Un proyecto deACNUR

Refugiados en la universidad para volver a la vida

Solo un 7% de los desplazados forzosos logra acceder a la educación superior. Existen barreras y cargas emocionales que les frenan, pero una mayor sensibilización por parte de los centros públicos y privados, más becas y la motivación de estas personas de ayudar a otros que han estado en su posición está cambiando la fotografía

De izquierda a derecha, la turca Beyzanur Idal, la colombiana Laura Amu y la iraquí Zahraa Jabbar, refugiados que cursan estudios superiores, en Ciudad Universitaria (Madrid).Álvaro García

A las personas refugiadas que viven en España les cuesta más llegar a la universidad. Se enfrentan a lo que Annalisa Maitilasso, del departamento de Incidencia y Educación para la Ciudadanía Global del comité español de Acnur, llama barreras de acceso. Las hay asociadas a sus circunstancias: acumulan una carga emocional grande por haber tenido que abandonar a la fuerza su casa y su familia. Otras son imputables a los países de acogida: Maitilasso señala la importancia de tener en cuenta la diversidad de los refugiados, pues existe una tendencia a encaminarlos hacia una formación profesional básica o a cursos para cuidar a mayores o manipular alimentos sin contar con sus aspiraciones y titulaciones. También hay barreras formales: la homologación de los títulos obtenidos en sus países de origen resulta costosa y larga. Sumado a que algunos no manejan el idioma ni conocen la cultura… Todo esto sitúa la cifra de matriculación en estudios superiores de este colectivo a escala mundial en un 7%, según la Unesco.

Pero también existen oportunidades y se están produciendo avances. De las 86 universidades existentes en España entre públicas y privadas, el 42% (36) cuenta con un programa o una oficina de atención a los refugiados, según un mapeo realizado por Acnur, un número que ha ido creciendo con los años. El programa DAFI, de Acnur, concedió 9.000 becas el año pasado a refugiados de 50 países, 900 ayudas más que el año anterior. El objetivo del programa DAFI es que la cifra de refugiados matriculados en estudios superiores pase del 7%, según datos de 2023, al 15% en 2030.

Maitilasso destaca que la universidad hace mucho bien a los refugiados más allá de la evidente formación. “Supone colmar las aspiraciones y la vocación de estas personas”, recuerda la experta. También señala que es una experiencia fundamental para que sanen las heridas que les ha provocado el desplazamiento forzoso, para construir algo nuevo en el país de acogida, para reorientar su vida profesional y emocional. “Esto es lo que nos transmiten ellos cuando les preguntamos”, cuenta. Algunos de estos refugiados encuentran una motivación concreta y poderosa para proseguir con los estudios después de haber visto su vida congelada por meses o por años. “Vuelven a encarrilar sus aspiraciones, sus sueños”, añade.

En busca de respuestas a su viaje forzoso

Hay quien ha vivido guerras que no puede creer y se hace preguntas. Como Zahraa Jabbar (Bagdad, Irak. 24 años), que acaba de graduarse en Relaciones Internacionales por IE University (Madrid). Abandonó su país cuando empezó la guerra en 2003 y se refugió con su familia en Yemen, donde se originó otro conflicto armado en 2014 que la obligó a huir de nuevo. Tras pasar por Grecia recaló en España. Consiguió una beca para estudiar y “para así poder cambiar las cosas”, explica como motivación para ir a la universidad. “Siempre me he preguntado cómo funciona la política, cómo es la historia de mi país y de Europa. Por eso estudio, para encontrar respuestas”, afirma Jabbar, que vive en una residencia de estudiantes. Tras obtener un nueve en la carrera, va a empezar este año un máster también en el IE University. “Necesito entender todavía más cómo funciona el mundo para hacer algo por los refugiados como yo”, insiste Jabbar, que canaliza su activismo y su frustración a través de la pintura. “Pinto cosas oscuras sobre la guerra, sobre cosas que todavía no puedo cambiar”, cuenta. “Pero mis sueños son muy altos”, añade con optimismo.

A la formación que estas personas adquieren en la universidad –y que favorece su inserción laboral–, se le suma la capacidad de socialización, afirma Maitilasso. “Se trata de una experiencia de inclusión entre pares muy beneficiosa”, describe de forma más técnica. Así lo refleja Bienvenu Iradukunda (Masisi, República del Congo. 30 años), que destaca cómo le ayudó a formar parte de la “comunidad española” su paso por la Universidad de Barcelona (UB). Iradukunda se vio obligado a abandonar su país en 2006 y solicitar asilo en Ruanda, donde se graduó en Economía con la ayuda de una beca de Acnur. Tras un año y ocho meses en España, solo le queda el trabajo final para terminar el máster en Economía y Negocios en la UB. Su intención es la misma que Jabbar: “Ayudar a otros refugiados”, afirma. Iradukunda trabaja en la fundación Solidaridad de la UB. Asiste a estudiantes extranjeros que quieren matricularse en alguna carrera o máster. Ha hecho amigos del Congo en Barcelona también.

Algunos de estos desplazados forzosos tratan de recuperar en su país de acogida la vida pasada que tenían. Pero el proceso de homologación de títulos, necesario para desempeñar algunos trabajos, se puede alargar. Se debe pasar un examen y pagar unas tasas. Maigualida Cuenca (Caracas, Venezuela. 43 años), licenciada en Odontología, todavía no ha podido ejercer su profesión en España, a donde llegó en 2016. Se trata de una prueba muy exigente, algo que Cuenca achaca a que hay muchos odontólogos en España. “Con los médicos es diferente, mi hermano es médico y rápidamente pudo homologar su título”, explica. Su licenciatura de Venezuela sí le ha servido para seguir formándose. Estudió un máster de Ciencias Odontológicas en la universidad Complutense de Madrid para aumentar las probabilidades de que le homologuen el título de Venezuela y así poder desempeñarse como dentista en Madrid. Mientras tanto, ha cursado una formación profesional de higienista para trabajar en el sector y así ir abriéndose paso.

Bienvenu Iradukunda y Lina Fazly, dos refugiados con estudios superiores, en la plaza de la Universitat, con el edificio antiguo de la Universidad de Barcelona al fondo.Massimiliano Minocri

Perseguir la justicia social tras perderlo todo

Beyzanur Inal (Kayseri, Turquía. 24 años) llegó a España en 2017. Su familia pertenece al movimiento Gülen, una comunidad religiosa y educativa perseguida por el Gobierno de su país, asegura. Se encuentra en el quinto curso del doble grado de Derecho y ADE en inglés que imparte el IE University, donde estudia gracias a una beca. Su objetivo nada más aterrizar en Madrid procedente de Senegal, donde se había refugiado tras abandonar Turquía, era continuar sus estudios. “El Gobierno confiscó nuestras propiedades y nos echó del país. Habíamos perdido todo. La universidad me ha ayudado a recuperar mi vida”, concede Inal, que cuenta su historia en un vídeo que el IE realizó sobre estudiantes con una trayectoria destacada. “No todo el mundo conoce mi procedencia y cómo he llegado hasta aquí, pero si algún compañero me pregunta, se lo cuento”, dice. A punto de graduarse, su intención es trabajar en una empresa internacional en España “para devolver a la sociedad española” todo lo que le ha dado, afirma. “Quiero contribuir a que haya más justicia en el mundo. Quiero que las empresas aumenten su impacto social”, asegura. Por el momento ha realizado prácticas en el Ministerio de Justicia, en España.

Un total de 561 refugiados estaban matriculados en 39 centros universitarios el curso pasado en España, según un estudio promovido por la Universidad de Burgos y la Confederación de Rectores de Universidades Españolas (CRUE). Sirve en cualquier caso para hacerse una idea de la representación de este colectivo. Una nueva matrícula correspondiente a una solicitante de asilo va a producirse este año en la Universidad de Girona (UdG). Laura Amu (Cali, Colombia. 29 años) abandonó su ciudad hace cuatro meses. Los paramilitares amenazaron a su padre, un activista por los derechos humanos, y tuvo que huir en 2021 y refugiarse en Girona. A salvo su progenitor, Amu se convirtió en el siguiente objetivo. Se vio obligada a abandonar su país el pasado mayo y ahora comparte piso en Madrid. Licenciada en Audiología por la Universidad del Valle, en Cali, va a empezar en octubre un máster en el ámbito de la salud en Girona. “Me he matriculado para poder seguir en España. Ya me han tomado las huellas para el NIE. En unos días lo puedo solicitar”, cuenta. Mientras tanto trabaja en una clínica auditiva en el centro de Madrid 30 horas a la semana.

Un giro a su carrera buscaba Lina Fazly (Herat, Afganistán) cuando se matriculó en el máster de Publicidad y Relaciones Públicas en la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB). Licenciada en Administraciones Públicas por la universidad de Herat, “quería aprender cosas nuevas, saber sobre gestión y comunicación”, explica. Su paso por la universidad le ha servido para formarse y para “hacer amigos, conocer el idioma y sentirme de aquí, entrar en el sistema”, cuenta. “Me hace bien, me ayuda a estar tranquila”, añade Fazly, cuya historia solo conocen sus tres amigas más cercanas que ha hecho en la facultad. Se reenganchan a los estudios o convalidan sus títulos para tratar de recuperar esa su vida profesional.

La acogida de la universidad en España

Maitilasso, la experta en educación, reconoce los esfuerzos de la universidad como institución, con la CRUE a la cabeza, y de sus trabajadores en promover el acceso de los refugiados a estudios superiores. “Se está avanzando, están reaccionando. Lo experimentamos a diario”, afirma. Cada vez existen más programas de acompañamiento con tutores y convocatorias de ayuda al alojamiento, señala como ejemplos.

Tateh Lehbib no necesita ya que la universidad lo lleve de la mano, sucede al revés, es la universidad la que le requiere para que imparta charlas y talleres sobre bioconstrucción. Este ingeniero y máster en energías renovables está especializado en la fabricación de casas con botellas de plástico en los campos saharauis de Tinduf (Argelia). Lehbib reside en Navarra junto a sus padres. “Siempre que vuelvo a los campos me reúno con mis amigos, que algunos son ingenieros, y comparto toda la información con ellos”, cuenta.

Sus charlas en la universidad influyen a otros estudiantes, que se inspiran en sus ideas para desarrollar los trabajos finales o para orientar su carrera hacia esa disciplina. Antes de aprender a construir con botellas de plástico utilizadas, les explica cómo los refugiados levantaban casas con la ropa, “los saharauis llegaron a los campos con lo puesto, y lo puesto era la ropa”, afirma. Les muestra un refugio que construyó su abuela con su vestimenta. Una estudiante de arte y diseño realizó su trabajo fin de máster después de conocer esta forma de supervivencia. Lehbib se comunica por correo con otros estudiantes, les envía información y fotos. Su siguiente paso, sin despegarse de la universidad, es estudiar un doctorado para desarrollar una tesis, para profundizar todavía más en el tema, siempre con la intención de mejorar la vida del pueblo saharaui.

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