El zapateo de los chuntunquis anima el alumbramiento de María

Las tradiciones se mezclan con la influencia de los símbolos y las costumbres comerciales en la Navidad boliviana

Sacerdotes aimaras realizan una ceremonia indígena.Martin Alipaz (EFE)

Es medianoche y hay que ayudar a María en el alumbramiento del Nino Manuelito. Decenas de grupos de niños y jóvenes zapatean con energía al ritmo de chuntunquis -canciones navideñas- ante los pesebres armados en hogares de Sucre, en Villa Serrano y otros pueblos rurales de Chuquisaca, donde aún se mantiene esta tradición.

“Los chuntunquis son parte importante de la noche de Navidad y su presentación genera siempre entusiasmo y ternura por la participación de los más pequeños”, expresa María Teresa Lema que, junto a toda su familia...

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Es medianoche y hay que ayudar a María en el alumbramiento del Nino Manuelito. Decenas de grupos de niños y jóvenes zapatean con energía al ritmo de chuntunquis -canciones navideñas- ante los pesebres armados en hogares de Sucre, en Villa Serrano y otros pueblos rurales de Chuquisaca, donde aún se mantiene esta tradición.

“Los chuntunquis son parte importante de la noche de Navidad y su presentación genera siempre entusiasmo y ternura por la participación de los más pequeños”, expresa María Teresa Lema que, junto a toda su familia, cumple paso a paso las costumbres previas al montaje del pesebre y de la celebración de la fiesta.

Unas tres a cuatro semanas antes, madres e hijos se dedican a cuidar de la germinación del trigo y otras legumbres que, con flores frescas, adornarán los pesebres. Se modelan en greda algunas figuras de animales como un obsequio al pesebre, una labor especialmente encargada a los más pequeños.

La efigie del recién nacido suele ser una joya de familia, que se hereda de generación en generación. Tanto en Sucre como en La Paz se encuentran figuras de porcelana, madera o yeso que datan de la Colonia o los primeros años de la República y que fueron traídos de Europa y, más tarde, provinieron de Cuzco, los famosos niños cuzqueños de pelo rizado y largas pestañas.

La misión de los chuntunquis no puede ser más noble y, por ello, demanda una antelada preparación en la práctica del zapateo, el aprendizaje de coplas y otros villancicos para alegrar la llegada del Salvador.

La investigadora Julia Elena Fortún, que ha dedicado gran parte de su trabajo al acopio de testimonios costumbristas en Bolivia, contaba que las abuelas en Sucre se aseguraban de que a la medianoche del 24 de diciembre, cuando llegaba al mundo el Nino Manuelito, la joven madre recibiera todo el ánimo de los chuntunquis, con el canto y el baile de los niños y jóvenes. Las coplas rítmicas, al son de charangos, tamborcillos, y los “pajarillos” (recipientes de agua de dos picos que al soplar imitan el canto del jilguero) además de instrumentos de viento y el brioso zapateo cumplían ese propósito.

El ánimo de entonces ha sido contagioso. Actualmente, grandes y chicos salen a las calles en comparsas de chuntunquis; algunas alcaldías de Chuquisaca organizan competencias para premiar las mejores coplas y mejores bailarines en la adoración ante los pesebres, instalados en varios puntos de la ciudad y en las casas familiares.

Los bailarines se presentan ante el pesebre en solitario o en pareja. Con saltos, vueltas y todo tipo de zapateo y juego de pies se acercan, se inclinan y retroceden bailando para dar paso a otros integrantes del grupo. Como en Chuquisaca, la tradición se repite en Tarija, Potosí y en Beni.

En la región altiplánica se está perdiendo la parecida danza de los “adoradores”, de los wachitoritos, pese a la alegría de su música. Y es que las ciudades del eje (La Paz, Cochabamba y Santa Cruz) casi están rendidas a la influencia de una mezcla de símbolos y costumbres comerciales que relegan a un último plano el sentido originario de esa celebración y que privilegian personajes ajenos como el nórdico Nicolás o Santa Claus, los verdes abetos babilónicos o las saturnales romanas disfrazadas en los nuevos usos y estilos para la Navidad.

Lo que no se pierde a través del tiempo y, por el contrario, mejora cada vez es la gastronomía. Hay menú navideño para todos los gustos y los bolsillos.

Después o poco antes de la Misa de Gallo, algunas familias suelen disfrutar de una picana, una contundente sopa de tres carnes, vino tinto, algunas verduras y patatas, además de ciruelas deshidratadas y mazorcas de maíz. Otros optan por pollo relleno o cerdo en guiso o al horno, con mote de maíz, chuño y la imprescindible llajua (especie de salsa de tomate y locoto picante con una hierba muy aromática, la quilquiña). También los hay que prefieren un chocolate caliente con buñuelos regados con miel de caña antes de irse a dormir.

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