La hora de la verdad

Lo increíble del escándalo de la pederastia en la Iglesia es cuántos conocemos a alguien que le pasó algo

Daniel Juan Tortosa, director de la Oficina de Protección del Menor del Arzobispado de Valencia, ante los medios.ALBERTO SAIZ (Europa Press)

En 2019, en una llamada al obispado de una provincia donde habían surgido numerosas denuncias de abusos, este diario preguntó por la atención a las víctimas, y un portavoz respondió: “¿Qué víctimas?”. “Las 20 que han salido en el periódico”, dije yo. “No en el periódico que yo leo”, replicó él. Las víctimas que han aparecido en los medios, en algunos, no han existido para la Iglesia. Los ha considerado una especie de peligrosos sujetos anticlericales. Y es verdad que eran un peligro, porque buscaban la verdad. Tampoco existían para las instituciones públicas, y todos sabemos por qué: es un cap...

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En 2019, en una llamada al obispado de una provincia donde habían surgido numerosas denuncias de abusos, este diario preguntó por la atención a las víctimas, y un portavoz respondió: “¿Qué víctimas?”. “Las 20 que han salido en el periódico”, dije yo. “No en el periódico que yo leo”, replicó él. Las víctimas que han aparecido en los medios, en algunos, no han existido para la Iglesia. Los ha considerado una especie de peligrosos sujetos anticlericales. Y es verdad que eran un peligro, porque buscaban la verdad. Tampoco existían para las instituciones públicas, y todos sabemos por qué: es un capítulo incómodo más de la revisión de nuestro pasado. Es cierto que es un problema complejo, porque los tribunales no sirven, está todo prescrito. Por eso quienes quieren eludirlo no cesan de decir que debería llevarlo la Fiscalía. Y la propia Iglesia intenta reducirlo a la esfera jurídica, aunque sea la propia, y pedir pruebas, cuando nunca las hay en estos crímenes, en vez de volcarse en la escucha y la piedad.

Los afectados han acudido a los medios porque era la única salida. Y realmente lo ha sido. El informe de EL PAÍS con 251 casos ha precipitado los acontecimientos. Otro factor ha sido que alguien conocido, un escritor popular, contara su caso. Los partidos solo se han movido cuando se han visto obligados. Hay víctimas que no comprenden por qué el presidente del Gobierno solo ha mandado un tuit al primer famoso que ha aparecido, cuando en los medios ya habían desfilado cientos. El propio Defensor del Pueblo, con el anterior titular, respondió hace cuatro meses a este diario que este tema quedaba fuera de sus competencias.

“No lo sabe ni mi mujer”, susurraba una de las víctimas al teléfono.

Pero al fin algo se mueve. Una comisión independiente es la solución idónea, con expertos que se tomen el tiempo necesario para escuchar a las víctimas. Dos, tres, cuatro años, lo que haga falta. Para muchas es tarde. Algunas de las personas que escribieron a este periódico en 2018 ya han fallecido, a veces sin ver publicadas sus historias, algo que era su única esperanza: que se sepa la verdad. Muchas se lo contaban a alguien por primera vez. “No lo sabe ni mi mujer”, susurraba una de ellas al teléfono. Todas estas personas, quizá miles, esperan que su dolor deje de ser un secreto privado y se abra una puerta diáfana, institucional, creíble, definitiva, para todos.

En otros países, la primera reacción maquinal de la Iglesia también fue la negación, por una inercia de décadas, hasta que llegó la hora de la verdad. Esa hora también está llegando en España. Lo increíble de este escándalo es cuántos conocemos a alguien que le pasó algo.

Si conoce algún caso de abusos sexuales que no haya visto la luz, escríbanos con su denuncia a abusos@elpais.es

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