“Los hombres mayores son más tímidos que las mujeres. Les da como vergüenza llamar y pedir cosas”
Funcionarios del Ayuntamiento de Valencia atienden telefónicamente a ancianos que viven sin compañía y sin apenas recursos para solucionar sus problemas cotidianos
Cuando se decretó el confinamiento se cerraron los centros de día, esos espacios de actividades que funcionan como clubes de jubilados en las ciudades. Muchos ancianos se quedaron solos en sus casas, sin su sustento de comida, sin poder bajar a hacer la compra por ser personas de alto riesgo de contagio por el coronavirus, sin ayuda para arreglarse o para comprar un medicamento. Perdieron también su ración diaria de socialización. Un problema que el Ayuntamiento de Valencia detectó pro...
Cuando se decretó el confinamiento se cerraron los centros de día, esos espacios de actividades que funcionan como clubes de jubilados en las ciudades. Muchos ancianos se quedaron solos en sus casas, sin su sustento de comida, sin poder bajar a hacer la compra por ser personas de alto riesgo de contagio por el coronavirus, sin ayuda para arreglarse o para comprar un medicamento. Perdieron también su ración diaria de socialización. Un problema que el Ayuntamiento de Valencia detectó pronto y motivó la organización, el pasado 20 de marzo, de un call center, un servicio de atención telefónica prestado por funcionarios del área social, con el propósito de escucharlos y ayudarlos.
“Son personas vulnerables, muchos con una vulnerabilidad sobrevenida. Algunos no tienen familia y otros no pueden recibir visitas porque o sus allegados están fuera o pueden ser un peligro de contagio para ellos. Desde aquí coordinamos los programas Menjar a casa y el Servicio de Atención Domiciliaria (SAD), que se han ampliado, además del trabajo de las ONG y las cestas de la compra de Cruz Roja. Hasta el momento, hemos dado alguno de estos servicios a 1.500 personas. A menudo se dice que la administración es un dinosaurio, poco ágil, pero hemos montado esto en unos días”, explica Pilar Bernabé, concejal de Envejecimiento Activo. Empezaron con unas 300 llamadas al día y el ritmo ahora ha decrecido. Hace falta darlo a conocer más entre una población con la que a veces es difícil contactar, agrega la edil.
Los centros de día (siete, con 700 plazas en total en Valencia) son claves en la vida de las personas mayores que viven solas. “Muchos han tenido que recluirse sin ningún apoyo. Tenemos a 300 mayores de una edad en torno a los 85 años. Se quedaban muy desprotegidos y decidimos hacer seguimiento diario de todos los usuarios, atendiendo a sus necesidades y comprobando cómo están”, señala Victoria Pocovi, trabajadora social y responsable del área de los centros de día.
Pocovi destaca la enorme gratitud que muestran las personas atendidas, al igual que Mari Paz Marco, coordinadora del call center instalado en el antiguo edificio de Tabacalera en Valencia. “Hay gente que tiene problemas de corazón, que necesita sus medicamentos y no puede salir a la farmacia. Intentamos atender a todas sus necesidades, incluida la formación en el uso del móvil, de las tablets o de Internet para comunicarse con sus familias”, comenta esta trabajadora social, que no quiere olvidarse de destacar el trabajo de las ONG colaboradoras como Amics de la Gent Major y Jovesolides.
“A veces llego a casa hecha polvo, porque no dejas de emocionarte, aunque lleve en esto 16 años. Te cuentan su vida y te implicas. Llaman y se muestran preocupados aunque quieren ocultarlo. Los hombres mayores son más tímidos que las mujeres. Les da como más vergüenza pedir cosas. Muchos mayores llaman porque tienen miedo de morir solos. Es lo que más les duele”, cuenta María Paz Marco.
“Aquí estoy yo, con 86 años, sola, porque no puede venir nadie. Pero gracias al Ayuntamiento y a los repartidores como muy bien. Yo no lo haría mejor, y eso que he sido cocinera en residencias, hospitales y en restaurantes. Me sale muy bien la comida típica de El Cabanyal [barrio marinero de Valencia donde vive], como la espardenyà [plato parecido al all i pebre que, además de anguilla, lleva carne]”, comenta por teléfono Angi Ginés. “Ayer mismo, repasando mi vida lloré mucho. La vida me ha dado muchos palos, imagínese con siete hijos y un marido enfermo, hace 60 años. Se me murieron dos hijos y también enfermaron y no teníamos nada para comer. Ahora me refugio leyendo, escribo pequeños argumentos, obras de teatro, y los hacemos mi hija y yo. Pero ahora no puede venir, porque estoy muy delicada y es peligroso”, cuenta Angi con voz firme y vitalidad contagiosa. “Mi madre es una luchadora increíble”, dice su hija Belén.
“Para nosotros lo más importante son los repartidores y más ahora”, apunta Alicia Peris, jefa del área de la empresa adjudicataria, Serunion, que gestiona el programa Menjar a Casa. “Están en la calle. Se desviven. Además de repartir la comida, son los ojos de los servicios sociales porque contactan con los mayores y si detectan que algo va mal lo dicen. En muchos casos, son el único contacto que tiene los mayores y estos están tan agradecidos que a veces, sin tener apenas nada, les regalan, por ejemplo, naranjas por la vitamina C“, añade.
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