Vincent Munier: “Me siento mucho más yo cuando estoy en la naturaleza”

El fotógrafo francés conversa con EL PAÍS sobre el estreno en España de su documental, ‘El leopardo de las nieves’, y sobre cómo restaurar la armonía al mundo del ser humano

El fotógrafo francés, Vincent Munier, en Madrid el pasado 9 de junio.Víctor Sainz

Ver a Vincent Munier (Épinal, Francia, 46 años) en la terraza de un hotel en la Plaza de Santa Ana, en pleno centro de Madrid, es algo inusual. A pesar de ser junio en la capital, el célebre fotógrafo de la vida salvaje lleva un pantalón de pana y una camisa. Un aspecto que choca con las botas de montaña, el anorak y el gorro de lana que suele vestir en sus viajes a las entrañas del Tíbet. Lleva yendo al techo del mundo desde 2011 en busca del leopardo de las nieves, ...

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Ver a Vincent Munier (Épinal, Francia, 46 años) en la terraza de un hotel en la Plaza de Santa Ana, en pleno centro de Madrid, es algo inusual. A pesar de ser junio en la capital, el célebre fotógrafo de la vida salvaje lleva un pantalón de pana y una camisa. Un aspecto que choca con las botas de montaña, el anorak y el gorro de lana que suele vestir en sus viajes a las entrañas del Tíbet. Lleva yendo al techo del mundo desde 2011 en busca del leopardo de las nieves, el felino que da nombre a su última película. Codirigida con Marie Amiguet, se estrena en los cines españoles el 24 de junio. “Me siento mucho más auténtico, más yo, cuando estoy en la naturaleza”, dice. Señala a su ropa y añade: “Olvidas todo esto, todo lo superficial”.

“La gente me dice que soy un poco diferente en la naturaleza, que me comporto como un animal”, bromea. “No soy muy agradable como compañero de viaje porque no escucho, solo veo las flores, las plantas, los pájaros…” Mientras habla, sus ojos persiguen cada pájaro que vuela sobre la terraza. Apunta a uno, un vencejo: “Es un ave fascinante, duerme volando. Son campeones”, dice con admiración, y pide disculpas por haberse distraído.

Desde chico, Munier ha ido perfeccionando sus técnicas de acecho: la calma y el cuidado necesario para observar animales. Hizo su primera foto cuando tenía 12 años. Fue en el bosque cerca de su casa, donde solía ir con su padre a acampar. Un corzo se le acercó: “Pensé que estaba soñando”, recuerda. Lo fotografió y en ese momento “algo cambió de golpe en mi vida”, asegura. Desde ese instante, solo ha querido “compartir con otros el amor” que siente por los animales salvajes. Lo ha hecho siempre detrás de una cámara, primero a través de la fotografía y ahora con el vídeo.

“Me cuesta pensar que lo que hago es un trabajo, porque me empuja más bien la pasión. De hecho, eso fue lo que ocurrió con la pantera de las nieves. No es un proyecto profesional, son 10 años de viajes en los que nunca creí que haría una película,” señala. En El leopardo de las nieves, galardonado el premio César al mejor documental, Munier guía al escritor francés Sylvain Tesson —y al espectador— en un viaje al corazón de las tierras altas del Tíbet en busca de este felino. Durante 92 minutos, los dos hombres reflexionan sobre la pérdida de la armonía en el mundo del ser humano. “Es una película muy sencilla, natural, personal, y nos sorprendió el eco que ha tenido”, admite. Dice que se nota que a la gente le sienta bien verla, incluso han llegado a decirle que es terapéutica: “Para mí eso es el mayor cumplido porque es lo mismo que siento cuando estoy en el terreno”.

El leopardo de las nieves fotografiado por Vincent Munier durante la expedición al Tíbet con Sylvain Tesson.

¿Por qué el leopardo de las nieves? “Porque me fascinan los grandes depredadores”, ya sea un oso, un león, o un lobo. “Donde están ellos, todo está en orden porque son como especies sombrillas, que permiten que haya un montón de otras especies a su alrededor. Es mágico”, desarrolla. “Además, es el animal que siempre te ve, te observa, pero tú nunca —o casi nunca— lo ves”, continúa. Es un felino que invita a entrar en su juego, que tienta al que lo busca, dice. “Pero hay que tener cuidado porque no puedes centrarte en una especie emblemática. En la película el leopardo es un pretexto, no ocupa más espacio que los otros animales”, explica. “Al lado de tu casa hay cosas maravillosas también. El leopardo de las nieves es mi camino, sí, pero también me nutro de muchas cosas. No hace falta llegar al final del mundo” para encontrar la belleza, dice.

“Todos necesitamos momentos de soledad”

Munier habla mucho de los sueños, los cumplidos y los que aún quedan por realizar. En su caso, sueña con ser invisible, un ser etéreo, para no traer consigo el desorden tan característico del ser humano. “Siempre tengo la sensación de que molesto a los animales, y me gustaría estar siempre camuflado, escondido, y que el animal se olvidase de que estoy allí. Para poderme alimentar de esa belleza del mundo salvaje, esa perfección”, describe. En el mundo animal, continúa, “no hay nada superfluo. Todo lo contrario al mundo del ser humano, donde somos tan superficiales. Nosotros somos los que traemos el caos”.

“Cuando eres niño tienes muchísimos sueños y de pronto la sociedad te los atrapa, te los quita”, reflexiona. “Tenemos que encontrar un sistema que nos permita llegar al final de nuestros sueños, y que demuestre que la felicidad no es solo consumir y tener dinero”. Dice que es la clave para combatir “esa velocidad de locos que nos lleva a estamparnos contra un muro” y así restaurar el equilibrio que los humanos han perdido.

Vincent Munier, en Madrid el pasado junio.Víctor Sainz

Se puede decir que Munier es experto en el arte de la soledad. No solo la busca durante sus viajes a los rincones más silenciosos del planeta, sino que también disfruta de ella en su finca en Vosgos, en su país natal. “Mi pasión me lleva a grandes momentos de soledad, y me parece indispensable”, señala. “En la sociedad, en la ciudad, haces un papel, en cierto modo. En realidad eres un poco el calco de quien está delante de ti”, observa. Dentro de este espejismo, dice, perdemos la habilidad de gozar del “simple hecho de sentir”.

Para reencontrarla, añade, “todos necesitamos esos momentos de soledad”. Cuando su intérprete acaba de traducir esta última frase del francés al castellano, Munier repite la palabra “soledad”. Dice que le recuerda a una canción. “¿Sabes a cuál me refiero?”, pregunta. Tarda unos segundos, pero con la ayuda de la traductora da con el nombre: Sodade de la cantante caboverdiana Cesária Évora. Dice que es una canción magnífica, se ríe y vuelve a disculparse por la distracción.

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