“Lo hice bien, ¿no? Muy serena he estado”
Araceli Rosario Hidalgo, de 96 años, fue este domingo la primera ciudadana española en recibir la vacuna de Pfizer y BioNTech
Asoma primero el andador y luego ella. Hace dos horas y cuarto que su nombre se ha colado en los salones, las oficinas y los móviles de toda España. Araceli Rosario Hidalgo, 96 años, la primera ciudadana española en recibir la vacuna de Pfizer y BioNTech, hace visera con la mano derecha para tapar el sol de cara y levanta alto el brazo para saludar desde una de las terrazas de la residencia Los Olmos, donde vive. La flanqu...
Asoma primero el andador y luego ella. Hace dos horas y cuarto que su nombre se ha colado en los salones, las oficinas y los móviles de toda España. Araceli Rosario Hidalgo, 96 años, la primera ciudadana española en recibir la vacuna de Pfizer y BioNTech, hace visera con la mano derecha para tapar el sol de cara y levanta alto el brazo para saludar desde una de las terrazas de la residencia Los Olmos, donde vive. La flanquean otras dos mujeres: Mónica Tapias, auxiliar de Enfermería del centro y la segunda persona en ser vacunada, y Carmen Carboné, la enfermera que ha puesto esas dos primeras dosis a las 9.05 de este domingo 27 de diciembre.
“Sus nombres serán pregunta de Trivial”, dice un hombre a las puertas de la residencia justo cuando TVE, la única cadena autorizada, retransmite en directo el momento en el que Araceli se santigua mientras Carboné prepara la inyección. “Es un pinchacito que no va a notar, ¿de acuerdo?”, avisa la enfermera antes de introducir la aguja en su brazo izquierdo: “¿Qué nota, un poquito de picor?”. “Un poquitillo, pero nada, nada”, contesta Araceli. Apenas 15 segundos.
—Ya está, ha sido usted la primera, termina la sanitaria.
—Gracias a Dios, remata ella.
Poco después, sentada tras la inyección, dice en directo: “A ver si conseguimos que el virus se vaya”. Esta mujer totalmente autónoma nació en Guadix, en Granada, en 1924, aunque está empadronada “hace muchos, pero muchos años en Azuqueca de Henares”. En ese municipio al sureste de Guadalajara “hizo vida”: “Ama de casa, los niños, la familia”. Lo cuenta al teléfono, mientras Tapias se lo sostiene, después de ser vacunada y “de desayunar”. En Los Olmos vive “tan a gusto y tan tranquila” desde 2013, en Los Olmos hace “gimnasia, ganchillo y ve la tele”: “Me muevo todo lo que puedo, a mí me gusta hacer cosas”.
Araceli se ríe mucho cuando dice que hace “deporte”. Algo menos cuando cuenta que a unas decenas de kilómetros de allí, en Madrid, viven sus dos hijos, sus cuatro nietos y su bisnieta. Hace meses que no los abraza —“desde que se cerró todo esto por la cosa esta, deseando estoy verlos”—, pero sabe que ellos sí acaban de verla a ella convertirse en la primera persona vacunada. “¿Lo hice bien, no? Muy serena he estado”, vuelve a reírse. Dice que le impresionó ser la elegida: “Pensé ‘¿por qué yo?’, pero me hizo ilusión y todo muy bien”.
De pie junto a Araceli está Mónica Tapias, lleva trabajando en la residencia una década. Se pone al teléfono, más tranquila que un rato antes: “Y menos mal, estaba muy nerviosa pensando que me estaba viendo toda España. Creo que no pensaba en nada especial más allá de que era un orgullo haber sido elegidas, que lo fuese nuestro centro”. A Tapias, 48 años, la memoria se le va a la primavera, a los “meses duros, durísimos” en los que esas puertas se cerraron: “Porque se han muerto los residentes solos, porque era triste, porque había hijos que venían todos los días a ver a sus padres y de repente no podían”.
Tapias recuerda los compañeros que se contagiaron, al padre de una de ellas, que falleció entre esas paredes donde trabajan 120 personas y viven 70 residentes. “Se convierten en tu segunda familia y eso hace más difícil pasar por todo esto”, añade Tapias. ¿La vacuna? “Nada, como cualquier otra. Ojalá se vacunase el 100% de la población, sé que no es posible”, lamenta, “pero no queremos volver a sufrir las consecuencias, ni la tercera ola que se prevé ahora después de Navidad”. De repente calla, y llora: “Yo lo único que quiero es que pase todo esto para poder dar un beso a mis padres, llevo desde marzo sin hacerlo”.
“Para eso ya queda menos”, dice Carmen Carboné, 30 años en el servicio de prevención de riesgos laborales en el hospital universitario de Guadalajara. Nació en Cuenca, en 1960, jamás imaginó que un día sería la sanitaria que pusiera la primera vacuna en España, se lo dijeron el miércoles, a las 14.00. Jamás tampoco que viviría una pandemia. También al teléfono, dice que este domingo “puede” que ellas pasen a la historia, pero que sobre todo lo harán “las personas mayores y los sanitarios, en general”. Por lo que arrastran.
Ver los viales por primera vez, “tan pequeñitos y tan preciados”, la emocionó. “Pensé: la cantidad de vida que hay dentro de ese vial y la cantidad de problemas que nos puede solucionar en los próximos meses”. Mientras vacunaba a Araceli, “solo pensaba en ella”. Después, en lo “importante de que nadie tenga miedo, que es una vacuna más, que la gente recuerde que lo que hemos vivido es mucho peor que cualquier vacunación”.
Las tres continuarán después con el día: Tapias y Carboné seguirán trabajando. Araceli “descansará”, que “es domingo”. Para el final del día, en ese centro se había vacunado el 89,23% de los mayores y el 98,46% de la plantilla. A la espera de la segunda dosis, dentro de 21 días, y de que una semana después alcance su máxima efectividad. Araceli, la última al teléfono, se despide: “Pues ya estaría”.
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