Señales de alarma entre los más jóvenes
La vigilancia de las redes sociales es vital para evitar que una mala influencia lleve a un adolescente al extremo de querer quitarse la vida por sentirse rechazado y humillado
El cantante Beret, de 26 años, sufrió su primer ataque de ansiedad a los 17, en casa de sus padres, estando solo. “Empecé con taquicardias, no me sentía los brazos, no me reconocía delante del espejo; me asomé a la ventana y vi que todo iba como muy acelerado. Me fui a casa del vecino, porque pensaba que algo grave estaba pasando”, detalla. Le experiencia le dejó mucha angustia y miedo a que volviera a ocurrir. Empezó a obsesionarse con los síntomas, lo que le generaba más ansiedad. “En esa época no tenía dinero para acudir a un psicólogo”, recuerda. Le ha costado años encontrar la ayuda psico...
El cantante Beret, de 26 años, sufrió su primer ataque de ansiedad a los 17, en casa de sus padres, estando solo. “Empecé con taquicardias, no me sentía los brazos, no me reconocía delante del espejo; me asomé a la ventana y vi que todo iba como muy acelerado. Me fui a casa del vecino, porque pensaba que algo grave estaba pasando”, detalla. Le experiencia le dejó mucha angustia y miedo a que volviera a ocurrir. Empezó a obsesionarse con los síntomas, lo que le generaba más ansiedad. “En esa época no tenía dinero para acudir a un psicólogo”, recuerda. Le ha costado años encontrar la ayuda psicológica que necesitaba, y aprender a autocontrolarse para mantener a raya lo que ya sabe que tiene: Trastorno de Ansiedad Generaliza, TAG. Que ahora lo cuente en el foro Dar voz al silencio, organizado por EL PAÍS y Janssen, es importante, porque Beret, con 1,2 millones de seguidores en Instagram, es un ejemplo a seguir para muchos jóvenes.
Las redes sociales son un arma de doble filo que pueden ser muy útiles o muy destructivas, según cómo se utilicen. Dibujan una realidad de perfección y felicidad imposible de alcanzar, básicamente porque es mentira. Y ésa sería la primera lección, a juicio de los expertos que dialogan en torno a la mesa La voz de una generación: jóvenes, adolescentes y educación frente a las enfermedades mentales. “El bullying y el ciberbullying son uno de los factores de riesgo más importantes de la depresión y el suicidio”, aporta Inmaculada Aragón, psicóloga infantil-juvenil, miembro de la Sociedad Española de Psicología Aplicada a Desastres, Urgencias y Emergencias (SEPADEM). “Los adolescentes buscan la aceptación del grupo en las Redes, y si lo que encuentran son insultos y humillaciones...”, deja la frase en suspenso.
Gestionar la presión
“Hay que aprender a gestionar la presión, tener las ideas claras sobre los estereotipos de red, y mantener el control”, receta Josep Antoni Ramos-Quiroga, jefe de servicio de Salud Mental del Hospital Universitari Vall d’Hebron, profesor agregado de la Universitat Autònoma de Barcelona e investigador principal del Grupo 27 CIBERSAM. Algo complejo y difícil durante la adolescencia, que es un periodo de inseguridades y construcción de la personalidad. Según el Mental Health Million Project, un informe que proporciona datos científicos sobre el bienestar mental de la población mundial, el 44% de las personas de entre 18 a 24 años evidencian serios problemas psicológicos, lo que pone de manifiesto que la llamada Generación Z se está enfrentando a una crisis de salud metal sin precedentes. En 2020 fue la segunda causa de muerte entre los jóvenes en España. Y las autolesiones e ideaciones suicidas (consumadas o no) se han triplicado desde 2006, sobre todo entre las chicas.
“Cuando observamos que algo va mal, lo primero es que familias y centro educativo se coordinen; detectar a tiempo las señales de alarma va a ayudar a la prevención”, tercia Aragón. Cuando hay un intento de suicidio, o un suicido, ¿hay que hablarlo en clase? “Sí, pero de la manera adecuada; hay que saber hacerlo”, responde la experta. Y apoyar tanto a la familia como al profesorado involucrado. Aragón, que echa en falta una asignatura sobre inteligencia emocional en la escuela, exhorta a escuchar a los jóvenes, y a no banalizar sus preocupaciones. “Es importante tener en cuenta la perspectiva longitudinal; los problemas de salud mental no se inician a los 16 o 17 años”, tercia Ramos-Quiroga.
Parón en la socialización, pérdida de contexto, de estar con los amigos... La pandemia ha venido a echar más leña al fuego a problemas complejos que requieren de una gestión muy poliédrica, para la que no hay recursos, afirma sin ambages Ramos-Quiroga, que reclama, como mínimo, alcanzar la media europea de profesionales especializados. Alude a que la “buena sanidad universal española” tiene carencias cuando ponemos en foco en la psiquiatría infanto-juvenil. “Las nuevas generaciones hablan de lo que les pasa con más naturalidad que nosotros, pero, si piden ayuda y no tenemos recursos para atenderlos, les estamos creando mucha frustración”, insiste. Saluda un futuro Plan Nacional de Prevención del Suicido Adolescente, pero “tenemos que implementarlo, no dejarlo en el texto”, reclama.