“Debes combatir el virus aunque te deje hecho piltrafa”

El periodista Emilio Alfaro, ingresado en el hospital Txagorritxu de Vitoria, da fe de la entrega de los profesionales

Entrada del Hospital Universitario de Txagorritxu Vitoria).LINO GONZALEZ RICO

HUA Hospital Txagorritxu. Sexta planta. Aislamiento.

Sin haber transcurrido aún las primeras 24 horas del ingreso, empiezas a desear un compañero de habitación. Aunque fuera el más molesto, cerril o incívico que puedas imaginar. Cualquier cosa que rompa esta coexistencia esclava con el huésped. Has permanecido siete días en casa en estado febril, con tos, dolor general; los síntomas canónicos de la Covid-19. Y casi desde el segundo sospechaste que el bicho se había aposentado en tu organismo. Sin embargo, la confirmación oficial, ya en Urgencias, dista mucho de ser un alivio.

Mie...

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HUA Hospital Txagorritxu. Sexta planta. Aislamiento.

Sin haber transcurrido aún las primeras 24 horas del ingreso, empiezas a desear un compañero de habitación. Aunque fuera el más molesto, cerril o incívico que puedas imaginar. Cualquier cosa que rompa esta coexistencia esclava con el huésped. Has permanecido siete días en casa en estado febril, con tos, dolor general; los síntomas canónicos de la Covid-19. Y casi desde el segundo sospechaste que el bicho se había aposentado en tu organismo. Sin embargo, la confirmación oficial, ya en Urgencias, dista mucho de ser un alivio.

Mientras era una sospecha, había un espacio de indefinición. O dos. Podías tenerlo o podías no tenerlo; podías tenerlo, pero podrías pasar la infección en tu hogar. Pero una vez en el box de Urgencias, no hay escapatoria. Con una meticulosidad ejemplar pese al desbordamiento, desembarcan sobre tu cuerpo todas y cada una de las pautas del protocolo: el frotis de la prueba, extracciones varias, toma de temperatura, electrocardiograma, auscultación. Lo llevan a cabo enfermeras y médicos encapados como para un ataque bacteriológico, pero que logran el milagro de transmitir calor y confianza pese a las gafas y mascarillas.

Con todo, Urgencias es todavía un ámbito abierto, escuchas el tráfico de gente, el rodar de los carros médicos, las quejas y conversaciones de las personas que ocupan los otros boxes. Cuando llega el anuncio: “Te vamos a subir a planta”, sabes que se han volatilizado todas las demás alternativas. Te vas a quedar a solas con ese enemigo invisible sin credenciales ni referencias literarias.

Ya eres, oficialmente, una de las decenas de miles de personas que tienen el rechazable honor de acoger a este huésped en su organismo. Y eso tiene sus consecuencias. La entrada en la habitación que se te ha asignado evoca la sensación que debe experimentar un niño al que sus padres dejan por primera vez en la guardería. El problema es que ahí dentro no hay otros niños, y pronto descubres que más que aislamiento es confinamiento.

La puerta de la habitación es una frontera formidable. Nada la protege, pero es inviolable. Solo de tiempo en tiempo entra una enfermera, una auxiliar, la médico, trayendo ayuda desde el mundo exterior con una agobiante protección de batas, delantales, guantes, gorros y gafas que se quedan contigo cuando marchan. Nada puedes hacer hacia afuera, solo agradecer sinceramente la ayuda que se te presta.

Y el resto de las horas es una sorda diatriba —ni siquiera un duelo— con ese huésped inoportuno. Un inútil rebobinar de preguntas sin respuestas. ¿Qué más da ya quién te lo pudo contagiar, ni dónde? Lo tienes dentro y has de combatirlo, aunque por momentos te deje próximo al estado de piltrafa. También hay algunos fogonazos filosóficos. Como cuando te pones a considerar que este brote inédito es la más excelsa expresión del poder en toda su pureza. Una fuerza que ha puesto todo nuestro modo de vida patas arriba sin motivos personales ni necesidad de reivindicarse.

Aplauso a los sanitarios

Y piensas también, humano al fin, que esa falta de autoconciencia es la cruz de un poder tan absoluto. Tanto daño por una simple activación casual, sin un motivo, sin emoción alguna. No cuesta imaginarse qué grado de placer y exaltación habría alcanzado cualquier sátrapa capaz de causar este desaguisado planetario.

Y así, en este tedioso y forzado encierro con el huésped van desgranándose las horas sin demasiados alicientes. Cuando pase este brete sé, sin embargo, que me quedarán dos experiencias. La primera, sentir desde dentro del hospital, con la emoción ahogada, el aplauso de la ciudadanía a nuestro personal sanitario. La otra, poder dar fe de la entrega, la profesionalidad y el calor de cada una de las personas que están trabajando sin respiro para frenar la pandemia.

Si alguna experiencia positiva arrojará esta crisis creo que será la de defender a mordiscos un sistema sanitario, público, gratuito y universal de calidad.

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