Quererse es fácil en más de cincuenta metros: cómo influye a una pareja el tamaño de su casa
La vulneración del derecho a una vivienda digna tiene muchas implicaciones, afectando también a cómo viven las parejas su relación
Sentir que las paredes se estrechan hasta casi tocar los hombros es una de esas pesadillas recurrentes cuando se tiene fiebre de pequeño. En estos sueños, la sensación es similar a la que podría experimentar Alicia, la protagonista de la novela de Lewis Carroll, al convertirse en gigante y apenas caber en una casa. También puede parecerse, fuera del País de las maravillas, a la de muchas personas que se ven obligadas a habitar pequeños estudios, trasteros y sótanos acondicionados, o en buhardillas en las que solo se puede vivir midiendo poco más de metro y medio.
Durante la crisis de la vivienda se ha hablado de numerosos perjuicios que evidencian la peor calidad de vida, la falta de recursos, y la precariedad que experimentan miles de ciudadanos. En palabras de Javier Gil, doctor en sociología, investigador del CSIC, y miembro del Sindicato de Inquilinas, se suele decir que cuando se vulnera el derecho a la vivienda probablemente también se están violando muchos otros al mismo tiempo. De algún modo, la estabilidad habitacional funciona como un indicador para saber si se está pudiendo vivir una vida plena e incluso una vida sexual satisfactoria. Por tanto, carecer de una vivienda digna —concepto que, en palabras del Javier Gil, se refiere a un espacio asequible, con unos mínimos de habitabilidad para que una persona pueda desarrollarse y donde se puede permanecer a largo plazo—, implica consecuencias psicológicas y emocionales con uno mismo y con los demás, incluyendo la pareja.
Ya se sabe, el amor a veces no lo puede todo. Ejemplo de ello es que, probablemente, una pareja que vive en un apartamento de cuarenta metros cuadrados tiene menos probabilidades de prosperar que otra que reside en uno de ochenta. Silvia Sanz, psicóloga, sexóloga y terapeuta de parejas, defiende que en las relaciones se necesita un espacio para encontrarse con uno mismo y poder estar bien con el otro: “Es esencial tener intimidad y silencio para regularse emocionalmente y poder gestionar pequeños o grandes conflictos. Contar con un tiempo y un lugar para encontrar la calma y después interaccionar con tu pareja conduce a relaciones más sanas y una comunicación más eficaz para solucionar los problemas”.
Se entiende, por tanto, que quienes ni siquiera tienen sitio para cocinar, tumbarse en el sofá, mantener relaciones o dormir en condiciones, tampoco vayan a ser capaces de construir un hogar, por mucho que le pongan ganas. Un hogar que cubre las necesidades básicas cuenta con metros suficientes como para que dos personas puedan cohabitar sin chocar constantemente. Para que la convivencia en pareja sea sostenible y agradable, en la ecuación deben figurar actividades comunes para compartir rutina y tiempo con el otro dentro de casa, por supuesto, pero también para tener ese preciado tiempo a solas que tanto se necesita.
Cuestión de espacio, cuestión de clase
Según Javier Gil, la desigualdad de clase es clave a la hora de analizar esta cuestión: “Imagina una pareja que tiene que compartir piso porque es la única forma que tiene de independizarse, en comparación con otra que haya heredado una casa y no gasta nada de su salario en la vivienda. Aunque ambas ganen lo mismo, la pareja que hereda lo va a tener mucho más fácil para que su relación prospere”, expone. Por supuesto, vivir en un piso más grande no va a conseguir que una relación funcione por arte de magia. Tal vez esa pareja que vive en una casa gigantesca jamás tiene ganas de darse un beso al llegar a casa, ni de ver una película por la tarde, ni de hacer la cena mientras charla sobre cómo ha ido el día. Además, las discusiones son inevitables. Ocurren en dúplex, chalets, apartamentos gigantes e incluso en villas. Sin embargo, todos estos conflictos se agudizan en pisos pequeños. La sensación de asfixia puede llegar a ser agobiante incluso para las personas que más valoran y disfrutan el contacto físico: “Si la vivienda es demasiado pequeña, la pareja puede tener sensación de hacinamiento, incrementando la ansiedad e irritabilidad. Al no contar con espacio suficiente, los conflictos de pareja aumentan y se dificulta la comunicación a causa del estrés constante y del agotamiento emocional que produce la pérdida de control”, explica Silvia Sanz.
Sin agencia sobre la propia vida
“El problema de la vivienda acarrea muchas consecuencias a nivel psicológico. El impacto emocional es, más allá de las necesidades materiales, el de no tener el control sobre nuestra vida. Todas queremos sentir que podemos vivirla como nos gustaría”, afirma Valeria Racu, portavoz del Sindicato de Inquilinas de Madrid.
Efectivamente, la imposibilidad de tomar decisiones y de seguir el camino deseado es una enorme fuente de frustración. La pérdida de agencia de la que habla Valeria Racu es perceptible en todo tipo de circunstancias, incluidas las que atañen a las relaciones románticas: cuando una pareja vive con otras dos o tres personas en un piso compartido porque no le queda otra opción; en convivencias que iban a ser un sueño hecho realidad y terminan siendo un saco de boxeo en el que depositar todo el estrés del día a día porque no se tiene un momento a solas; cuando un par de jóvenes no pueden irse a vivir juntos porque se ven obligados a quedarse en casa de sus padres. Esto último no es un caso puntual: según un estudio del Consejo de la Juventud de España publicado en agosto del año pasado, 7 de cada 10 jóvenes que trabajan en España siguen sin poder independizarse.
Por todo ello, la crisis de la vivienda está entorpeciendo los proyectos vitales de muchas parejas que residen de forma insostenible en apartamentos minúsculos que ponen a prueba su paciencia y gestión emocional. Es prácticamente imposible imaginarse, por ejemplo, con un bebé en pisos dignos de ser publicados en la cuenta parodia @elzulista. La sensación es la de ser un eterno adolescente que solo puede permitirse decorar su habitación para hacer su casa un poco más propia, un poco menos de paso: “No poder planificar proyectos futuros influye en la estabilidad emocional provocando inseguridad y estrés. Esto afecta a decisiones vitales como formar una familia o emprender proyectos personales, generando ansiedad y frustración”, explica Silvia Sanz.
También está la otra cara de la moneda, en el que una pareja toma la decisión de separarse, pero no puede hacerlo. Ver cada mañana a la persona que tanto se ha amado y ya no se ama, o a quien se sigue amando sin correspondencia, es una situación dolorosa que no deja espacio para sanar. “Se vive en espacios demasiado pequeños y no hay sitio para la convivencia, y en muchos casos ocurre lo contrario: por problemas económicos no se pueden separar aunque quieran. Ambas situaciones generan problemas emocionales y psicológicos”, sentencia Javier Gil.