Columna

Desafiar a la lógica para cosechar votos

El alcalde de Madrid deroga medidas anticontaminación alegando que su plan en más verde y ambicioso

El alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, durante su intervención en la presentación de la estrategia del Ayuntamiento para la calidad del aire de Madrid, en Madrid (España), el lunes 30 de septiembre.Eduardo Parra (Europa Press)

El alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, aseguró este lunes que quiere convertir a la capital en “referencia mundial” en la lucha contra la contaminación. Curioso reclamo para poner en marcha un plan que promete lo contrario. Su proyecto Madrid 360 sustituye al de su antecesora en el cargo Manuela Carmena. La promesa electoral obligaba a hacerlo, pero es difícil de aceptar tanta ambición verde relajando las normas que habían logrado reducir la contaminación en el cogollo urbano, el llamado ...

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El alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, aseguró este lunes que quiere convertir a la capital en “referencia mundial” en la lucha contra la contaminación. Curioso reclamo para poner en marcha un plan que promete lo contrario. Su proyecto Madrid 360 sustituye al de su antecesora en el cargo Manuela Carmena. La promesa electoral obligaba a hacerlo, pero es difícil de aceptar tanta ambición verde relajando las normas que habían logrado reducir la contaminación en el cogollo urbano, el llamado Madrid Central de Carmena.

El desafío a la lógica es evidente; e irritante. La Comisión Europea dio su visto bueno a Madrid Central, pero ha retomado el expediente contra España a la vista de los planes de Almeida. Ahora este alcalde al que apoya la ultraderecha espera que Bruselas avale su nueva propuesta. Si ya tenía el plácet la anterior, ¿por qué volver a empezar? Este hombre también desafía a la ciencia. Esta insiste en que es urgente combatir la crisis climática, pero él lamina el Madrid Central en el corto plazo, aplaza sus medidas anticontaminación para “el primer semestre” del año que viene y deja las más drásticas contra el tráfico rodado para más adelante todavía. Así, con suerte, serán otros los que apechuguen con las restricciones más impopulares.

Todo este dislate se ha presentado revestido de modernidad. Camisa remangada, micro inalámbrico, un logo bonito y paseos sobre el escenario al estilo de los ejecutivos de vanguardia. En un par de meses, una auditora elegida a dedo le ha facilitado la puesta en escena, que aquí parece lo esencial porque, además, permite discursos que retuercen la realidad, como esa afirmación no creíble que expresó el político madrileño sin pestañear: “Aquí no hay banderas ni discursos partidistas”.

Pero Almeida no está solo en este arte de desafiar la lógica. Concretamente, en 42 años de democracia, son muchos los que han impedido que el sistema educativo español desarrolle todo su potencial a base de ejercer el mismo principio. En cuatro décadas, siete leyes y/o reformas sin consenso. No se ha dejado espacio siquiera para evaluar los efectos de cada nueva norma. Así que la Comisión Europea ha dado un toque a España criticando debilidades del sistema bien identificadas desde hace tiempo pero que siguen ahí, enquistadas. Se impone el discurso partidista que Almeida dice evitar.

Los españoles manifiestan su hartura con los políticos mientras se preparan, con cierto sentimiento de frustración e impotencia, a acudir a las urnas por tercera vez en ocho meses. Ahora aseguran los partidos de la izquierda que hay que votar para frenar a la derecha. Pero lo cierto es que los españoles ya la frenaron en abril. Y el presidente en funciones, Pedro Sánchez, incapaz de pactar para gobernar, se presenta ahora como el garante de la gobernabilidad.

Lógica y política se dan hoy la espalda.

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