Nochebuena a solas con la ómicron
La ola de contagios ha truncado los planes de muchas personas en toda España que pasarán la Navidad en soledad o con compañías no previstas
A estas horas de la tarde del 23 de diciembre, Sandra Embudo tendría que estar viajando a su pueblo, Sada (A Coruña), para pasar las fiestas de Navidad. Tarde de ruta con sus amigas, brindis navideño en el bar El Canalla, como todos los años, y cena familiar en la que nunca faltan marisco, cordero y turrones. De fondo, sin hacerle el mínimo caso, la televisión encendida con “uno de esos programas rancios que ponen esa noche”, dice, “en los que salen famosos cantando”. Sin embargo, en lugar de estar viajando, lo que hace a estas horas del 23 de diciembre es cogerle el teléfono a un periodista d...
A estas horas de la tarde del 23 de diciembre, Sandra Embudo tendría que estar viajando a su pueblo, Sada (A Coruña), para pasar las fiestas de Navidad. Tarde de ruta con sus amigas, brindis navideño en el bar El Canalla, como todos los años, y cena familiar en la que nunca faltan marisco, cordero y turrones. De fondo, sin hacerle el mínimo caso, la televisión encendida con “uno de esos programas rancios que ponen esa noche”, dice, “en los que salen famosos cantando”. Sin embargo, en lugar de estar viajando, lo que hace a estas horas del 23 de diciembre es cogerle el teléfono a un periodista desde la habitación de un hotel de Madrid, donde cuenta que al día siguiente por la tarde encargará una lasaña para comérsela sola mientras ve, sin pestañear, “uno de esos programas en los que salen famosos cantando, tú ya sabes”.
El plan perfecto de Sandra Embudo, de 31 años, empezó a desbaratarse en la noche del martes 21 de diciembre. Dolor de garganta, fiebre considerable. Pagó (95 euros) por una prueba PCR que dio positivo. Y así fue como asumió lo inevitable: que pasaría la Nochebuena sola, a 600 kilómetros de casa (trabaja temporalmente en Madrid en una empresa gallega) y pidiendo, al menos, su comida favorita. Mientras realiza esta entrevista, la llama un repartidor con dos regalos de amigos. Son el libro Madrid sí fue una fiesta, de Javier Menéndez Flores, sobre la Movida, y un mini-Yoda. Anochece en la ciudad, y las luces navideñas de las calles se cuelan en la habitación, cuenta. “Esto es más para una película que para un artículo”.
Una película ambientada en Navidad y además con final feliz, pese a los planes frustrados por el virus, tendría que tener como protagonistas en Valencia a David Lezcano y Alejandra Cabrera, embarazada de ocho meses y medio (sale de cuentas el 12 de enero). Esta iba a ser su última Nochebuena separados. Él, de 48 años, la iba a pasar en Madrid con su familia; ella, de 34, con la suya en Valencia. Lezcano dio positivo primero y se aisló; luego lo dio ella, y se volvieron a juntar. La covid-19 está jugando mucho más fuerte que la Iglesia con el “en la salud y en la enfermedad”. Los dos se encuentran bien y sin síntomas, recogidos del mundo y a la espera no tanto del negativo de la PCR, que también, sino de que cuando acaben las fiestas conocerán por fin a su bebé. “No hemos pensado en el menú”, dice Lezcano, “pero llevamos muchas semanas comiendo sano por ella, y seguro que caerá un pescado al horno”. Pasan las horas preparando la casa para el nuevo habitante, escuchan desde allí los villancicos y el ambiente de la calle y no pueden obviar una sensación agridulce: están enfermos, son contagiosos y no podrán ver a sus familias, “pero al mismo tiempo estamos juntos cuando no tocaba estar, en una noche así, al final del embarazo… En fin, podía ser peor”.
Podía ser lo que le ha ocurrido a Pablo García Menéndez, conocido en Pontevedra como Patilla. Su Nochebuena familiar en Catoira con su madre, su hermana que llega de Inglaterra y su tía se ha perdido debido al coronavirus. Se lo pegó hace una semana un amigo con el que comparte horas. “Cuando me dijo que lo tenía me temí lo peor, y lo peor ocurrió”. Ve pasar la vida solo, pero con una suerte inmensa, porque está en una casa que tiene una pequeña finca a la que sale a pasear y tomar el aire (“si tengo que estar metido en un cuarto 10 días y en estas fechas enloquezco”). Sin síntomas y combatiendo el aburrimiento, pasa la víspera del 24 pensando qué cocinar al día siguiente. “Haré algo ligero, pero que me lleve tiempo, que me sobra mucho, tirando de horno. Supongo que mucha llamada y mucha videollamada, abrir un vino…; en fin, nada especial porque nada puede ser especial cuando uno se queda aislado y enfermo. Espero que para el año que viene sea otra cosa, tanto para mí como para todos”, resuelve al teléfono.
Marta C. pasó la Nochebuena de 2020 en Madrid sola con sus hijas debido al riesgo alto de infección de covid-19; este año, en cuanto ella dio positivo y confirmó que las niñas no lo eran, las sacó de casa (las dejó bajo otra responsabilidad, se entiende) y se dispone a pasar la noche más familiar del año completamente sola. No suele cocinar. “¿Cómo que no suelo? No tengo ni idea, de hecho soy un desastre, y además he perdido el sabor, así que estoy muy expectante por saber qué va a pasar”, responde. Su plan no tiene fisuras. Como hasta ahora, entre su madre y sus amigas le dejarán comida en casa, ella picoteará mientras ve una película (“aún no la he elegido, alguna mala a la que preste la atención justa”) y hará videollamadas. También, dice Marta: “Me daré al alcohol, pero por aburrimiento, porque, ¿qué vas a hacer?”.
El plano de expectativas confrontado al plano de la realidad es especialmente duro en estas fechas. Lo fue el pasado año, y pocos pensaban que volvería a serlo este, cuando la inmensa mayoría de la población está vacunada. Pero la variante ómicron, más contagiosa y ―por lo que se sabe hasta ahora― menos dañina que las anteriores, ha disparado la incidencia y, por tanto, la cautela entre muchas personas. Francisco Naranjo, profesor de 39 años natural de Calzada de Calatrava (Castilla-La Mancha), se hizo una prueba de antígenos que dio negativo, se hizo una PCR que también dio negativa, pero no termina de estar tranquilo: convive en un piso de Madrid con una compañera que sí tiene el virus, y pasará la Nochebuena solo en Madrid con ella: mariscos, pescado emperador, dulces y vino. “Mis padres son mayores, y mi padre tiene problemas de bronquios, y yo me quedo mucho más tranquilo si no voy. En cuanto pasen unas semanas y confirme que no lo tengo, cojo el coche y los veo. Mejor eso que quedarte dándole vueltas a la cabeza”. Habla al teléfono de los planes frustrados como si, al verbalizarlos, los pudiese vivir. “La tarde de copas por Calzada con los amigos de siempre, irte a las siete y media u ocho para casa a echar una mano con la cena, tu familia… Otra vez será”.
A Pilar Sayáns, que se ha contagiado junto a uno de sus hijos, la Nochebuena la esperaba reunida con sus hermanos, todos ellos residentes en el extranjero (Bélgica, México, Estados Unidos). Una de sus hermanas incluso tenía habitación en casa y ha tenido que buscar otra. Todos viajan a Madrid para la ocasión y aquí pasarán la noche del 24, pero sin Pilar, su marido ni sus hijos. Los cuatro se han bunkerizado en casa a causa del virus. Eso sí, el menú de la cena familiar corría a cargo de ella, y ese plan no ha cambiado. Le duele la garganta y tiene la cabeza, dice, embotada. “Pero eso ya no sé si soy yo o el virus”, ríe. “Yo ya había comprado todo cuando di positivo, y el virus puede impedir que vaya a la cena de mi familia, pero no que le dé de comer”, cuenta. El menú de Pilar para la cena de los Sayáns en la que no estará ella está compuesto esta Nochebuena de consomé de primero, y solomillo con peras, chalotas y romero de segundo. “A ver si encuentran un delivery mejor”, sentencia.