¿Cuidaremos a los profesionales sanitarios como ellos nos están cuidando?
Confiamos en su capacidad para sobreponerse a la adversidad. Pero después de esta crisis, como en las catástrofes, podrán quedar secuelas
Los profesionales de nuestras instituciones sanitarias sostienen desde hace décadas uno de los sistemas de salud más eficientes del mundo. Realizan un trabajo de gran responsabilidad que exige un alto nivel de conocimientos científicos para tomar decisiones complejas, cada vez a mayor velocidad a medida que aumenta la presión asistencial. Pero el cuidado del paciente consiste fundamentalmente en una conexión humana con una persona vulnerable, enferma o cercana a la muerte. Lo emocional está muy presente, y en ocasiones inunda a los profesionales y los agota, a pesar de lo cual resisten, y pers...
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Los profesionales de nuestras instituciones sanitarias sostienen desde hace décadas uno de los sistemas de salud más eficientes del mundo. Realizan un trabajo de gran responsabilidad que exige un alto nivel de conocimientos científicos para tomar decisiones complejas, cada vez a mayor velocidad a medida que aumenta la presión asistencial. Pero el cuidado del paciente consiste fundamentalmente en una conexión humana con una persona vulnerable, enferma o cercana a la muerte. Lo emocional está muy presente, y en ocasiones inunda a los profesionales y los agota, a pesar de lo cual resisten, y persisten en la tarea. Se puede afirmar que demuestran, en su conjunto, una fortaleza excepcional.
En esta crisis de la Covid-19 los trabajadores de la sanidad se están enfrentando a una urgencia continua, a eventos dramáticos, a cambios en las decisiones tomadas horas antes, a nuevos protocolos, en un clima inseguro e impredecible; todo ello con una alta concentración de enfermos graves y fallecimientos. Por estos motivos se encuentran sometidos a un estrés potencialmente traumático.
Nos consta que, desde su alto nivel de compromiso y responsabilidad, están supliendo la escasez de medios y lo realizan al límite de su propia salud emocional y física. Afrontan diariamente dilemas éticos que pueden lesionar sus valores y su identidad profesional, como decidir el reparto y la asignación de recursos. A esto se añade la dificultad para acompañar a los enfermos graves aislados, que mueren apartados de sus familias, al tiempo que son reclamados con urgencia para otras tareas apremiantes. Y aun así no abandonan su cometido de salvaguardar la relación con el paciente, al que consuelan y reconfortan.
Aunque todos aplaudamos su resistencia heroica, son, tal y como reivindican, personas, no héroes. Les desgarra dividirse entre el cuidado de sus pacientes y el de su propia salud en riesgo o la de sus familiares, algunos con hijos menores, a los que apenas pueden atender. Otros están angustiados porque tienen un progenitor enfermo, y unos pocos se encuentran ya en pleno duelo por la pérdida de seres queridos.
Estas experiencias dolorosas, sin tiempo para ser elaboradas, les abruman. Nos verbalizan sentimientos de culpa e impotencia por una falta de medios ajena a su control. Afirman con dolor que habrá un antes y un después de esta crisis.
A pesar de todo esto, su confianza en el conocimiento, la experiencia y la buena praxis es el motor que empuja hacia adelante y sostiene los ánimos de los trabajadores que están en primera línea. Los equipos profesionales generan espontáneamente movimientos solidarios para cuidarse entre sí y ayudar a los que se quiebran emocionalmente. En este sentido las unidades de Salud Mental se han puesto a su disposición para facilitarles soporte emocional especializado.
Confiamos en la capacidad del conjunto de nuestros sanitarios para sobreponerse a la adversidad. Pero después de esta crisis, como en las catástrofes, podrán quedar secuelas. Nos preocupa que, una vez pasado lo peor de la epidemia, muchos tengamos la tentación de pasar página lo antes posible y que pase inadvertido el profundo desgaste sufrido por estos profesionales, que rápidamente cumplirán con la exigencia personal y social de trabajar de nuevo a pleno rendimiento. Una huida hacia adelante, ignorando estos efectos, puede conllevar consecuencias irreparables en su relación con la profesión y para el conjunto del sistema en el que desempeñan su labor.
Además del apoyo social incondicional que los sanitarios reciben cada día con los aplausos de las ocho de la tarde, será fundamental, cuando el miedo se desvanezca, que todos los ciudadanos estemos a la altura de lo que les hemos exigido y que lo demostremos con el respeto y la consideración que se merecen; y que todo ello se materialice en un reconocimiento institucional efectivo.
Esta pandemia cruel nos ha cogido a traición y nos ha dejado poco margen para la anticipación. Sin embargo podemos prever que muchos de nuestros profesionales sanitarios sufrirán secuelas emocionales de diferente magnitud. Estamos a tiempo de adelantarnos y adquirir el compromiso de estar disponibles y preparados para curar sus heridas. Se lo debemos.
Natalia Sartorius es psiquiatra, experta en salud mental de los profesionales de la sanidad.
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