El confinamiento infernal de María
Dejó a su maltratador justo unos días antes del estado de alarma: “Me acosó con más de 300 mensajes y amenazas de muerte”
Mientras el microscópico SARS-Cov-2 encerraba en casa a buena parte del planeta, una mujer descubrió en una aldea de Galicia el virus de grandes dimensiones con el que había convivido durante más de tres años. María, de 37 años, decidió romper con su pareja solo un par de días antes del estado de alarma, huyendo de una relación de sometimiento y tortura psicológica que la había dejado sin trabajo, sin familia y sin amigos. “Dos días después de dejar...
Mientras el microscópico SARS-Cov-2 encerraba en casa a buena parte del planeta, una mujer descubrió en una aldea de Galicia el virus de grandes dimensiones con el que había convivido durante más de tres años. María, de 37 años, decidió romper con su pareja solo un par de días antes del estado de alarma, huyendo de una relación de sometimiento y tortura psicológica que la había dejado sin trabajo, sin familia y sin amigos. “Dos días después de dejarle, estaba confinada sola con mis dos niños”, cuenta ahora que ha encontrado la salida del laberinto. “Fue un infierno continuo, me mandó más de 300 mensajes y llamadas de teléfono amenazándome incluso de muerte”.
El historial del móvil de María entre marzo y junio es un relato de terror. “Voy a romper el confinamiento para plantarme ahí”. “Te voy a separar la cabeza del cuerpo”. “Contesta o mañana cuenta conmigo, a cojones no me ganas”. “Voy a empapelar el pueblo con los hombres con los que te acostaste”. La telefoneaba obsesivamente, hasta de madrugada. Aunque lo bloqueara, el móvil seguía comunicándole sus intentos de llamada y acrecentando la angustia. Él buscaba otros terminales para proseguir con el acoso. “Me decía que me amaba y luego me amenazaba e insultaba. Yo a veces lo desbloqueaba para intentar calmarlo y que no viniera a montarla a casa donde yo estaba con mis hijos”.
Mientras asimilaba cómo el coronavirus ponía el mundo entero del revés y atendía a sus hijos en sus tareas escolares desde casa, María tuvo que lidiar con las embestidas de un “psicópata”, cuenta. Para sobrevivir, recibía la asistencia telefónica de las amigas que unos días antes le habían abierto los ojos. “Gracias a ellas dije ‘hasta aquí’. Me sentaron durante varios días y me contaron lo que yo no veía y sí el resto de gente que estaba a mi alrededor: que él andaba con otras mujeres, que nunca se había divorciado de su anterior pareja y que había sido él el que había hecho que me echasen de mi trabajo”. Durante el confinamiento, la acompañaron en la distancia, la calmaron y le aconsejaron cómo actuar. La compra se la llevaban a casa porque ella no tenía manera de desplazarse. Su coche tuvo que esconderlo para evitar que su expareja ejecutase una de sus numerosas amenazas: prenderle fuego.
En cuanto terminó el encierro, denunció a su agresor con todas las pruebas del acoso recabadas entre marzo y mayo. Ahora está protegida por una orden de alejamiento y ha emprendido un proceso de “curación” para dejar atrás las heridas acumuladas tras más de tres años de violencia psicológica. Nunca le pegó, pero una vez amagó con emprenderla a golpes y María pensó que había llegado su final: “Yo creo que es peor la violencia psicológica que la física. De un golpe te recuperas, pero lo que él me hizo me destrozó por dentro, me hizo sentir vacía. Él regía mi mente”.
Durante la relación, su pareja controlaba el más mínimo de sus movimientos y su forma de vestir y le molestaba que hablara con otros hombres. María hasta iba al baño y tendía la ropa pegada al móvil. Cuando él la llamaba, debía contestar al momento o entraba en cólera. Le destrozó la autoestima insultándola y vejándola y le hablaba mal de todo su entorno para dejarla sola frente a él: “Me aisló de mi familia, de mis amigos y de mis compañeros de trabajo. Intentó enfrentarme hasta con mis hijos y me puso en contra de todos mis vecinos, excepto de unos que fueron los que me ayudaron cuando me atreví a dejarlo. Nunca me creí lo que él me decía de ellos”.
Le daba “una de cal y otra de arena”. Un día la colmaba de regalos y el siguiente, de humillaciones. Maniobró a sus espaldas para que perdiera su trabajo y dependiera de él económicamente. “Mucha gente me pregunta ‘¿por qué aguantaste?’ y no sé responder… Por no verme sola, por miedo a que fuese violento, por no verme desamparada…”, analiza María. “Yo era consciente de que era víctima de violencia de género, pero no quería que nadie lo supiera y lo tapaba todo lo que podía. Quería que la gente se quedara con la fachada de pareja enamorada porque él, socialmente, tenía buenos momentos y se mostraba encantador”.
Cinco meses después de haber puesto un pie fuera del infierno, María está recuperando su autoestima para no volver a caer en una relación tóxica y quiere ayudar a otras mujeres a salir: “Ese miedo que te angustia y frena, no dejándote vivir, tienes que convertirlo en la fuerza que te abra a una vida mejor. A quienes están como estaba yo, me gustaría decirles que tienen que pensar que son personas maravillosas, que simplemente no les dejan verlo”.
El estrés de la pandemia azuza a los agresores
Las peticiones de ayuda de víctimas de violencia machista se han disparado desde que estalló la pandemia. Según los datos de la Delegación del Gobierno contra la Violencia de Género, entre marzo y septiembre, el teléfono 016 recibió 52.760 llamadas, un 28% más que las 41.072 registradas en el mismo periodo de 2019 y un 19% por encima de las 44.252 de 2018. El pasado abril esta línea de auxilio creada por el Gobierno en 2008 batió el segundo mayor récord de actividad de su historia con 8.692 alertas de mujeres maltratadas.
Marisol Rojas, psicóloga del servicio de atención a mujeres del Ayuntamiento de Sant Boi de Llobregat (Barcelona), ve confirmados sus temores con este fuerte incremento de las peticiones de ayuda. La pandemia y el confinamiento han multiplicado la “ansiedad” y los “factores estresantes” que azuzan al agresor, conviva o no con su víctima, desde la precariedad económica al consumo de alcohol, explica. “El confinamiento ha aumentado la impunidad de los agresores porque han tenido aisladas totalmente a sus víctimas”, señala Rojas. “Y también la situación en casa se ha vuelto más tensa y conflictiva”. A la par que las llamadas al 016, han crecido las visitas a unos servicios de atención que ya estaban “saturados”. “Estamos priorizando los casos más graves. A una mujer que pone una denuncia, por ejemplo, hay que atenderla lo antes posible”, apunta Rojas. Para muchas víctimas como María, concluye, lo sufrido en el confinamiento ha sido “la gota que ha colmado el vaso”.
“Así salí del laberinto de la violencia de género”
El infierno que vivió María durante más de tres años es un caso paradigmático de violencia psicológica. Ella misma cuenta cómo la atrapó su agresor, cómo un día por fin dijo “basta” a la relación y cómo ha empezado a “curarse”. Quiere ayudar a otras mujeres a salir del laberinto de la violencia machista.
1. Control férreo de movimientos y forma de vestir
María cuenta que vivía pegada a su móvil para que su expareja no entrase en cólera porque no atendía inmediatamente sus llamadas. La obligaba a vestirse como él quería.
2. Aislamiento social y familiar
Su agresor logró alejar a María de su familia y de sus amistades hasta dejarla completamente sola frente a él.
3. Anulación de la autoestima
A María su expareja le daba una de cal y otra de arena. Un día la colmaba de regalos y otro, de humillaciones, insultos y vejaciones.
4. Dependencia económica
La expareja de María hizo todo lo posible para que ella dependiera de él y llegó a maniobrar para provocar que la despidieran de su empresa.
5. Bloqueo: “Era consciente de que era una víctima pero lo tapaba”
El miedo le impedía a María romper una relación que la condenaba a una vida que ella no quería. Sabía que estaba sufriendo violencia machista, pero lo ocultaba y vivía “de las apariencias”.
6. Ayuda
Después de perderlo casi todo, María abrió los ojos gracias a unas amigas y pidió ayuda para denunciar a su expareja y salir del pozo.
7. Curación
María ha conseguido otro trabajo y ha recuperado a sus amistades. Está convencida de que saldrá “más fuerte y mucho más feliz”.