‘Don’t Stop Me Now’
En este texto me quiero permitir ser sincera. Porque también lloro, y me desvelo, y me enojo, y cocino, y barro, y lavo, y aspiro, y me enojo y vuelvo a llorar
No es fácil estar en cuarentena, para qué engañarnos. Esto no es Instagram. Ni Facebook live. No hace falta hacer un vivo leyendo y recomendando libros. Lo hacemos, claro, y tratamos de mantener la moral y el ánimo lo más alto posible. Pero en este texto me quiero permitir ser sincera. Porque también lloro, y me desvelo, y me enojo, y cocino, y barro, y lavo, y aspiro, y me enojo y vuelvo a llorar.
Estoy en Buenos Aires, en un departamento frente a un parque, tal vez el parque más lindo y verde de la ciudad. Comparto el aislamiento con mi pareja y mi hija. En ese sentido soy privilegiad...
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No es fácil estar en cuarentena, para qué engañarnos. Esto no es Instagram. Ni Facebook live. No hace falta hacer un vivo leyendo y recomendando libros. Lo hacemos, claro, y tratamos de mantener la moral y el ánimo lo más alto posible. Pero en este texto me quiero permitir ser sincera. Porque también lloro, y me desvelo, y me enojo, y cocino, y barro, y lavo, y aspiro, y me enojo y vuelvo a llorar.
Estoy en Buenos Aires, en un departamento frente a un parque, tal vez el parque más lindo y verde de la ciudad. Comparto el aislamiento con mi pareja y mi hija. En ese sentido soy privilegiada. Pero a mis otros dos hijos no los veo hace más de un mes, y esa distancia física es de las cosas que más me cuesta sobrellevar. Busco fotos de ellos en la nube, de cuando eran chicos, de cuando íbamos a playas y nos reíamos y nos abrazábamos. Se las mando y me vuelven mensajes cariñosos, aunque tengo la sensación de que para ellos esas imágenes no significan lo mismo que para mí. Yo sé que hay algo de aquellos encuentros y sabores del pasado que ya no volverá. Mis hijos, en cambio, si todos tenemos suerte, disfrutarán otras playas.
Leo, pero me cuesta leer. Tengo una biblioteca con muchos libros. Puedo escoger autores, géneros, estilos. Sin embargo, no hago una verdadera elección. Muevo los ejemplares, los abro, dejo que mi vista caiga en cualquier página, hojeo hacia adelante y hacia atrás, los cierro. La ficción no me atrapa, sólo me atrapan las palabras. Una frase, una línea. Pero me irrita seguir las aventuras de personajes que no saben que el mundo está detenido por el avance de un virus que se convirtió en pandemia. ¿Cómo hacen para viajar, para enamorarse o para descubrir a un asesino si no llevan barbijo ni guantes de látex? Toda ficción me resulta hoy inverosímil, todo personaje actúa de manera descabellada. El azar, motor de tantas narraciones, quedó acotado al cuarto donde cada uno de nosotros está aislado. Las historias se me desvanecen, sólo quedan allí las palabras. Y no es poco.
Cumplí años en cuarentena. Lo mismo que tanta gente. Pero cumplí 60 y ese detalle, en épocas de coronavirus, agrega una dimensión dramática al hecho de haber consumido las dos terceras partes de la vida: entrar en grupo de riesgo. Claro que no era yo una persona tan diferente en mi último día de los cincuenta y nueve. Claro que no aumentó el riego de manera brutal unas horas después de las 12.00 pm de ese día. Pero la pandemia nos hizo expertos en números, curvas, tendencias, probabilidades. Y el número 60 me perseguía en sueños. No quise que la fecha me pasara inadvertida. Lo único que me atraía para ese día era estar con personas queridas. Así que hice un Zoom (no sé si la Real Academia habrá ya aceptado el modismo “hacer un Zoom”). Amigos expertos en la plataforma me advertían que con tantos invitados iba a complicarse, que les apagara los micrófonos, que pusiera contraseña, que no pusiera. Allí fui, como pude, mandé la invitación virtual, me puse un vestido de fiesta, mi marido un traje, y arrancamos. Fue hermoso, estaban en la pantalla amigos de toda la vida, amigos que me dio la literatura, familia. Personas queridas que viven en distintas partes del mundo se miraban unos a otros en cuadraditos minúsculos y trataban de cantarme un feliz cumpleaños desordenado. Me emocionó ver la alegría cuando uno descubría que allí estaba otro a quien extrañaba y movía las manitos o se reía hasta las lágrimas. Intenté que cantáramos y bailáramos, cada uno en su espacio virtual, la canción de Freddy Mercury que es mi himno para esta pandemia: Don´t Stop Me Now. El intento no salió muy bien en términos artísticos, pero sí emotivos.
Espero que el señor coronavirus haya entendido el mensaje: Don´t stop me now, porque tengo 60, pero yo también quiero más playas.
Claudia Piñeiro es escritora. Su último libro es Quién no (Alfaguara, 2019).
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