David Beriain y Roberto Fraile, la nobleza del oficio
En una época de ruido e intrusos, los periodistas, asesinados en Burkina Faso, representan la esencia de un trabajo que no consiste en figurar, sino en compartir
Pronto, el 26 de abril, se cumplirá un año del asesinato de David Beriain y Roberto Fraile. Murieron en acto de servicio, mientras realizaban en Burkina Faso un reportaje sobre la caza furtiva, fuente de financiación de los terroristas. El diario EL PAÍS les concede ahora uno de los premios más prestigiosos del periodismo, ...
Pronto, el 26 de abril, se cumplirá un año del asesinato de David Beriain y Roberto Fraile. Murieron en acto de servicio, mientras realizaban en Burkina Faso un reportaje sobre la caza furtiva, fuente de financiación de los terroristas. El diario EL PAÍS les concede ahora uno de los premios más prestigiosos del periodismo, el Ortega y Gasset, en la categoría de trayectoria profesional. Es decir, no solo por cómo murieron, sino por su entrega e inmensa aportación al oficio más hermoso del mundo.
Los premios tienen un objetivo evidente, alabar al que se lo merece, y otro menos obvio, pero también muy importante: inspirar a los demás, fijar un ejemplo. En una época de ruido e intrusos —los que confunden opinión con información, poder y servicio, fama y responsabilidad…—, David y Roberto representan la esencia de un trabajo que no consiste en figurar, sino en compartir. Reunían todas las virtudes del buen periodismo — la humildad, la intuición, la pasión, la perseverancia…— y carecían de esos defectos que a menudo ensucian el oficio: no conocían la soberbia, tampoco los prejuicios. Eran tan buenos no solo por lo que hacían, sino por qué lo hacían. No tenían tiempo para deleitarse en los aplausos porque en cuanto terminaban una historia ya estaban preparando la siguiente.
David salió de su pueblo (Artajona, Navarra, 1.600 habitantes) a los 18 años para realizar sus primeras prácticas en un diario argentino en Santiago del Estero, El Liberal. Volvió los veranos siguientes y terminaron poniéndole al frente de un equipo de investigación. Allí destapó que los servicios de inteligencia espiaban a opositores, periodistas y religiosos. También los abusos cometidos contra pacientes de un psiquiátrico. Fue la primera vez que su periodismo valiente y necesario le convirtió en objetivo. Le siguieron, le amenazaron y volvió a España. Le fichó entonces La Voz de Galicia, diario para el que cubrió la guerra de Irak. Pero tenía tantas ganas y tantas cosas de contar que un día renunció a la comodidad — un buen sueldo, una ciudad con mar…— para crear su propia productora, 93 metros, y empezar a explorar otros formatos. Con ella se convirtió en la estrella de Discovery Chanel, canal para el que realizó documentales excelentes que aportaron al canal numerosas nominaciones y premios. Fiel a ese periodismo valiente, nunca temerario, que había aprendido en Argentina, entrevistó, en sus campamentos, a los cabecillas de las FARC; en Afganistán, a los jefes talibanes; en México, a los cárteles de la droga; También a Juan Valderas, en el corredor de la muerte; a los percebeiros en la Costa da Morte; a quienes arriesgan todo por defender nuestros bosques de los incendios forestales.
Roberto Fraile, cámara excepcional, nació en Barakaldo, pero llevaba más de 25 años afincado en Salamanca. Aprovechaba sus vacaciones en la televisión de Castilla y León para recorrer el mundo con David y compartir su misión: mostrar la condición humana en las circunstancias más extremas y desconocidas, para entenderla mejor. En 2012, mientras cubría la guerra de Siria, fue alcanzado por la metralla de una bomba en Alepo.
Ennoblecían una profesión hermosa, hoy degradada por esos intrusos que confunden su trabajo con otras cosas. Para las futuras generaciones de periodistas y para todos nosotros serán siempre un ejemplo, el mejor recordatorio de por qué y para qué nos dedicamos a esto. Para el público, una ventana a otros lugares y personas, una mirada honesta y un trabajo imperecedero porque puso siempre el foco en lo humano más que en lo coyuntural.
David tenía 43 años cuando murió. Roberto, 47. Tenían todavía muchas historias que contar, pero aún estamos a tiempo de intentar parecernos a ellos.