que todas las mujeres están a cargo de esas apps, incluso en una sociedad igualitaria. No vemos a hombres ahí. O con el covid y cómo cambió la escuela. Ese es el desafío de archivar, y por eso los archiveros son expertos en evaluar, ellos toman las decisiones de qué entra y qué no y eso siempre es una decisión política porque son guardianes de una memoria cultural.
P. En España hay un archivo parecido.
R. No soy experta en el sistema español, pero parece que tienen un enfoque parecido al danés. Así que conservan ciertas webs “.es”, también “.cat” y alguna más. Luego tienen un rastreo masivo que recorre de forma muy general la red y después están los eventos clave. Por ejemplo, si hay un partido de fútbol importante o un ataque terrorista, intensifican el rastreo. Luego tienen algo llamado político o electoral donde hacen un rastreo masivo específicamente en política. También uno llamado riesgo. Así que tienen enfoques más especializados y rastreos más temáticos.
P. ¿Este rastreo no es solo de internet, también de Instagram o de mensajes entre políticos?
R. Todo. Por ejemplo, con Twitter la gente reaccionó no solo por desacuerdos con la estrategia de Elon Musk, sino que también hubo un gran sentimiento de pérdida por las comunidades que habían construido allí. Un ejemplo es el llamado Black Twitter, que construyó un archivo increíble y una jerga propia. La pregunta ya no es solo qué pasa con esta memoria cultural, sino que tal vez no puedas acceder a eso. Es en el fondo un cierto tipo de memoria cultural que está en manos de una empresa, en este caso Twitter. Todavía tenemos la sensación de que estas plataformas están ahí y no pensamos realmente en las estrategias de mitigación si de repente cierran o deciden cambiar como hizo Tumblr con el contenido porno. Son empresas claramente privadas que tienen derecho a manejar estas comunidades como quieran porque está dentro de su ámbito. Luego tenemos organizaciones que montan una especie de contra-archivos. Cuando Twitter empezó a cerrar o a desmantelarse, hubo comunidades que dijeron que necesitas contra-archivar casos determinados.
P. Los archivos no tienen acuerdos con estas empresas.
R. El problema es que pueden cambiar sus modos técnicos de acceso, así que se hace muy difícil rastrear. Es uno de sus mayores desafíos como instituciones de archivo. No tienen ningún acuerdo con estas empresas que les permita eso, por el bien de la investigación o de la historia. Con los periódicos o libros en Dinamarca tenemos una ley que dice que cada vez que publicas algo también tiene que ir a la Biblioteca Nacional. En mi país, un sitio web cuenta como una publicación. Pero es en sí mismo inestable, porque las webs se actualizan y no se mandan igual que otras publicaciones. Además, si hay elecciones y todo lo que pasa es en X o Instagram, debería conservarse porque también es una parte importante de la memoria cultural de la nación. ¿Cómo podemos entender el Brexit sin lo que pasó en Twitter o Facebook?
P. ¿La preocupación principal es que no sabemos qué preservar en general o que estamos ya perdiendo tantas cosas que es difícil saber cuáles?
R. Ambas. Las instituciones deciden qué guardar, pero a veces las condiciones son difíciles. Sabemos que queremos guardar cualquier cosa relevante para entender históricamente unas elecciones, pero las condiciones para hacerlo son complicadas porque las empresas privadas protegen los datos. Así que las condiciones complican las cosas para las instituciones, luego están las preguntas un poco técnicas, pero creo que fundamentales, sobre si decimos que queremos conservar algo, ¿cómo diferenciamos lo que es español en la web de lo global? Esas también son preguntas difíciles. Pero son desafíos que ya hemos tenido antes. Los riesgos fundamentales ahora son que las condiciones son malas para que los archiveros puedan trabajar profesionalmente por el acceso. El desafío político es cómo organizamos nuestras sociedades de manera que las empresas privadas no tengan el poder de bloquear el acceso a algo que es de interés público. Luego tienes desafíos materiales en relación con todo esto, que es esencialmente frágil. No es como un papel que estará ahí en cien años. Ese es un desafío material. Está ligado a los retos económicos porque las empresas ganan dinero con actualizaciones.
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