La cofradía medieval que recoge cadáveres de la pandemia
La Hermandad de la Sangre de Cristo se encarga de recoger cuerpos en Zaragoza desde hace siglos. Con la pandemia tuvieron que ampliar sus servicios y equiparse por su cuenta
Ignacio Giménez nunca olvidará la primera vez que recogió un cadáver. “La sensación de tocar esos tobillos fríos...”, rememora. Era el de una mujer atropellada, se dedicaba a limpiar casas y volvía de su jornada laboral cuando un coche se la llevó por delante. Giménez realiza esta labor como voluntario junto a otros 46 hermanos. Él es presidente de la Hermandad de la Sangre de Cristo, una cofradía dedicada desde la Edad Media a hacerse cargo de cadáveres y acompañar a las familias en Zaragoza. Ahora son los que reciben la llamada de la policía cuando hay un homicidio, un accidente de tr...
Ignacio Giménez nunca olvidará la primera vez que recogió un cadáver. “La sensación de tocar esos tobillos fríos...”, rememora. Era el de una mujer atropellada, se dedicaba a limpiar casas y volvía de su jornada laboral cuando un coche se la llevó por delante. Giménez realiza esta labor como voluntario junto a otros 46 hermanos. Él es presidente de la Hermandad de la Sangre de Cristo, una cofradía dedicada desde la Edad Media a hacerse cargo de cadáveres y acompañar a las familias en Zaragoza. Ahora son los que reciben la llamada de la policía cuando hay un homicidio, un accidente de tráfico, un suicidio o una persona abandonada. Unos 500 fallecidos al año. En 2020 ampliaron sus servicios a los muertos por covid, porque las funerarias no daban abasto.
“No todo el mundo puede hacer este trabajo, hay un periodo de prueba y si vemos que la persona no está preparada a veces ni le dejamos entrar en la habitación donde está el fallecido”, explica Nacho Navarro, de 33 años, uno de los miembros más jóvenes de la hermandad. “Por ejemplo, cuando te toca ir al escenario de un crimen violento, tienes que tener mucho cuidado de no modificar nada que pueda afectar a la investigación”, indica. Los miembros son admitidos por votación secreta con una especie de canicas blancas y negras. El origen de esta cofradía se remonta a la Edad Media: las primeras referencias aparecen en algunos escritos del siglo XIII. “Está relacionada con la expansión de los franciscanos en la Corona de Aragón. Desde el siglo XVII tienen el privilegio de levantar cadáveres en desamparo. También llevaban la última cena a los ajusticiados y a veces se encargaban de desmembrar el cuerpo y colocar las partes en la zona donde hubiesen cometido el crimen”, apunta José Luis Gómez Urdáñez, catedrático de Historia de la Universidad de La Rioja y autor de un libro sobre esta hermandad.
Eso es el pasado. Lo que les ha tocado vivir en el presente es una pandemia. En marzo se pusieron al servicio de los hospitales para realizar el traslado desde los centros sanitarios al anatómico forense o al cementerio, algo que en general no entra dentro de sus competencias. “En febrero, cuando vimos lo que se avecinaba, empezamos a abastecernos de equipos de protección”, indica Navarro. Adquirieron trajes NBQ (los de más alta protección) y mascarillas integrales con respiradores, que llevan con botas de agua y doble guante. También hicieron un curso con la Guardia Civil para aprender a quitarse el equipamiento sin contagiarse.
Su tarea es encargarse de los cadáveres en cuya recogida interviene el juez por algún motivo. Bien porque están abandonados, porque la causa del deceso no está clara, porque están envueltos en un crimen violento... Pero este año, el operativo que se estableció entre los hospitales, Gobierno autónomo y el Ayuntamiento les involucró en el transporte de cuerpos que normalmente no les corresponden: el de las morgues. Desde que se transfirió la competencia de recogida de cadáveres a los Gobiernos autónomos, la hermandad tiene un convenio con el de Aragón, y además recibe una subvención del Ayuntamiento para el gasto de su furgoneta, desinfección y el sueldo del chófer y el camillero. Además ingresa dinero de donativos. “Este año los gastos se han disparado. Los trajes de protección pasaron de costar de 1,80 a 49 euros”, indica Navarro.
A su minucioso protocolo se añadió este año un nuevo paso: poner una mascarilla al fallecido. “Lo que mata es el desconocimiento y aun así yo sigo yendo con miedo”, reconoce Navarro. Llegaron a transportar 10 cuerpos al día y recuerdan que el Instituto de Anatomía Legal de Aragón tuvo que habilitar una nueva cámara en abril. “Montamos nuestras propias guardias de ocho horas. Los sanitarios nos pusieron de ejemplo el desastre del camping de Biescas, nos dijeron que teníamos que descansar cada día porque si no, es imposible quitártelo de la cabeza”, señala Navarro.
Los cuerpos que recogen relatan la realidad. La de ahora es un virus. “En los ochenta y noventa rara era la semana que no recogías muertos por heroína. En los 2000 hemos visto mucha violencia de género. Con la crisis de 2008 recordamos muchos suicidios. En los últimos años, hemos sido testigos de mucha muerte en soledad. ¿Sabes quién es el primero que se da cuenta de la ausencia? El del bar”, relata Giménez. “Conoces la ciudad a través de la muerte. Puedes entrar en una casa enorme de la mejor calle de Zaragoza, y te encuentras dentro alguien que ha fallecido con síndrome de Diógenes. Te das cuenta de hasta dónde llega el ser humano”, añade Navarro. También han sido testigos de las tragedias de la ciudad, incluidos los atentados de ETA.
Sus muertos son los que ha dejado la historia, desde los carbonizados por la Inquisición, hasta los sentenciados a garrote vil. “La hermandad no dejó de actuar en periodos tan importantes como la Guerra Civil”, apunta el catedrático Gómez Urdáñez, que pasó varios meses buceando entre los documentos centenarios de esta cofradía. Lo hizo sentado al lado de la sala en la que hoy se reúnen. Una estancia adornada con azulejos con calaveras, pinturas barrocas y retratos de los antiguos hermanos mayores. “Levantaban a los cadáveres con un tiro en la cuneta o en la tapia del cementerio y los anotaban con descripciones muy detalladas. Por ejemplo: 22 años, pantalón blanco, en los bolsillos lleva tres pesetas y un paquete de tabaco”.
Tras el primer cadáver al hermano mayor, Ignacio Giménez, le han llegado más de 500 en 30 años de trabajo voluntario. Muchas noches en las que quedaba con sus amigos o con chicas y tenía que abandonar porque le llamaban para recoger un fallecido. “Yo se lo digo a mi mujer: el día que me acostumbre a esto, lo dejaré”.
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