Las favelas de Brasil esperan el impacto del virus sin un modelo en el que mirarse
Para los 30 millones de brasileños que carecen de saneamiento es difícil seguir las recomendaciones más básicas de protección. En las barriadas, muchos aún desprecian el riesgo de la Covid-19
Las autoridades y la ciudadanía de Brasil pueden hacerse una cierta idea de lo que se les avecina con la expansión del coronavirus en una megalópolis como São Paulo o en Salvador de Bahía porque van unas semanas por detrás de Wuhan o Madrid. Pero, junto a las infinitas incertidumbres de la crisis, este país continental afronta la amenaza “con un agravante: no existe modelo de cómo se expande por las favelas”, alertaba esta semana el biólogo y divulgador Atila Iamari...
Las autoridades y la ciudadanía de Brasil pueden hacerse una cierta idea de lo que se les avecina con la expansión del coronavirus en una megalópolis como São Paulo o en Salvador de Bahía porque van unas semanas por detrás de Wuhan o Madrid. Pero, junto a las infinitas incertidumbres de la crisis, este país continental afronta la amenaza “con un agravante: no existe modelo de cómo se expande por las favelas”, alertaba esta semana el biólogo y divulgador Atila Iamarino.
Para los 30 millones de brasileños que no tienen saneamiento básico o los 11 millones que viven en miles de favelas repartidas por un territorio que duplica al de la Unión Europea seguir la recomendación sanitaria más básica —lavarse las manos frecuentemente con jabón— es difícil y el gel desinfectante, un lujo inalcanzable. Y trabajar desde casa resulta una quimera para familias que comparten 1-2 cuartos mal ventilados o cuando alimentar a la prole requiere salir a la calle a vender dulces, cuidar bebés o jardines de otros.
Ya se han confirmado un puñado de casos en barriadas de Río de Janeiro mientras el avance de la pandemia toma velocidad. Hasta este viernes sumaba 359 fallecidos y 9.056 contagiados.
En estas comunidades superpobladas donde pocos confían en las autoridades, a menudo el Estado solo aparece con uniforme de policía, frecuentemente faltan hasta las infraestructuras más básicas y la gente vive literalmente al día, combatir el coronavirus es una misión delicadísima que preocupa a los gobernantes y en la que la sociedad civil se ha puesto manos a la obra en un intento de evitar la catástrofe.
“La crisis ya nos está afectando de forma muy violenta y sabemos que aquí va a contagiar a mucha gente”, explica por teléfono Gilson Rodrígues, presidente de la Unión de Vecinos y Comerciantes de Paraisópolis. Relata que, aunque requirió varios días, el vibrante comercio de esta favela de 100.000 habitantes en São Paulo ya está cerrado en aplicación de las medidas de aislamiento social recomendadas por el Ministerio de Salud y el gobernador. Son medidas drásticas, en línea con las pautas de la OMS, para afrontar el peligro a la salud, que el presidente Jair Bolsonaro considera exageradas por sus brutales efectos en la economía. Según ha defendido, “el hambre mata más que el virus”.
Convencer a los vecinos de que reduzcan el contacto con otros para frenar los contagios no ha sido fácil porque en Paraisópolis “unos no se creen que el virus va a llegar y otros no creen que va a ser tan violento”, asegura el líder vecinal. Cosme Filipsen, que vive en el Morro de la Providencia, una favela de Río, cuenta por teléfono desde allí que buena parte de sus vecinos se reunían todavía hace unos días para un churrasco y unos tragos.
Esa incredulidad popular no sorprende si se tiene en cuenta que Bolsonaro encabeza a los que consideraron la Covid-19 una gripecilla y sigue animando a sus compatriotas a retomar completamente la actividad económica contra el criterio del ministro de Salud, Luiz Henrique Mandetta. Este médico apegado a la ciencia advierte de que mientras no haya vacuna ni suficientes camas hospitalarias, respiradores o mascarillas, lo más eficaz es quedarse en casa. “Además de ineficaz frente a la pandemia, Bolsonaro nos pone a todos en peligro”, insiste Filipsen.
El virus, que llegó a América Latina con un empresario brasileño que viajó a Milán, avanza en un país donde la acusadísima desigualdad social complica todavía más la batalla. Nísia Trinidade Lima, presidenta de Fiocruz, una de las instituciones brasileñas de referencia en investigación de salud pública, explicaba en una reciente entrevista que la Covid-19 “llega en clase ejecutiva, pero se encuentra con una realidad en la que tenemos una alta densidad de población en condiciones habitacionales de gran vulnerabilidad como ocurre en muchas de nuestras periferias y favelas en todas las ciudades de Brasil. Y además tenemos una movilidad urbana difícil, con transportes hacinados”.
Cuenta el carioca Filipsen que sus recientes protestas en redes porque una parte de su favela estaba sin agua fueron recogidas por los medios de comunicación y por fin el suministro fue restablecido en esa zona que “estaban sin agua desde tres meses antes de la pandemia”.
A la intranquilidad por la falta de saneamiento básico —“despreciado por los políticos porque no luce en las campanas electorales”, dice el líder vecinal de São Paulo— se une una preocupación aún más acuciante, la debacle económica: los comerciantes han perdido sus ingresos con el cierre de las tiendas, y muchos porteros o niñeras que trabajaban en los barrios de clase media-alta “han sido despedidos, les han dado vacaciones no pagadas o a los jornaleros no los contratan”.
Como las ayudas económicas directas anunciadas por el Gobierno federal, los estatales y los ayuntamientos todavía no se materializan en los bolsillos de los brasileños, las asociaciones de vecinos de infinidad de barriadas han buscado aliados para repartir alimentos a los más necesitados entre los pobres, e informar a sus vecinos de la magnitud de los riesgos y de cómo evitarlo. En Paraisópolis, incluso, levantan una especie de hospital de campaña.
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