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La calle reivindica la inocencia de los cacharros primitivos

Perdido en un polígono de Madrid, pegado a un murete anodino, un invasor del espacio ha encontrado su sitio en el mundo. Es un mosaico de gres y tiene parientes en 27 ciudades de 15 países distintos. No ha salido de una nave nodriza, sino de las manos de un joven y anónimo artista parisiense. Responde por el inevitable nombre de Invader, en homenaje al videojuego Space invaders de 1978, y busca la invasión planetaria de virus pixelados. De momento, sus figuras viven adheridas a soportes tan dispares como un capitel del Palau de la Música en Barcelona o la letra D en la colina de Hollywood. Inv...

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Perdido en un polígono de Madrid, pegado a un murete anodino, un invasor del espacio ha encontrado su sitio en el mundo. Es un mosaico de gres y tiene parientes en 27 ciudades de 15 países distintos. No ha salido de una nave nodriza, sino de las manos de un joven y anónimo artista parisiense. Responde por el inevitable nombre de Invader, en homenaje al videojuego Space invaders de 1978, y busca la invasión planetaria de virus pixelados. De momento, sus figuras viven adheridas a soportes tan dispares como un capitel del Palau de la Música en Barcelona o la letra D en la colina de Hollywood. Invader forma parte de la primera generación cuya infancia ya fue tecnológica. En un mundo dominado por gadgets de última generación, la inocencia de los inicios se echa de menos. Y llega la hora de reírse de ello. Bienvenidos a la retrotecnología.

Una cifra: 10.000 dólares cuesta el robot mecanizado de los cincuenta inspirado en Robbie, del clásico de serie B Planeta prohibido.
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Invader lo lleva a la calle, pero el asunto tiene también su encanto histórico. Keith Robinson, sesentón fundador de Intellivision (una compañía de consolas a 16 bit nacida en los años ochenta), ha creado un museo itinerante con sus primeras máquinas. "Hace unos años no encontrábamos a nadie que quisiera reeditar nuestros juegos, pero lo retro ha vuelto", contaba en Los Ángeles el pasado mayo, mientras mostraba como una reliquia su juego Biplane. ¿Su explicación para el fenómeno? "Cuando yo era pequeño no había videojuegos, pero la gente que ahora está empezando a mandar en el mercado sí los tenía, y siente nostalgia". Intellivision no es la única que reedita sus clásicos: en los catálogos de Taito, Atari, Sega o Nintendo sus títulos prehistóricos hacen caja junto a las últimas superproducciones.

Elevado al altar de la posmodernidad, pegado al cristal más codiciado de la calle Faubourg Saint-Honoré en París, otro marciano también ha encontrado su sitio en el mundo: Colette, probablemente la tienda de moda más cool de este planeta. En el mes de abril de 2004, el local aprovechó el 25 aniversario de Space invaders para organizar una gran partida entre modernos y más modernos todavía. "Estos juegos son míticos para la mayor parte de nuestra generación (entre 25 y 35 años) y queríamos celebrarlo. Es un tributo a nuestro pasado y a la cultura en que crecimos", explican desde la tienda por e-mail. Aunque algo no se cuela en el escaparate de Colette, junto a carcasas de iPod diseñadas por Comme des Garçons, si no reúne una cierta cuota de exclusividad. Cuando la tecnología se masifica, surge la mística de lo obsoleto como señal de individualidad. Eugene Auh, un gestor de 27 años de Filadelfia, llegó a las páginas de The New York Times por haber comprado un ladrillo Motorola de los años ochenta por 22 euros en eBay: "Quería el más grande que pudiera encontrar", declaró al rotativo, alegando además que le serviría para ligar. Nada nuevo: los bolis Bic elevaron el estatus de la pluma y Ford convirtió montar a caballo en deporte pijo.

"El vinilo compite con el MP3 en internet", reza una nota de prensa de la lonja virtual eBay. En España venden un vinilo cada 30 minutos hasta alcanzar las 4.000 unidades mensuales. ¿Por qué la gente paga por un soporte en teoría anticuado cuando puedes bajar música gratis? "El sonido analógico está hecho físicamente sobre el vinilo, no son ceros y unos. Es mucho más cálido. Es como ver una postal del Guernica o el cuadro", cuenta Jordi Segura, de 35 años, propietario de la tienda y el sello Wah Wah Records. En parecidos términos se expresan en la madrileña tienda de moda EKS, cuyo escaparate ha pasado meses decorado con los robots de la foto: "Hay una moda low tech también en música y videoclips. Estamos encerrados en un mundo muy tecnológico, desmitificado por la aparición de ordenadores y móviles a buen precio. El robot guarda este aspecto mítico, es una representación humana de la tecnología. El PC es un robot sin su apariencia".

A día de hoy casi todo se puede emular y, de hecho, muchos de los amantes de los retrocacharros son expertos tecnófilos. Por ejemplo, dos estudiantes de la Universidad de Nueva York han diseñado una versión más sociable del iPod. Destriparon un Lasonic TRC-931 (un radiocasete descomunal) y, donde iba la cinta, colocaron un disco duro de 30 gigabytes equipado con Wi-Fi (conexión a Internet sin cables). Resultado, un icono del hip-hop de hace 20 años convertido en una central de música digital, en línea y en directo. El iPod será muy cool, pero si se masifica, no puede competir con un loro sobre el hombro. Quizás por eso alguien que saca fotos de un megapíxel con el móvil se compra una lomo (cámara rusa que no enfoca) y el Moog (inmanejable protosintetizador digital) es el santo grial para gente con toda clase de software musical en su disco duro.

Albert Noi lo sabe. Por algo este valenciano de 33 años se gana la vida vendiendo toda clase de gadgets ochenteros por Internet a través de un portal que ha llamado La Retrotienda. ¿Un tocadiscos portátil de los años setenta? ¿Un ajedrez electrónico? ¿Un proyector CinExin? "He vendido una consola Vectrex por 300 euros. Me encanta que lo retro esté de moda. Para mí, mejor". Y para Prada. La firma italiana ha sentado cátedra con sus robots hechos con tornillos y bujías: el accesorio definitivo (e inútil) del invierno. Además de semejante declaración de principios, sus estampados se han inspirado en el píxel y en la relación de lo virtual y lo real, según confiesa su diseñadora Miuccia Prada. Lo que dice Miuccia siempre acaba llegando a las marcas asequibles. La versión más clara: H&M comercializa un jersey que parece un pantallazo de una máquina Arcade. La respuesta de la industria de masas a nostalgias, ironías o ansias de parecer rarito. Porque todo se mezcla. La sociedad supertecnológica absorbe su pasado y los que reivindican la tactilidad de lo retro forman comunidades digitales. La presidenta de la sociedad Lomo en España, Christina Hinrichsen, explica que no hay paradoja: "Somos fanáticos usuarios del píxel, pero en el ordenador y en Internet. Pensamos en analógico y luego lo pasamos al digital: colgamos nuestras fotos en la web, creando miles de galerías. Sólo en nuestra página central existe un archivo de más de 40.000 lomografías de todo el mundo".

"Cuando la consola famicom, que aquí fue la NES, cumplió 20 años en Japón (en 2003), Nintendo lo celebró reeditando sus juegos para Game Boy. Fue una locura. La gente asaltaba las tiendas", cuenta Nicolas Wegnez desde las oficinas de Madrid de la compañía nipona. ¿Una anécdota? Qué va. "Se investigó el mercado siguiendo la pulsión de que volvía lo retro. Se veía en las revistas de tendencias y en las recopilaciones musicales. Había un público que buscaba lo opuesto a lo que ofrecen los juegos más modernos: sencillez e ironía". Pero las estadísticas mostraron además que los más pequeños, que no habían mamado nada de aquello, también caían rendidos. Generaciones que nacieron enganchadas a Internet alimentan con su afición al torpe píxel la ironía definitiva. Vaciado de sorna y nostalgia, lo retrotecnológico se vuelve simplemente hermoso.

La magia de las máquinas que hacían biiiip. Letras verdes, pantallas negras. Móviles XL. La calle reivindica la inocencia de los cacharros primitivos. Pasa de lo último: únete a la retrotecnología.EL PAIS

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