Más que una simple estadística
El tiempo que ha costado aprobar en España una ley que proteja a los niños de la violencia ha sido imperdonablemente largo, pero debemos celebrar una norma que sitúa al país a la cabeza de la protección de la infancia
Las estadísticas son cosas raras. Las estudié en la universidad durante parte de mi grado en Psicología (un caso gloriosamente irónico del ciego guiando al ciego, pero esa es otra historia) y nunca las entendí realmente. Son confusas, fácilmente sesgadas, sujetas a todo tipo de caprichos cuantitativos pintorescos e impredecibles. Pero de vez en cuando hay algunas que son inolvidables, indiscutibles o ambas.
El conductor ebrio promedio conduce bajo los efectos del alcohol más de 80 veces antes de ser arrestado por primera vez.
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Las estadísticas son cosas raras. Las estudié en la universidad durante parte de mi grado en Psicología (un caso gloriosamente irónico del ciego guiando al ciego, pero esa es otra historia) y nunca las entendí realmente. Son confusas, fácilmente sesgadas, sujetas a todo tipo de caprichos cuantitativos pintorescos e impredecibles. Pero de vez en cuando hay algunas que son inolvidables, indiscutibles o ambas.
El conductor ebrio promedio conduce bajo los efectos del alcohol más de 80 veces antes de ser arrestado por primera vez.
Más de 36 millones de adultos estadounidenses no pueden leer, escribir o hacer matemáticas básicas por encima del nivel de tercero de primaria.
Gary Numan es 13 días mayor que Gary Oldman.
En España, uno de cada dos casos de violencia sexual denunciados a la policía es contra un niño.
Sé que últimamente nos hemos acostumbrado un poco a la conmoción, pero esa es una estadística impactante. En 2019 se registraron más de 40.000 delitos contra niños, según datos del Ministerio del Interior.
Teniendo en cuenta la asombrosa y monstruosa subnotificación de este tipo de delitos, es una apuesta muy segura sugerir que esos 40.000 representan menos de la mitad del número real. Mucho menos. Quizás incluso tan poco como una décima parte, dependiendo de las fuentes que se lean.
A veces, números tan grandes son difíciles de imaginar. Si pueden soportarlo, creo que es importante imaginar en concreto a uno de esos 40.000 niños. Denle un nombre y una edad. María. 8. Una ubicación. Toledo.
Imagínenla inmovilizada sobre sábanas ensangrentadas con un calcetín metido en la boca y sus ojos en blanco. Manteniendo la boca cerrada en la escuela, aprendiendo a leer el lenguaje corporal, a mentir sin esfuerzo, a analizar amenazas de violencia y comportamiento depredador en un nanosegundo; descubriendo cómo existir en las sombras sin llamar la atención sobre sí misma, cómo proteger y aplacar lo absoluto peor de la humanidad como si su vida dependiera de ello, cómo ser una persona de 40 años en el cuerpo de una niña de ocho.
Imaginen 40.000 Marías. Luego, multipliquen ese número de nuevo por otro cualquiera entre 2 y 10. Y luego díganme por qué coño se ha tardado más de una década en corregir esto. ¿La Iglesia católica? ¿La indiferencia? ¿Otras prioridades? Fuck off.
La semana pasada, finalmente, el Congreso aprobó por mayoría absoluta la nueva ley de protección de la infancia que Naciones Unidas suplicó a España que implementara hace 12 años.
Con mayoría absoluta. Me cuesta pensar en cualquier otro tema capaz de obtener la mayoría absoluta en el clima político tan increíblemente dividido de la actualidad. Tal vez parezca (¿me atrevo a escribirlo negro sobre blanco?) que las cosas, como ha sucedido con la violencia de género y la violencia homófoba, finalmente están cambiando a mejor para nuestros peques. Quizás ahora sea el momento de que los niños respiren un poco más tranquilos sabiendo, aunque sea inconscientemente, que las personas en las que se espera que confíen son realmente dignas de confianza. Y que si no lo son, bueno, pueden hablar, se les escuchará, se les creerá y se les llevará a un lugar seguro con la fuerza de mil soles.
Esta ley convertirá a España en un referente global. La convertirá en el país número uno del mundo en la protección de los niños. Reformará de manera dramática, drástica y definitiva un sistema legal, de apoyo, educativo y de protección que perteneció a la Edad Media, y lo arrastrará por el cogote hacia un presente que es adecuado para su propósito. Los niños estarán más seguros y mejor protegidos aquí que nunca y que en ningún país del mundo.
Y Vox votó en contra de esta ley por “razones ideológicas”. Simplemente voy a dejar eso ahí para que lo piensen.
Aunque, para ser justos, los verdaderos políticos no han sido mucho mejores. Save the Children y otras ONG llevan años luchando por esto. Le escribí una carta al señor Sánchez en este periódico en 2018 pidiendo ayuda y ese mismo día me llamó a la Moncloa para prometerme (y a la prensa) que esto sería una prioridad absoluta. Tres años después, todavía luchan entre sí para llevarse el mérito, alardean de la cantidad de enmiendas que propusieron y se anotan puntos usando la violación infantil como moneda de cambio (esto es lo que hacen, ya nada me sorprende). Pero al menos podemos decir que la ley ha sido aprobada. Con mayoría absoluta. Que se ha marcado como urgente (quiero decir: si alguna vez hubo una definición adecuada de urgente...). Y como tal, finalmente se espera que se publique en el BOE en las dos primeras semanas de junio. Ha sido un tiempo imperdonablemente largo. Pero podemos y debemos celebrar su llegada.