APERITIVO CON... ANTONIO REBOLLO

“Los Juegos nos sacarían del hoyo”

El pebetero de 1992 se encendió con una flecha lanzada por el arquero paralímpico español

Rebollo también participó en 1994 en la inauguración del Estadio de La Peineta (en la foto) con el lanzamiento de otra flecha.ULY MARTIN

El 25 de julio de 1992, una estela de fuego contuvo la respiración de medio planeta. Él, parsimonioso, prendió la flecha ayudado por Juan Antonio San Epifanio Epi, empuñó su arco y ejecutó una parábola de 67 metros que iluminó el gas inflamable del pebetero del Estadio Olímpico de Montjuïc. “Fue la hostia”, describe Antonio Rebollo, “no podía permitir que se me fuera la mente. Lo esencial era que el fuego no se apagara. Concentración pura”. Un año entero de ensayos secretos, entrenamiento sofrológico y cientos de f...

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El 25 de julio de 1992, una estela de fuego contuvo la respiración de medio planeta. Él, parsimonioso, prendió la flecha ayudado por Juan Antonio San Epifanio Epi, empuñó su arco y ejecutó una parábola de 67 metros que iluminó el gas inflamable del pebetero del Estadio Olímpico de Montjuïc. “Fue la hostia”, describe Antonio Rebollo, “no podía permitir que se me fuera la mente. Lo esencial era que el fuego no se apagara. Concentración pura”. Un año entero de ensayos secretos, entrenamiento sofrológico y cientos de flechas volando por el cielo de Barcelona. Después, la gloria. “Me sentí como Dios”, detalla el protagonista, que acude a la cita con una réplica de aquella flecha que transformó para siempre el destino del deporte español; “en ese momento, todo el mundo te adora. Hasta que se acabaron los Juegos”.

Detrás de ese instante icónico, del barniz de la gloria, la realidad es muy diferente. “Estoy desengañado. Me fastidia que se me recuerde solo como el arquero cojo —secuela de la poliomielitis que sufrió de niño— de Barcelona y no se me diera reconocimiento como a otros deportistas”, dice antes de sorber la cerveza. Tras los Juegos del 92, Rebollo participó en todo tipo de exhibiciones y eventos. “Con el objetivo de promocionar el deporte”, matiza; “me han paseado como a una mascota, y ya está. Me he sentido utilizado. Han intentado darme premios en un despacho, de forma clandestina, sin ningún tipo de reconocimiento público. A lo mejor es que no quieren sacar a un cojo”. Especialmente dolido se muestra con la Comunidad de Madrid, que ha prescindido de él en la candidatura de 2020. “Parece ser que el arquero del 92 no es de Madrid ni ha hecho nada por Madrid. No se han dignado ni a llamarme. Ni con el Gobierno actual ni con el anterior”.

D’Andruben. Madrid

Dos jarras de cerveza: 3,50 euros.

Total: 7 euros

Por eso no quiere oír hablar de la clase política. “Se les llena la boca con la palabra España, pero no han hecho más que abusar de ella”. Criado en el distrito madrileño de Simancas, abandonó su hogar con solo 13 años. Compaginó el arco, que ahora utiliza para cazar jabalíes, con trabajos de cerrajero y albañil. Ahora, con 59 años, sigue levantándose a las seis de la mañana para ir a Torrejón de Ardoz y ejercer de ebanista. “Mi oficio de toda la vida, junto al deporte”. Medallista paralímpico en Barcelona, también logró metales en Nueva York (1984) y Seúl (1988), y se proclamó nueve veces campeón de España y una de Europa.

Con la elección de los Juegos de 2020 en el horizonte, él aparca el resentimiento y lo tiene claro: “Me encantaría que nos los diesen. La insistencia debe tener un premio. Supondría una pizca de esperanza para el país y sacaría a mucha gente del hoyo del paro. Juan Antonio Samaranch —entonces presidente del Comité Olímpico Internacional—, consiguió además que a partir del 92 los Juegos dejasen de ser deficitarios. Ahora son un negocio, se gana dinero”. Y esgrime: “Se ha invertido mucho dinero y hay un endeudamiento bestial, pero hay que aprovechar las obras faraónicas. La ciudad es extraordinaria. Ya lo dicen: de Madrid al cielo”.

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