“Yo sí te creo, hermana” y la presunción de inocencia

Un juicio justo exige que se demuestre la culpabilidad del agresor, por supuesto. Pero demasiadas veces, para defender la inocencia del violador se ha recurrido a culpabilizar a la víctima y arrojar toneladas de dudas sobre la veracidad de su relato

Concentración en Valencia en protesta contra de la puesta en libertad de los miembros la manada.Mònica Torres

La violencia machista es una losa cultural tan pesada para las mujeres que el primer escollo que han de superar, una vez han sido agredidas, es no ser creídas. De ese temor se deriva una lógica aversión al calvario procesal, a tener que repetir una y otra vez, rememorar y rememorar, los detalles de un recuerdo que les resulta doloroso. No son temores infundados. Son el producto de años de historias judiciales adversas interiorizadas en el imaginario colectivo, que condicionan a todas las víctimas y en especial a aquellas que, paralizadas por el terror o siguiendo la consigna que muchas madres ...

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La violencia machista es una losa cultural tan pesada para las mujeres que el primer escollo que han de superar, una vez han sido agredidas, es no ser creídas. De ese temor se deriva una lógica aversión al calvario procesal, a tener que repetir una y otra vez, rememorar y rememorar, los detalles de un recuerdo que les resulta doloroso. No son temores infundados. Son el producto de años de historias judiciales adversas interiorizadas en el imaginario colectivo, que condicionan a todas las víctimas y en especial a aquellas que, paralizadas por el terror o siguiendo la consigna que muchas madres les hemos inculcado, han decidido no resistirse para no agravar su situación y poner además su vida en peligro. La integridad sexual es una parte muy importante de la vida. Pero la vida siempre vale más.

La pasividad de quien lo único que desea es que acabe cuanto antes la tortura que llevó a la víctima de La Manada a no resistirse a los cinco energúmenos que la violaban, es la que permitió al primer tribunal que juzgó el caso a decidir que no había delito de agresión sexual porque no se apreciaba ni intimidación ni violencia. La respuesta fue un clamor en las calles de toda España: “Hermana, yo sí te creo”, “no es abuso, es violación”. De esa movilización surgió un cambio legislativo, la ley del solo sí es sí, que pretende cambiar el paradigma de manera que no sea la víctima la que tenga que demostrar que si no se resistió no era porque estuviera consintiendo la violación.

Desde ciertos sectores se ha querido tergiversar el alcance de ese “Yo si te creo, hermana”. Alegan que esa filosofía impregna la nueva ley, y su aplicación atenta contra la presunción de inocencia. Nadie está pidiendo, y menos quienes promueven el cambio de paradigma, que ese principio del derecho penal quede afectado. El problema es que durante mucho tiempo en los casos de agresión sexual la presunción de inocencia se ha afirmado sobre la premisa de poner en cuestión la conducta de la víctima. Un juicio justo exige que se demuestre la culpabilidad del agresor, por supuesto. Pero demasiadas veces, para defender la inocencia del violador se ha recurrido a culpabilizar a la víctima y arrojar toneladas de dudas sobre la veracidad de su relato. La presunción de inocencia no debe ampararse en la desprotección de la víctima.

Hacer ver que lo que la ley busca es que el tribunal grite “hermana, yo sí te creo”, es una caricatura interesada y grotesca. Basta que sea neutral y justo con las dos partes, en la manera de conducir los interrogatorios y en la valoración de las pruebas. Cuando es realmente importante el “hermana, yo si te creo” no es en la fase de juicio, que por naturaleza ha de ser contradictorio, sino antes, y muy especialmente en el momento posterior a la agresión. El caso Alves muestra lo crucial que resulta para el proceso judicial que en ese momento de desamparo y confusión, haya alguien que te coja de la mano y te diga, “hermana, yo si te creo” y te voy a ayudar. Como hizo aquel portero de la discoteca Sutton de Barcelona, cuando al ver salir llorosa a la víctima le preguntó qué le ocurría, la creyó, la llevó a un lugar discreto y puso en marcha un protocolo que allanó los primeros y decisivos pasos: llamar a los Mossos d’Esquadra, que tomaron muestras, recogieron imágenes, acompañaron a la víctima al hospital de referencia, donde se hicieron análisis y recibió atención psicológica. Teniendo en cuenta la cantidad de agresiones que se producen en un contexto de fiesta y ocio nocturno, esa filosofía exige que protocolos como este se extiendan a todo el territorio, de manera que las víctimas puedan presentar denuncia con la confianza de que no serán cuestionadas y tendrán la oportunidad y las condiciones necesarias para probar la agresión.

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